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Los monstruos del Tour de Francia en el camino olímpico

Van Aert y Pogacar son los más duros rivales en el monte Fuji para Valverde

El esloveno Tadej Pogacar durante la etapa 18 del Tour de Francia del pasado 15 de julio.
El esloveno Tadej Pogacar durante la etapa 18 del Tour de Francia del pasado 15 de julio.BENOIT TESSIER (Reuters)
Carlos Arribas

Los hombres Tour están en Japón, otro hotel y otro continente, pero la misma historia. El ciclismo profesional de carretera siempre se siente como un invitado a la fuerza en los Juegos, que siempre están lejos de la Villa Olímpica, ni desfile en el estadio ni banderas. Una inserción incómoda entre competiciones de verdad importantes, Tour, San Sebastián… Equipos de cinco, como mucho, pelotón de 130 con muchos ciclistas de bajísimo nivel y una única ilusión, que una medalla olímpica les haga más héroes aún en sus pueblos y les permita alargar sus contratos unos años más. La prueba olímpica de fondo en carretera: 234 kilómetros desde Musashinonomori, en las afueras de Tokio, hasta el circuito de Fuji, seis horas de carrera que en España se verá entre las cuatro y las 10 de la mañana del sábado (TDP y Eurosport).

El palmarés desde que, en Atlanta 96, el Comité Olímpico Internacional (COI) admitió a profesionales, tampoco se puede decir que es un caldo con la crème de la crème: Pascal Richard, Jan Ullrich, Paolo Bettini, Samuel Sánchez, Alexander Vinokúrov, Greg van Avermaet…

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“Estamos todas las selecciones en dos hoteles en Shuzuoka, a 100 kilómetros de Tokio, y el ambiente es como el de cualquier otra carrera”, dice Pascual Momparler, seleccionador del equipo español, que cuenta con Alejandro Valverde (41 años, quintos Juegos) como líder carismático, que se decía antes, y con los hermanos Izagirre, Ion y Gorka, Omar Fraile y Jesús Herrada, como devotos coéquipiers, dispuestos a agarrar la llama de la responsabilidad si llega la necesidad. “Compartimos alojamiento con Bélgica y Eslovenia, así que todos saben que las medallas saldrán de aquí, jeje”, cuenta el preparador.

Decir Bélgica y Eslovenia es decir Tour, clásicas, caníbales… y, sobre todo, nuevo ciclismo, ciclismo total, de ataque, de no hacer rehenes. Es decir, Wout van Aert, Remco Evenepoel, Tadej Pogacar, Primoz Roglic, Matej Mohoric, los monstruos…

Para tres de ellos, los llamados quizás a poseer un palmarés a lo Eddy Merckx —Van Aert, Evenepoel y Pogacar—, un oro olímpico será una medalla de distinción ante el Caníbal, quien quedó 12º, a los 19 años, en Tokio 64, los únicos Juegos en los que pudo participar pues pasó a profesional dos años más tarde. Con el oro de Tokio al cuello, Van Aert, de Herenthals, el pueblo del Emperador Rick Van Looy, quien con Roger de Vlaeminck y Merckx forman el trío del Gotha de los Monumentos (solo ellos tres han ganado los cinco), o el niño prodigio Remco Evenepoel podrán decir a sus nietos que entre Merckx y él lo han ganado todo. Y otro tanto Tadej Pogacar.

Algo así como el detalle que distingue a Rafa Nadal de Roger Federer y Djokovic: Australia, Roland Garros, Wimbledon y Open de EE UU, los cuatro grandes, más el quinto, el oro olímpico individual.

Frente a los grandes del Tour, frente a Van Aert, el ciclista total que gana en el Ventoux, en los Campos Elíseos y contrarreloj, frente a Pogacar, dos Tours y un monumento a los 22 años, a los que nunca se refiere por sus nombres, Valverde no habla de ofensiva sino de resistencia, de carrera de desgaste. “Es el circuito más duro desde Pekín 2008. No van a hacer falta ataques”, dice Valverde, que nunca se ha mostrado a gusto en los Juegos pero al que el calor japonés, y su humedad, ha devuelto, al menos, un poco de las ganas de correr que le quitaron los heladores Alpes del Tour de Francia, y los heladores ataques de Pogacar. Y el murciano ya conoce cómo se las gasta el niño coloso en las clásicas. Hace tres meses, en Lieja, fue Valverde quien lanzó el sprint de la Decana en los muelles de la capital valona, y el esloveno remontó en extraordinaria e inteligente aceleración el arcoíris de Alaphilippe.

Calor y humedad

No estará el francés ganador del último Mundial, en Imola, también en un circuito de fórmula 1, quien ha preferido estar más tiempo con su Nino casi recién nacido que peleando en Japón, donde sería tan favorito como otro de los ausentes, el nieto Mathieu van der Poel, que prefiere combatir el lunes con el británico Tom Pidcock por el oro en bicicleta de montaña.

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“Llegamos con el equipo y el espíritu de Innsbruck”, dice Momparler recordando cómo ganó Valverde el Mundial en la ciudad austriaca en 2018. “Un equipo compenetrado y comprometido”. “Cada cuerpo es un mundo”, señala, casi cósmico, Izagirre, cuando se le pregunta cómo responderán los organismos al calor (unos 30 grados), la humedad (70%), el jet lag, el poco tiempo de adaptación tras el Tour (los españoles llegaron el martes por la tarde a Tokio). “Pero por la experiencia de otros años, sabemos que el Tour nos deja en un buen punto de forma”. Valverde, más lacónico, prefiere decir: “Estaré en forma o cansado. Ya veremos”.

Un circuito de F-1

Será un Innsbruck en pequeño, quizás, y un recorrido que, según la descripción oficial parece trazado al comienzo por la Tierra Media de los hobbits. Pintorescos riachuelos, carreteras serpenteantes y estrechas, bosques poblados, puentes de piedra y pueblos tradicionales, casas con tejados de aleros infinitos siempre buscando sombra, antes de llegar a las tierras místicas del Monte Fuji, el volcán, la cumbre más alta de Japón (3.776 metros) que escalarán los ciclistas hasta poco más de un tercio de su falda (1.451 metros, el paso Fuji Sanroku). Para terminar, 17 kilómetros después de la subida más dura, un puerto de seis kilómetros al 11%, el Mikuni, al que Ion Izagirre compara con un pequeño Mortirolo, el culto a la modernidad y la velocidad representadas por el circuito de fórmula 1 de Fuji, una montaña rusa, en el que está la meta.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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