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Pim, pam, pum: el final más cruel para Mar Molné y Fátima Gálvez en el tiro olímpico

Las tiradoras españolas, que llegaban a la final de trap con las máximas posibilidades, terminaron cuarta y quinta en los Juegos Olímpicos

Mar Molné y Fátima Gálvez tiro Juegos Olimpicos
La tiradora zurda, Mar Molné, en la prueba olímpica de trap.Amr Alfiky (REUTERS)
Carlos Arribas

Los especialistas hablan de la dureza del tiro, de cómo crece la dificultad para mantener la concentración y regular el pulso y la respiración según avanza una competición con un formato cruel: la que tiembla, a la calle. Y así, Fátima Gálvez y Mar Molné, dos pulsos, dos vidas, y una escopeta. Sólidas estatuas impávidas hasta el penúltimo minuto, serias, concentradas, ni un movimiento de más, ni un parpadeo, la culata de madera de sus escopetas en perfecta simbiosis con sus mejillas y su mirada, protegida de influencias externas por anteojeras, llegado el momento decisivo, Molné, la tiradora infalible de la víspera y la mañana, y Gálvez, la campeona de Tokio, se derriten de pie, cera al sol, en la pradera abrasada de Châteauroux, al sur de París, donde terminan cuarta y quinta respectivamente de la competición de Foso Olímpico.

La victoria se la lleva la extraordinaria y sorprendente Adriana Ruano, que consiguió la primera medalla de oro en la historia olímpica de Guatemala, y solo la tercera en total, tras el bronce de Jean Pierre Brol en el foso masculino el día anterior, justamente, y la plata del marchador Erick Barrondo en los 20 kilómetros de Londres 2012. Para conseguirlo, Ruano, gimnasta artística de gran nivel hasta que se rompió la espalda, a los 15 años, batió el récord olímpico de la final, destrozando 45 de los 50 platos a los que disparó, y dejó a cinco platos a la segunda, la zurda italiana Silvana Marina Stanco. Cuando ellas dos disparaban en la salva de cinco platos final, las dos españolas ya no estaban allá. Ni la medallista de bronce, la zurda australiana Penny Smith, la última en ser eliminada en el durísimo formato de la final. En la criba del trap ni existe la compasión ni el derecho a reparar un error ante dianas volantes, grandes como una pastilla de aspirina vista a un metro, que surgen aleatoriamente de tres lanzaplatos, y trayectoria desconocida para comprobar si, en efecto, el ojo puede ser más rápido que la bala.

Por primera vez, dos españolas competían en una final olímpica a seis, mayoría junto a una guatemalteca, una italiana, una china y una australiana. Era obligatorio imaginarse el mejor final. La ilusión despertada por las españolas, las dos mejores en las fases previas (123 de 125 platos había acertado la tarraconense Molné, debutante, de 22 años, y 122 la andaluza Gálvez, de 37 años), se convierte en decepción en una final que deja a España sin siesta. Tras un inicio trágico –falló cuatro de sus cinco primeros disparos– Gálvez se salvó por los pelos de ser la primera de las seis finalistas eliminadas tras los primeros 25 platos. “Ahí se vio la importancia de la elección del cristal. Se nubló el día y me puse cristales claros, pero luego salió el sol fuerte y así me brillaba mucho el plato y no lo ubicaba. Me costó relajar la vista”. Analítica, disparó a tientas contra una penumbra naranja, un disco de 12 centímetros de diámetro que salta disparado a 15 metros, a más de 100 por hora. Cero emociones con la escopeta al hombro. Apunta con los dos ojos abiertos y casi siempre acierta. No siempre. “Remontar eso, mentalmente, con presión y calor, ha sido difícil”.

La zurda Molné, que aguantó una ronda más, con 160 disparos en dos días, de la nada ha pasado a formar parte de la alegría nacional. Ha saltado de ser la reina de los concursos de tiro al plato de las fiestas de los pueblos de su tierra –”y llenaba la despensa con los jamones y los quesos que ganaba”, revela– a verse rodeada de las mejores tiradoras del mundo de la precisión, y supo transformarse en una francotiradora implacable, como la niña a la que su padre le dejó disparar una vez que le acompañaba en una salida de caza y, pum, a la primera le atinó al árbol al que apuntaba. Empieza a flojear quizás cuando se da cuenta de que el premio por el que dispara es bastante más importante que un jamón hasta de Jabugo. Cuanto más se acerca a la medalla, cuanto más cerca está del final de las series más tiembla. Cuando deja de ser la niña que quiere ser, falla. La experiencia que transforma un juego en la vida. “Es verdad que tenía un poco de nervios, pero la vida está para disfrutarla y he disfrutado cada tiro, cada plato y la final como una niña”, dice en Carrusel Deportivo la deportista de El Morell que viaja desde los 14 años con la escopeta y cananas llenas de cartuchos de 214 gramos y 300 perdigones de plomo son sus juguetes. “Con mi psicólogo decíamos que era un poco precipitado pensar en París, pero para Los Ángeles íbamos preparados. Cuando gané la plaza para el 24, no me lo creía, y menos que llegaría a un cuarto puesto en unos Juegos y haciendo mi récord personal en la clasificatoria”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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