El imperio contraataca: EE UU derrota a Irán y se mete en octavos
Los norteamericanos logran la victoria (0-1) en un partido de nuevo muy cargado de connotaciones políticas y en el que impusieron su juego
Era el partido de mayor tensión en lo que va de Mundial, y EE UU, la segunda selección más joven del torneo, lo jugó como si ya estuviera lista para todo y no fuera el embrión que se ha anunciado para la próxima Copa del Mundo, y que ahora se pondrá a prueba en octavos ante Países Bajos. Su fútbol apagó el ruido político que empapaba un duelo con una historia espinosa en los campeonatos.
La otra vez que se jugó un Irán-EE UU, en Francia en 1998, el hoy seleccionador estadounidense, Gregg Berhalter, era un defensa que se había caído de la lista. Así que aceptó comentar el encuentro en un canal de televisión holandés. Era su primera vez. También fue la última. De aquel partido, Berhalter, como todo el mundo, recuerda la asfixiante presión política y diplomática bajo la que se disputó, todavía con el recuerdo de la crisis de los rehenes casi 20 años atrás y sus consecuencias en las tensas relaciones entre ambos países. También revive algo no tan extendido, pero que dice que aún le quema. Vio a un equipo que quería ganar y a otro que no, y este, que era el suyo, perdió (1-2).
En el reencuentro, 24 años después, se mantiene cierta tensión entre los países, que la prensa iraní en Qatar agitó en las horas previas. Pero algo fue muy distinto. EE UU salió a agarrar el partido. El choque era un monólogo dirigido por su pareja de mediocentros, Tyler Adams, y McKennie. Todo giraba a su alrededor, dueños del cuadro de mandos. Se aceleraba cuando ellos querían, se esperaba cuando lo decidían, se desactivaba el intermitente entusiasmo de Irán cuando se ponían en marcha.
Manejan un catálogo de variantes que crece a medida que avanza el torneo y se acercan a momentos más decisivos. Una paradoja: cuando suben las pulsaciones de todos, ellos se van soltando. Escogían avanzar por dentro, y ahí encontraban a Musah, sobresaliente con el balón y recuperándolo, y a Pulisic. También a Sargent, una boya dispuesta a una noche de brega en cualquier momento, pero lejos de ser el más fino con la pelota. Si elegían abrir el campo, allí daban con Dest por la derecha, rápido, habilidoso e incombustible. Y en buena compañía. El ex del Barça, ahora en el Milan, encontraba a menudo por su zona a Weah, que se mueve a ráfagas en cuanto olisquea un espacio.
El partido era de Berhalter. Nada que ver con el día en que lo vio por la tele.
Irán tenía a la grada. El partido era una causa nacional de un voltaje de composición compleja, con muchos opositores al régimen disgustados con los futbolistas y muchos partidarios, suspicaces. Pero la grada los fundió cuando abajo se movió la pelota y sus futbolistas se vieron bailando al ritmo de la música de Tyler Adams, incapaces de salir de su canción.
Tenían dos elementos fuera de órbita, aguardando arriba una jugada extraviada. Azmoun urgía al portero a sacar en largo, a saltarse la maquinaria que los enredaba en el centro. Él pedía pelotazos y Taremi trataba de alcanzarlos. La pareja había sido lanzada a una especie de operación especial de la que las fuerzas regulares no querían saber nada. Si salía bien, celebrarían, pero mientras, apenas recibían envíos desesperados. A EE UU no le costaba aplacarlos.
Si Irán desatendía a su comando especial era porque debía ocuparse de taponar las grietas que le abría el rival. Además de haber armado una sólida pareja de mediocentros que gobernó el partido sin apenas lagunas, ha engrasado una rica colección de automatismos que acerca al gol a menudo. Un leve cabezazo de Pulisic a las manos del portero, otro de Weah, un tiro alto desde dentro del área, todo con Sargent como gozne sobre el que se abría el camino a la portería. Se acercaban y se acercaban hasta que McKennie avistó desde el centro una carrera de Dest al área y le mandó la pelota a la cabeza al segundo palo. El movimiento era un clásico. Por el otro llegaba Pulisic, que la empujó cuando se la dio el lateral. En el remate se estrelló contra Beiranvand, el portero que el primer día, después de otra salida, terminó conmocionado al chocar contra un compañero. Pulisic quedó fuera de combate, caído con honor en un choque de tintes geoestratégicos.
Irán aguardó sus momentos, que llegaron sobre todo en los nueve minutos de tiempo añadido. Cuando los indicó el asistente de Mateu Lahoz, ya habían conseguido arrinconar a EE UU, que reculó, pero mantuvo la seguridad también en ese trance. El equipo de Queiroz tuvo su mejor arma en dos centros al área a Pouraliganji. Uno lo cabeceó cerca del palo. En otro, cayó en el área, y los iraníes comenzaron un lamento por el penalti que no llegó y que continuó hasta que cayeron llorosos al suelo con el pitido final. La fe, el corazón, el alma a los que apelaba Queiroz no fueron suficientes contra el empeño de Berhalter.
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