Y de repente, un escupitajo
Marín había salido ganadora de todos los partidos importantes, en la pista, el gimnasio y la calle. Pero todo aguante tiene su límite y no sé si ya le quedarán fuerzas para una tercera resurrección que exige una tonelada de esfuerzo
No era ni el momento, ni el lugar, si es que hay algún momento o algún lugar donde te ocurre algo como lo que le ha sucedido a Carolina Marín y el mundo no se te cae encima. Hace tiempo escuché al actor Pierce Brosnan, ex Remington Steele, ex 007, decir en una entrevista que la vida le había tratado muy bien, salvo algún escupitajo. A Carolina Marín la vida ya le había lanzado varios, pero esta vez los hados se han pasado mil pueblos. Jugaba para volver a disputar una final olímpica ocho años después y lo estaba haciendo de fábula ganando el primer set y dominando el segundo. Puede que estuviese ya contando los tantos que le faltaban (once) para cerrar el partido y darnos un alegrón. Justo entonces, a traición y sin avisar, su rodilla derecha ha hecho crack y nuestra alma se ha encogido. No hacía falta esperar diagnóstico. Nadie conoce mejor su cuerpo que un atleta, y los gritos y lloros de Carolina nos situaban en lo peor. En un instante la algarabía de un pabellón entregado han dado paso al silencio total.
Cuando vas a ver una competición deportiva, no entra en los planes asistir a una tragedia. Carolina tirada en el suelo era una imagen que costaba observar sin que se te pusiera un nudo en la garganta y unas lágrimas en los ojos. La espera hasta lo que ya sabía inevitable (lesión confirmada y abandono) estaba siendo insoportable, por lo que me he ido a ordenar un armario, como si poniendo en sus perchas unas camisas iba a hacer retroceder el tiempo. Se llama fase de negación. No ha funcionado.
Hasta hoy, Marín había salido ganadora de todos los partidos importantes, en la pista, el gimnasio y la calle. Eligió una especialidad de ínfimo seguimiento como el bádminton y la ha colocado en el mapa de nuestro deporte. Abandonó su casa y su país para irse a oriente a desafiar a las mejores y terminó siendo aclamada en campo contrario. Sufrió dos lesiones gravísimas y volvió a competir y ganar. Pero todo aguante tiene su límite y no sé si ya le quedarán fuerzas para una tercera resurrección que exige una tonelada de esfuerzo.
Lo único que podemos hacer es hacerle llegar nuestra pena, afecto y reconocimiento. Eso sí, por mucho que nos duela lo ocurrido, tampoco se nos tiene que ir el oremus pidiendo una medalla o cosas así. En cada edición los Juegos Olímpicos traen su dosis de unos cuantos éxitos y muchos más fracasos, reparten buena y mala suerte, y los deportistas se caen, lesionan, o simplemente aciertan o se equivocan. No me quiero poner místico, pero así es el deporte, que no deja de ser una parte de la vida y la vida, como cantó una y otra vez el añorado Andrés Montes, puede ser maravillosa. Lo que se le olvidó decir es que cuando menos te los esperas, te lanza un escupitajo.
Creo que lo ocurrido con Carolina ha provocado una gran perturbación en la fuerza y el día se ha vuelto un poco loco. Lo mismo sonreíamos con el bronce de Cristina Bucsa y Ana Sorribes o el inesperado éxito de los chicos de hockey, que se han cargado en cuartos a Bélgica, campeona mundial, que torcíamos el morro con el boxeo, donde casi todos los perdedores discuten las decisiones arbitrales.
Y luego está lo de Alcaraz y Jon Rahm, dos buques insignia. La final de tenis ha sido brutal. Me quito el sombrero ante Djokovic, que sigue dominando los escenarios más exigentes y a sus 37 años se niega a ceder el testigo de la jefatura del tenis masculino a su rival de hoy. Los dos salen reforzados. Nole completa por fin su estratosférico palmarés y Alcaraz confirma por enésima vez que estamos ante un fenómeno del que disfrutaremos durante muchos años. Jon, por su parte, se ha derrumbado en el momento cumbre. Me dice mi amigo Antonchu, que sabe mucho de golf, que Rahm ha perdido competitividad desde que se fue al LIV, un circuito mucho menos exigente que el europeo o americano, donde militan los tres medallistas. Ahí lo dejo. Lo de Rahm y lo de hoy.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir la newsletter diaria de los Juegos Olímpicos de París.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.