El desquite de Nicolás Otamendi
El central argentino, con malas experiencias mundialistas, lidera la defensa que menos remates recibe del torneo
El balance en los Mundiales de Nicolás Otamendi (Buenos Aires, 34 años) era bastante mejorable antes de aterrizar en Qatar. En 2010, Maradona lo colocó de lateral derecho en los cuartos de final y Alemania empezó el destrozo (0-4) por su banda. No duró ni 10 minutos en pie. El central admitió tiempo después que estaba muy tierno todavía. En 2014, ni siquiera fue convocado. Y en 2018, participó del desastre colectivo. De momento, en Doha, a la espera de su cita con Francia y la gacela Mbappé, su desquite personal ha evolucionado bien.
Las alineaciones de Lionel Scaloni se han ido corrigiendo sobre la marcha, menos con Messi, De Paul y este zaguero de rostro rudo que coqueteó con el boxeo en la infancia junto a un primo suyo. Un nuevo dios (a la espera de confirmación) y dos fijos en cualquier circunstancia catarí, además del portero Dibu Martínez. Otamendi ha sido el jefe de una defensa que no se ha visto muy sometida en el torneo, salvo en tramos puntuales. Con el 19 a la espalda, un dorsal simbólico porque fue el mismo que llevaron referentes como Daniel Pasarella y Óscar Ruggeri (campeones en el 78 y 86, respectivamente), la final ante el conjunto galo debería ser su partido número 100 (debutó en 2009). Y siempre que jugó, menos un amistoso de 2011 contra Costa Rica, lo hizo de titular.
A dos meses de cumplir los 36, la Copa América que alzó hace un año y medio en Maracaná calmó un recorrido personal con la selección que acumulaba más frustraciones que las mundialistas. Él también estuvo como actor principal en las dos finales de Copa América perdidas contra Chile (2015 y 2016). Igual que Di María y Messi, la terna superviviente de la vieja guardia que enlaza ahora con los nuevos cachorros.
En la Universidad de Qatar, la residencia argentina vacía de estudiantes durante este mes, un espacio tan grande como todo lo que se construye en este país, comparte habitación con Rodrigo de Paul, de una generación intermedia y muy cercano a Messi. Una relación que va más allá de la convivencia. Se conocieron en el Valencia, en la 2014-15, y el rojiblanco terminó convirtiéndose en el padrino de uno de los hijos de Otamendi.
En asuntos defensivos, nadie en el equipo presenta mejores celdas de Excel que el central del Benfica en el trayecto a la final. Ha sido el que ha ganado más duelos por partido (5,8), el que ha recuperado más balones (5,3) y el que ha realizado más despejes (3,5). El plan de Scaloni de reclamar cautela a los suyos y moverse con tiento, incluso empujando sin disimulo los encuentros a amplios tramos de aburrimiento, también le ha beneficiado para no verse muy expuesto. Igual que el poco cuajo ofensivo de algunos contarios (Polonia y Australia).
El técnico, que cuenta en su staff con dos viejos centrales (Walter Samuel y Roberto Ayala), ha oscilado entre líneas de cuatro y de cinco atrás, replicando si era necesario la disposición del conjunto rival, y en todo momento con Otamendi en el eje, acompañado de Cuti Romero, Lisandro Martínez o los dos. La suma de los factores individuales y colectivos ha arrojado una Argentina que es la que menos remates ha concedido (5,7 por choque). Siempre por debajo de los 0,6 goles esperados (métrica que calcula las posibilidades de encajar según la calidad de las ocasiones que le han generado). El domingo, eso sí, la asignatura será nueva y, de largo, la más compleja. Francia tiene el promedio de tantos esperados más alto (11,9) sin tener en cuenta los penaltis. Sobre el papel, el mayor peligro para Otamendi y los suyos serán las embestidas a campo abierto.
Tipo serio, no muy hablador y de alma defensiva, su reacción en el bronco desenlace contra Países Bajos fue una de las más destempladas. Cuando Lautaro Martínez metió el penalti definitivo, el central del Benfica imitó a su manera a Messi y también les hizo varias veces (a la carrera) a los jugadores holandeses el gesto de Topo Gigio. “Habían presionado a nuestros tiradores”, se justificó después.
Formado en la cantera de Vélez (de niño cogía tres autobuses para ir a entrenar) e hincha de River (donde le esperan), siempre se le tuvo por un central clásico, de los que van por derecho. Pasó por el Oporto y una campaña por el Valencia antes de que el City abonara 44,5 millones por él en 2015. En el Etihad estuvo un lustro. Allí, Guardiola valoró su ardor y él mejoró el juego de pies. Fue la época también en la que Otamendi reconoció que tenía una scouting muy particular: su madre, Silvia, que analizaba a los delanteros rivales y le mandaba sus conclusiones por Whatsapp.
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