De equipos perfectos
Tengo últimamente la sensación de que las plantillas se construyen más desde lo posible que desde lo óptimo. Parafraseando a Rafa Benítez, vale lo mismo una mesa camilla que una lámpara
Hace unos cuantos años, María Fernández Ostolaza, que es sabia, conoce mucho de deporte —y por tanto de seres humanos— y que había sido seleccionadora española de gimnasia rítmica nos contaba que los seleccionadores de la rítmica de la URSS, cuando existía eso de la URSS, en cuanto encontraban el equipo perfecto, iban y deshacían el equipo porque consideraban que los equipos perfectos se sienten tan dominadores, tan poderosos, tan superiores que en el momento de la verdad, en el de las finales, tienden a relajarse. Y eso les hacía perder esas décimas en las puntuaciones que podían poner en peligro el título. Consideraban aquellos rígidos, o sabios soviéticos que la perfección relaja, distrae, elimina la máxima exigencia y eso hace que se trabaje un poco menos, un poco menos intenso, una miaja menos concentrada.
Y ese aforismo escuchado allá por el 2000 me ha solido acompañar cuando reflexionaba sobre el equipo de fútbol perfecto, sobre la plantilla exactamente equilibrada, sobre la exacta fórmula para el éxito.
Es verdad que no era la mejor respuesta, o tal vez sí, cuando en rueda de prensa te preguntaban sobre si has confeccionado la plantilla perfecta, o por si tienes a los jugadores indicados para optar a todos los títulos. No sería fácil responder, o sí, que el mejor equipo surge de los desequilibrios, de las imperfecciones, de las respuestas que todo colectivo deportivo atesora; sería muy atrevido, casi de adivino, el afirmar que las mejores soluciones surgen de las mayores incertidumbres y de aquellos profesionales que dan un paso adelante para cubrir esa carencia.
Todo lo anterior me viene a la cabeza cuando veo a mis colegas directores deportivos intentando cuadrar el algoritmo de dineros, posiciones y cultura del juego de sus clubes. Tengo últimamente la sensación de que las plantillas se construyen más desde lo posible que desde lo óptimo. Parafraseando a Rafa Benítez, vale lo mismo una mesa camilla que una lámpara. Esas nuevas fórmulas del fútbol llevan a que las estructuras de los clubes queden en su mayoría desequilibradas y muchas veces deshabilitadas para que un equipo se desarrolle en un determinado sistema de juego, en una determinada forma de resolver las incertidumbres del juego. Y siempre que se me aparece este diablo del perfecto equilibrio para susurrarme que tal o cual equipo está totalmente descompensado, se me aparece la imagen de María Fernández Ostolaza hablándonos de que esos equipos imperfectos son el paso directo al éxito. O no, que también la palabra fracaso existe en ruso.
Como a todas estas teorías mías hay que ponerles un contrapunto de realidad, permítanme que me apoye en nuestra selección, que este domingo va a disputar la final del Mundial contra Inglaterra, esa que nos hace pensar, otra cuestión esotérica, que deberíamos jugar los Mundiales de fútbol siempre en invierno. Desde el inicio de la competición ha planeado sobre ellas la sensación de que estaban todas las que se lo merecían, pero que había también unas cuantas jugadoras que podían haber estado en una situación “normal”.
Tal vez sea el único que viéndolas jugar pensaba que ese magnífico equipo podría ser un poco más magnífico si lo completasen algunas jugadoras que se habían quedado en España. Pero esas preguntas mías han sido siempre respondidas con juego, carácter, y una maravillosa y tenaz determinación de todas las jugadoras (y su cuerpo técnico, claro) que están por esas frías tierras australes y que se han metido entre ceja y ceja que este agosto 2023 es una excelente fecha para completar una gesta maravillosa que podamos poner junto a aquella del gol de Iniesta y la helada noche de Johannesburgo. Vaya, justo ahora que alguno dice que el juego asociativo de España, eso que se dio en llamar tiki-taka, ya está acabado y caduco van estas artistas y se ponen en la final dominando la pelota, utilizando el terreno con sentido y haciendo de la posesión un objetivo y un arma cargada de futuro.
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