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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El clásico: el fin del mundo de todos los años

Real Madrid y Barcelona vienen de una semana apoteósica y prometen un partido intenso, que no será definitivo aunque así lo sienta el aficionado

El Clasico de La Liga
Vinicius Junior durante el partido contra el Atlético en el Metropolitano el 29 de septiembre.Diego Souto (Getty Images)
Jorge Valdano

Los hechos positivos atraen sentimientos positivos. Real Madrid y Barça vienen de una semana apoteósica y prometen un clásico intenso. También en el palco, donde los dos clubes se seguirán mirando con sus históricas desconfianzas. El morbo social también hace al espectáculo. Y el gusto por la exageración que caracteriza al fútbol y que nos pone ante partidos, como el de este sábado, que parecen definitivos, aunque falte un siglo hasta el final de la Liga. Estamos ante el fin del mundo de todos los años.

El Madrid volvió a encontrar refugio en su producto típico contra el Dortmund: “la remontada”, evento que, por repetición, ya tiene patentado. Fue un partido en el que parecía imposible jugar peor hasta que un gol inauguró un momento en que pareció imposible jugar mejor. Nadie gana un partido por obra y gracia de un hechizo, así que hay que acudir a razones formales. La primera es esa competitividad impaciente y briosa que convierte al equipo en una apisonadora.

También el talento, esta vez representado a lo grande por Vinicius, ese hombre que no mira hacia los costados. No lo hizo cuando no le acertaba a la portería y no lo hace ahora, cuando se comporta como el mejor jugador del mundo estando al lado del mejor jugador del mundo. Eso habla de una personalidad fuera de lo común. Hay jugadores, y son mayoría, que se apichonan ante la cercanía de un astro, y otros, como Vinicius, que se agrandan. Podría ser porque se sintiera desafiado por la cercanía de un competidor. Pero eso en el brasileño no aplica. Sencillamente, no mira hacia los costados. A sus rivales por el Balón de Oro, cercanos o lejanos, los mata con la indiferencia subido a un nivel futbolístico que crece cada temporada. En esta ocasión, “la remontada” le perteneció en gran parte.

Esta noche Ancelotti meterá mucho músculo en el medio del campo y soñará con que el orgullo de que Mbappé se pique. Los grandes nunca se cruzan de brazos cuando los desafían.

En cuanto al Barça, se encontró frente al Bayern Múnich, la dolorosa unidad de medida de los últimos años. En un ejercicio de inversión espectacular, pasó la prueba dejando una estela de euforia que impactará en su confianza. Llega al Bernabéu como amenaza. Se trata de un equipo que juega a todo tren sin que parezca costarle. Recuerda a esa frase de Truman Capote: “la concentración extrema no sabe lo que es el esfuerzo”. Aplicada a Raphinha, la frase no puede ser más certera.

Flick encontró la fórmula del buen funcionamiento en tiempo récord, pero tiene un mérito añadido, abrirle de par en par las puertas a la cantera. Una prueba más de que el hombre más importante de una cantera es el entrenador del primer equipo. La evolución no se logra en un rato, pero a estas alturas ya parece cierto que en los jugadores que se crían en La Masia hay una información genética que les identifica y que, llegados al primer equipo, les dota de una personalidad futbolística única. Hay jugadores, como Casadó, a quien parecía arriesgado darle el mando del equipo y que, ahora, lo que parece arriesgado es quitarle. Pocas veces lo de “hacer de la necesidad, virtud” ha tenido tanto sentido. Y efecto. El Barça está haciendo un gran juego, pero Flick no es de los que marean la perdiz. El equipo busca la portería contraria con aceleraciones constantes. Otra característica es la presión asfixiante y la defensa muy adelantada que deja latifundios a su espalda. ¿Servirá ante Vinicius y Mbappé?

Esta es una pregunta de las muchas que tendrá que contestar el clásico, ese acontecimiento “definitivo” que llega a mitad de temporada.

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