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TENIS
Columna
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Rafa Nadal, el mejor deportista español, sin discusión

Ni Indurain, ni Pau Gasol, ni Severiano, entre otros, han sido capaces de firmar un trazado tan largo ni exitoso como el de Nadal en un deporte individual tan duro

El 5 de junio de 2022, Nadal gana su decimocuarto Roland Garros y alcanza los 22 títulos de Grand Slam.
El 5 de junio de 2022, Nadal gana su decimocuarto Roland Garros y alcanza los 22 títulos de Grand Slam.Tim Clayton - Corbis (Corbis via Getty Images)
Alex Martínez Roig

Rafael Nadal es el mejor deportista español de la historia. No hay discusión. Ningún otro ha sido capaz de tener una trayectoria en la élite tan larga (debutó en 2002, a los 15 años; se retira en 2024, a los 38), en un deporte individual tan duro (en el tenis no existen los cambios para descansar en el banquillo, como en los deportes colectivos); ni ha sumado un palmarés tan extenso: 22 títulos del Grand Slam (el segundo jugador masculino de la historia, tras Novak Djokovic, 24), 14 de ellos en Roland Garros, dos oros olímpicos (uno individual y otro en dobles) y cinco Copa Davis, además de ser número uno mundial durante 209 semanas (cuatro años y siete días).

A su lado, los dos anillos de la NBA de Pau Gasol, sus tres medallas olímpicas y un Mundial; los cinco Tours consecutivos de Miguel Indurain; los dos Masters de Augusta, tres Open Británicos y tres Ryders de Severiano Ballesteros; los 12+1 Mundiales de Ángel Nieto o las dos Eurocopas y un Mundial de la generación de los Casillas, Iniesta y Xavi, aparecen como extraordinariamente meritorios, pero no alcanzan a compararse con el despliegue brutal de Nadal.

Con Nadal hemos pasado centenares de horas sufriendo, peleando, perdiendo y, sobre todo, ganando. Conocemos de memoria sus eternas lesiones. Podemos repetir sus tics previos al saque, sus andares evitando las líneas, su disposición milimétrica de las botellas frente a su silla de descanso, y ese pellizco final al calzoncillo antes de comenzar con la rutina del saque. Le hemos visto con los pantalones pirata por debajo de la rodilla (¡qué horror!) y con su vestimenta elegante de treintañero; con el pelo largo y con claros crecientes; sin novia, con novia, con esposa, con hijo… Hemos crecido con él. Es uno de los nuestros.

Pero, ojo, no nos engañemos, no le conocemos en su mundo privado. Pertenece a un clan familiar balear celoso de su intimidad; y su entorno profesional es rocoso y muy defensor de su líder. Por eso, cuando ha entrado en terrenos farragosos —el publicitado acuerdo para anunciarle como embajador de Arabia Saudí o sus nebulosas opiniones sobre el feminismo, por ejemplo— hemos descubierto que cada uno de nosotros había construido un Nadal único, perfecto, hecho a nuestra medida desde la empatía que generaba su juego al límite y su elegante deportividad.

Mi Rafa Nadal es admirable en lo deportivo, pero me despierta emoción en lo personal. Puedo imaginar lo que ha tenido que sobrellevar, y veo una vida de enorme éxito, pero no una vida envidiable. Recordemos. Rafael fue moldeado por su tío Toni Nadal, un convencido de la escuela estoica del aprendizaje por el sufrimiento. Cuando el resto de alumnos se iban a su casa después de las clases, Rafael se quedaba barriendo o recogiendo las bolas. Siempre el último en volver al hogar. “Toni es la última persona del mundo en ofrecerme consuelo; me critica incluso cuando gano”, le dijo a John Carlin para su libro Rafa. Mi historia.

“Niño de mamá”, le llamaba su tío-entrenador, que siempre ha defendido que esa dureza formativa es la que ha construido su mente privilegiada, capaz de aguantar siempre más que el rival. “La cabeza lo es todo en el tenis; aguantar, querer ganar más que el contrario”, dice Toni. Y parece que su mensaje ha cuajado: “Cuanto más cerca del precipicio estoy”, defiende Rafael, “más exaltado me siento”. Se paga un precio por una vida así. El tenista sufre en solitario, horas y horas, contra amigos o enemigos, contra el viento, con mucho calor, con frío, golpeando las bolas una y otra vez. Hay miles que fracasan cada año al intentar llegar a la élite. Nadal llegó a la cumbre en 2005 con su primer Roland Garros, y allí ha seguido casi dos décadas soportando dolores crónicos y esfuerzos sobrehumanos.

“Sé que cuando acabe no seré un hombre feliz”, le dijo a Carlin, “y quiero aprovechar al máximo mientras dure”. Sólo con esta frase, se entiende esta larga agonía final que Nadal ha soportado estos meses antes de cerrar su carrera. Va a tener que aprender a vivir sin esa adrenalina diaria, sin esa misión vital que le inculcaron desde niño. Sin esa emoción de algo tan sencillo y a la vez tan exigente como pasar la bola por encima de la red una y otra vez, hasta hacerlo una vez más que el rival de turno. Sin esa pelea de tres gigantes con Djokovic y Federer, que ha durado 20 años en la pista, pero que va a seguir siempre en la historia.

Rafael Nadal es el mejor deportista español de la historia. No hay discusión. Ahora le toca vivir y disfrutar como un tipo normal. Su espada de superhéroe, su raqueta, ya está destinada a tareas amistosas o lúdicas, no a batallas con otros aspirantes al trono. Ha construido un legado extraordinario, y ojalá lo haga crecer, desde la sensatez, con la misma empatía y complicidad con la que nos tenía a todos enganchados frente al televisor.

Álex Martínez Roig dirigió la sección de Deportes entre 1987 y 1993.

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Sobre la firma

Alex Martínez Roig
Es de Barcelona, donde comenzó en el periodismo en 'El Periódico' y en Radio Barcelona. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Deportes, creador de Tentaciones, subdirector de EPS y profesor de la Escuela. Ha dirigido los contenidos de Canal + y Movistar +. Es presidente no ejecutivo de Morena Films y asesora a Penguin Random House.
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