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Y Chuso García Bragado se toma un gazpacho

Descontento con su último baile, el marchador madrileño, de 51 años, cuelga las zapatillas después de sus octavos Juegos: “He llegado hasta donde me había propuesto”

Carlos Arribas
Marcha Tokio 2021
García Bragado, durante la prueba de Sapporo.KIMIMASA MAYAMA (EFE)

Cuatro horas después, Chuso García Bragado se toma un gazpacho. Sorpresa del cocinero japonés del hotel de Sapporo para el padre de la marcha que, interiormente, bulle y se enfada. “Me gana la sensación, mala sensación, de una competición decepcionante, de no haber estado bien”, dice. “Pero supongo que dentro de un rato me conformaré y me confortará pensar que he llegado hasta donde me propuse llegar”. García Bragado tiene 51 años y una hija mayor que algunos de sus rivales en sus octavos 50 kilómetros marcha en unos Juegos Olímpicos. Ningún atleta de ningún país en la historia ha competido en tantos. Ocho iniciados, siete terminados. Todos salvo los segundos, Atlanta 96. 35º en Tokio 2020. Y aún rumiando la prueba. Su última prueba. Las zapatillas, al armario.

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Bragado terminó vigésimo en los Juegos de Río hace cinco años, y su primer objetivo era terminar entre los 20 primeros en Sapporo. Para ello habría necesitado haber tardado 10 minutos menos. “Y para ello habría necesitado un mes más de preparación”, dice. “En el kilómetro 30, levanté la vista y vi al grupo de los 20 primeros que estaban a tiro, el grupo de Marc Tur, y pensé que podía llegar y entrar con ellos, pero andaba con las pulsaciones disparadas marchando a ritmos muy bajos [a cinco minutos kilómetro, a 12 por hora; el ganador, el polaco Dawid Tomala, marchó a 4m 36s el kilómetro], y las piernas no me dieron para más. He sido un diésel al que no le ha entrado el turbodiésel”.

El marchador récord confiesa, llegado el momento que las últimas semanas se ha sentido rehén de la necesidad de llegar vivo a sus octavos Juegos. “Mi participación, batir el récord del atletismo, se había convertido en asunto de Estado”, dice el campeón del mundo de Stuttgart 93, al que le cuesta hablar como leyenda del pasado porque quiere seguir sintiéndose atleta. “Y me dio miedo a forzar entrenándome, no fuera a romperme el isquio o sufrir cualquier músculo, y tal como estaba de justo, todo era posible. Lo importante, así, era participar. Me ha faltado la puesta a punto final más trabajo de calidad. No he hecho apenas altura. No he podido hacer la preparación que debe hacer un atleta de alto rendimiento. Ya sabía que iba a llegar muy justito”.

“¿Que si he hecho como el Papa al cruzar la meta? ¿Arrodillarme y besar el suelo? Qué va, qué va. He arrastrado los pies como he podido. No hay más cera que la que arde, pero la vela ha ardido hasta el final de una avenida que se me ha hecho interminable. Pensaba que no llegaría, que reventaría antes, que me rompería. Pero he llegado. Cuando dudaba, porque he dudado, me he dicho: ‘Chuso, si no acabas te vas a arrepentir toda la vida’”, dice el marchador de Canillejas mientras paladea su gazpacho, y por teléfono se escucha cómo se relame con el jugo fresco del tomate, poco pepino, que repite. Y con el sabor en la boca, se relame también con el futuro de la marcha española. “A diferencia de Doha, la estrategia y la planificación les han funcionado a Quintana y Carrillo, los preparadores. Marc Tur será un fenómeno en 35 kilómetros, la distancia que sustituye a los 50 kilómetros en los próximos Mundiales. Ya hace siete años, cuando tenía 20, ganó el campeonato de España de la distancia”, dice García Bragado, quien también siente debilidad por el otro García de la marcha española, el también madrileño Diego García Carrera. “Me arriesgaría por él: Si en Tokio era difícil que ganara una medalla en los 20 kilómetros, en el próximo Mundial, en Eugene, Oregón, una tierra que se le da muy bien, será difícil que no la gane”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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