El desconcertante presente de Djokovic, el rey apagado
El número uno aterrizará en París tras haber jugado solo seis partidos sobre tierra, sin títulos este curso y envuelto por las incógnitas sobre su juego y su motivación
A solo dos semanas del inicio de Roland Garros, a partir del día 26, el escenario masculino es absolutamente incierto. No así el femenino, donde Iga Swiatek asoma siempre como una garantía; la polaca se ha adjudicado tres de las cuatro últimas ediciones del grande francés (2020, 2022 y 2023). Profunda admiradora de Rafael Nadal, asiste ahora con resignación al desenlace de la carrera del español, que el sábado cayó en Roma —frente a, precisamente, el también polaco Hubert Hurkacz, en dos sets— y en los próximos días quemará los últimos cartuchos para llegar en las mejores condiciones al Bois de Boulogne. Pese a la inmensa áurea parisina que le rodea, su rendimiento a cinco mangas resulta hoy una incógnita, porque al fin y al cabo no se enfrenta a dicho formato desde hace casi año y medio.
Entretanto, el murciano Carlos Alcaraz lidia con una lesión en el antebrazo derecho desde principios de abril, y el italiano Jannik Sinner dos del mundo, con una dolencia en la cadera que arrastra desde Montecarlo; ni uno ni otro han podido desfilar por Roma estos días y guerrearon como pudieron en Madrid. Tampoco parece emitir las mejores señales el segundo batallón de aspirantes. El noruego Casper Ruud triunfó en Barcelona y luego perdió fuelle —octavos de Madrid y primera ronda en el Foro Itálico—, y el griego Stefanos Tsitsipas volcó en su estreno en la Caja Mágica y sufrió después un ataque de ira en el estreno romano, cuando transcurrido solo un juego, ya había reventado una raqueta contra uno de los soportes publicitarios de la pista. Al parecer, la furia le liberó, y sigue aún en liza.
Todo está revuelto, pues. O cuanto menos extraño. Nadie, en cualquier caso, simboliza el enigmático estado actual mejor que Novak Djokovic. El serbio, irreconocible, fue derrotado el domingo por el chileno Alejandro Tabilo ofreciendo, otra vez, una pobre imagen. Cedió en dos sets (6-2 y 6-3), en poco más de una hora (67 minutos). Ni rastro de rebeldía, de inconformismo ni (tal vez lo más inquietante) el fuego que suele acompañarle ante cada circunstancia adversa. “Para ser honesto, no he sido capaz de encontrar ningún tipo de buena sensación en la pista. Estaba completamente off”, explicaba ante los periodistas, sorprendidos ante la inánime versión del campeón. O quizá no tanto. En los últimos tiempos, Nole viene ofreciendo algunos indicios de que no atraviesa por un buen momento.
Acostumbrado a departir largo y tendido, a explayarse en cada respuesta, resolvió la rueda de prensa rápido y desganado. Pudo influir, decía, el incidente que sufrió dos días antes, cuando recibió el impacto fortuito de una cantimplora de metal en la cabeza mientras firmaba autógrafos antes de retirarse de la pista. “Ayer [por el sábado] hice un entrenamiento ligero y no sentí nada, pero tampoco me encontraba del todo normal. Y el estrés de hoy [por este domingo] fue bastante malo, pero no en términos de dolor, sino de coordinación. Tengo que hacer algunas pruebas médicas para ver qué pasa”, razonó; “recibí un fuerte golpe y después sentí algunas náuseas, mareos, sangre y varias cosas. Tuve dolor de cabeza, pero me las arreglé para dormir bien. Así que quizá esté bien, o quizá no. Sentí como si fuera otro jugador: sin ritmo, sin tempo, sin equilibrio... Y todo eso me preocupa un poco”.
Guerrillero sin alma
El día previo a la derrota, Djokovic irrumpió entre los aficionados haciendo gala de su buen humor, ataviado con un casco ciclista para evitar otro posible contratiempo. Sin embargo, la broma quedó ahí. Posteriormente, en la pista, el zurdo Tabilo (32º del mundo) le liquidó en un tiempo récord sobre tierra batida. Excluyendo alguna que otra retirada, hasta ahora había sido el suizo Roger Federer —semifinales de Montecarlo, 2014, en 1h 15m— quien le había despachado antes que nadie en un partido sobre arena. De este modo, el tropiezo incrementa las dudas en torno a cuál será su rendimiento en Roland Garros, donde aterrizará con alguna arruga extra —el día 22 de este mes cumplirá 37 años— y habiendo jugado solo seis partidos sobre arcilla esta temporada. Sin ningún trofeo.
No será la primera vez que llegue a París de vacío. En 2018, cuando escapaba de las tinieblas, tampoco pudo obtener ningún premio de enero a mayo. Entonces lo intentó en siete torneos, esta vez en cinco. El de Belgrado ha disputado la United Cup (tres partidos), el Open de Australia (seis), Indian Wells (dos), Montecarlo (cuatro) y Roma (dos). Por voluntad propia, Djokovic ha reducido más que nunca su calendario, deslizando en más de una ocasión que su objetivo pasa fundamentalmente por engrosar su palmarés de grandes y, este año también, la cita olímpica del verano en París. ¿El resto? Mero aderezo. Con las plusmarcas de Masters 1000 —40, cuatro por encima de Nadal— y semanas como número uno —428, claramente por delante de Federer, 310— bien afianzadas, selecciona al máximo.
En todo caso, llaman la atención sus resultados y, sobre todo, las discretas prestaciones ofrecidas hasta ahora. Ni siquiera en Melbourne ni Montecarlo, donde alcanzó las semifinales, dejó un poso excesivamente positivo. En California se dio un trompazo contra el 123º del mundo, Luca Nardi, en un tropiezo sin igual en un torneo de relevancia, y el resto de las actuaciones insinúan una debilidad reafirmada en Roma, donde el mejor restador del mundo fue incapaz de arañarle una sola opción de rotura a Tabilo, quien venía de jugar (y ganar, todo sea dicho) un challenger en Aix-En-Provence, la Costa Azul de Francia. En la línea resignada de este curso, Djokovic se inclinó sin exhibir el alma guerrillera que le caracteriza.
“Estoy intentando sacar el máximo partido de mí mismo, pero hasta ahora no lo he conseguido”, admite. ¿Y qué mentalidad tiene de cara a Roland Garros? “La misma de siempre”. ¿Qué debe revisar para tener opciones tanto allí como en los Juegos? “Todo. Necesito mejorar en todo”, señala, mientras los mensajes revelan cambios drásticos en su equipo —agentes, entrenador, preparador físico— y quién sabe si una descompresión. Profesional desde 2003, el balcánico anticipó que desea invertir más tiempo con su familia —“estoy lejos de ellos cada vez que viajo, ¿vale la pena?”, reflexionaba en Australia— y que la progresiva marcha de Federer y Nadal le ha entristecido. “Es el final de una era, y recuerdo que McEnroe dijo en un documental que cuando Borg se retiró, parte de él también lo hizo; es similar a lo que yo siento”, comentaba en marzo.
El tenis, pues, se pregunta si es una cuestión de motivación, de simple inercia natural, o bien el gigante de los 24 grandes ha culminado el proceso durmiente y se reserva alguna carta para el tramo más goloso del año. No sería la primera vez.
EL TRONO, EN SERIO PELIGRO
El tropiezo en Roma compromete a Djokovic en la defensa del número uno mundial. El serbio mantiene una renta de 1.090 puntos respecto al inmediato perseguidor, Sinner, pero a la llegada a Roland Garros, la actualización del casillero —2.000 menos para él, en condición de último campeón, y 45 para el italiano, segunda ronda— favorecerá al joven de San Cándido.
Sinner, que ya desbancó a Alcaraz en la segunda posición, alcanzaría la cima de manera automática si el balcánico no llega a la final, o bien si él accede a las semifinales y el veterano no conquista el título. A la inversa, Djokovic continuaría en lo más alto si revalida el trofeo y el aspirante no disputa la final, o bien si él la juega y Sinner cae en los cuartos o una ronda previa.
Las cuentas también transmiten que si ambos coinciden en el episodio definitivo del torneo, el italiano haría cumbre.
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