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Titmus desespera a la reina Ledecky

La australiana gana el oro en los 400m libre con una exhibición de poderío en el último 100 y un tiempo de 3m 56,69s que la sitúa a 23 centésimas del récord mundial de la estadounidense en Río

Ledecky y Titmus, en la final.
Ledecky y Titmus, en la final.David J. Phillip (AP)
Diego Torres

Adam Peaty se convirtió en el primer campeón olímpico británico de natación que convalidó su título y en el segundo, tras Kitajima, en ganar dos oros sucesivos en los 100 braza. El pelirrojo de Uttoxeter prolongó su reinado en los Juegos de Tokio con la autoridad que le caracteriza. No corrió la misma suerte Katie Ledecky, la campeona de 400 metros libre en Río de Janeiro, que en la piscina japonesa se encontró con la misma barrera que le impidió conquistar el Mundial de 2019. Entonces Ariarne Titmus era un escollo en edad adolescente. Ahora la australiana adquiere relieve de acantilado. No solo le ha comido la moral a su gran adversaria, cuatro años mayor. Nada cada vez más rápido. Este lunes por la mañana hizo los ocho largos en 3m 56,69 segundos. Con unos parciales y unos ritmos que hacen pensar que tiene a su alcance aquello que en los últimos Juegos parecía accesible únicamente a Ledecky y a las generaciones que siguieran su estela en la próxima década: meterse en el espectro de los 3,56 y bajar a 3,55.

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Titmus decidió que el futuro era hoy. Lunes 26 de julio de 2021. Once de la mañana en Tokio. Penumbra en las gradas altas del centro acuático, focos sobre el espejo de agua. Salida de la final de 400. Prueba simultáneamente rápida y táctica. Con margen de planificación. Algo que Ledecky sabe hacer. Acostumbrada desde los 15 años, desde su debut olímpico en Londres, a imponerse por varios cuerpos incluso en los escenarios más exigentes, entró al agua a mandar. Escribió la partitura del primer 200 con la cadencia que devastó a grandes nadadoras a su paso. Titmus, en la calle contigua, desarrolló lo que parecía su propia trama. En el primer 100, la australiana siguió a su rival a un palmo. Hombro con hombro. En el segundo 100, como si flaqueara, comenzó a rezagarse. Durante los 150 metros que siguieron, Ledecky, que había sentido la amenaza inicial, pudo pensar que su perseguidora había sido arrastrada por la corriente. Nada más lejos de la realidad.

Puede que Titmus, a un metro de distancia, se arrimara al remolino que producía la estadounidense para ahorrar algo de energía. Entre los 200 y los 300 metros la carrera entró en el limbo que parecía convenir a Ledecky, estudiante de ciencias políticas, hija de patricios de Washington, gobernadora vocacional. Cómoda mientras puede ejercer su autoridad, debió sentirse desestabilizada al descubrir la cara redonda, rústica, de la australiana haciéndose cada vez más grande en el retrovisor. En el penúltimo viraje Titmus aumentó la frecuencia de sus ciclos de brazada y patada y en vez de patinar, como ocurre a los nadadores descoordinados, o fatigados, traccionó como si el agua fuera un apoyo sólido.

Fondista por naturaleza, Ledecky posee una aceleración inaudita en los metros finales. Una potencia que, combinada con su capacidad de largo aliento, la convierte en una rara máquina de demolición. Cuando estableció el récord del mundo en 3m 56,46s, en la final de los Juegos de Río, completó la proeza con un golpe de fuerza final. Hizo el penúltimo 50 en 29,92 segundos y el último 50 en 28,92. En Tokio, quizás porque se vio inesperadamente asaltada en su feudo, tal vez porque se puso nerviosa, o porque le faltó una energía que con 19 años tenía y ahora con 24 no, nadó el penúltimo 50 en 30,13s y el último en 29,12s. Se la vio pesada en esos 10 metros culminantes, cuando camino de la pared Titmus se le escapó después de nadar el último largo en 28,67s. La americana aseguró la plata con un cronómetro de 3m 57,36s. Una dimensión, la de los 3m57s, que hasta hace poco solo podía frecuentar ella. Ahora son dos. El resto del cartel no bajó de 4 minutos.

“No sabía que iba primera”

“No sabía que iba primera hasta que miré el marcador”, dijo Titmus al salir del agua. En el límite de su capacidad fisiológica, al parecer, su cerebro había dejado de computar adelante y atrás, arriba, abajo, el yo, el otro y la otredad.

“Para mí es un honor competir con alguien como Ariarne y nadar a estos tiempos tan, tan rápidos”, dijo Ledecky tras perder su primera carrera individual en unos Juegos. “Yo no estaría aquí si no fuera por ella”, reconoció la australiana. “Si no pudiera dar caza a alguien como ella, no estaría nadando de este modo”.

Antes de la final de 400 metros libre del Mundial de 2019, el impulsivo Dean Boxhall, entrenador de Titmus en la piscina del colegio luterano de San Pedro en Queensland, se dirigió a la muchacha para arengarla, tal vez porque advirtió que el mito de Ledecky la atenazaba. Entonces le dijo algo muy simple que a ella le sonó a sinfonía: “Esto puede tener dos desenlaces: que nades muy bien, y que nades muy mal; pero mañana seguro que te levantarás”.

Desde entonces, esta nadadora de 20 años enamorada de su entrenador no ha parado de crecer. En Tokio se elevó por encima de un gigante. Psicológica y físicamente. La piscina fue suya. Camino del oro hizo un tiempo que la coloca en el umbral del infinito: a 23 centésimas del récord de Ledecky en Río.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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