Siempre sin frenos Vinicius
El antimadridismo intenta que sea el propio Madrid el que se encargue de desmantelarse a sí mismo


En la mejor temporada de Vinicius, aquella en la que ganó Liga y Champions, goleando en la final (por segunda vez), y se consideraba hecho el Balón de Oro, uno de los debates recurrentes era sobre si debía salir del Real Madrid. Aclaremos algo: cada estrella de fútbol tiene alrededor siempre, revoloteando como mariposas, varios debates, líneas de discusión que le conciernen a veces y otras no. Los medios de comunicación ayudamos a empujar estas discusiones porque la discusión capta atención. Por la calle no te paras a ver como una madre empuja un carrito, sino como discute con otra madre, a ser posible a bofetadas. La gente, cada vez más, quiere ver espectáculos en los que pueda participar; esto es: quiere ver concursos en los que se apueste por ver quién tiene razón y quién no, y tomar partido. Sentirse importante. Todo el mundo quiere abandonar la irrelevancia, que es quizá la conquista más importante del ser humano: la falta de expectativa, la zona gris en la que se deposita la felicidad lineal, esa que sí se recuerda con los años porque es acumulativa y no aspira a levantar Champions, sino a seguir en Primera.
Generar un estado de debate sobre si Vinicius debería seguir en el Madrid es argumento de comedia, salvo que se trate del Real Madrid: entonces de repente hay gente que se lo toma en serio, también entre los merengues. El piperío desconoce los límites, que son sustancia de la civilización. El piperío, ese hallazgo de Hughes, es en esencia el desconocimiento absoluto del sentido del humor, incluso su feroz combate. Si el antimadridismo propone vender al mejor de tu equipo, hay que aplaudirse y reír, y dejar una reseña positiva en El Club de la Comedia, no ponerse a rascar la cabeza. Que es lo que lleva un par de años haciendo la familia más desvariada del madridismo: que Vini protesta, que se va de los partidos, que se mete con los rivales, que da mala imagen. Mala imagen da ganar seis Champions en diez años: el odio sale de ahí. Si el Madrid estuviese jugando y perdiendo la Europa League todos estos años habría racistas que verían a Vinicius blanco. Pero no lo pueden ver más negro: normal.
Uno de los más bellos y maquiavélicos ejercicios del antimadridismo consiste en intentar que sea el propio Madrid el que se encargue de desmantelarse a sí mismo. No es fácil, pero tampoco imposible. No sé si el entorno de Vini ayuda. En el campo, incluso con sus partidos fallidos y sus ausencias bobas, Vinicius sigue siendo un cableado eléctrico que fulmina a los contrarios a golpe de calambrazo. Ofrece cosas que el fútbol, su mecánica y su sinrazón, va extinguiendo entre lágrimas (de ahí las burlas: la lambretta sale cuando se intenta, como la espaldinha; mucho se reían de Cristiano y sus chilenas al aire hasta que marcó la bestialidad del gol de Turín en Champions).
Vinicius, con sus excesos y sus fallos, pertenece a esa rara estirpe de jugadores que no se explican, se sienten. Invitan a la risa y a la bronca, pero nunca a que no se hable de ellos. El día en que fuera de Madrid (y dentro) dejen de discutir sobre él será porque habrán dejado de tenerle miedo, y ese será el momento en que la tragedia se convierta en farsa. Mientras tanto, que el fan comepipas siga bufando y el antimadridismo soñando: ahí abajo, donde huele a hierba, es donde se confirma que arriba todavía queda luz.
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