Menottismo, Bilardismo, Scalonismo: la importancia de crear universos
Los grandes entrenadores ganan gracias a personalidades auténticas y a la creación de un ámbito de trabajo donde solo se acepta a los que se adaptan a él
Veo a la selección argentina en las eliminatorias como un grupo con el oficio, la astucia y el virtuosismo propios del jugador argentino. Manda Scaloni, ya prestigiado por dos Copas América y un Campeonato del Mundo. Entrenador clásico y moderno a la vez, mezcla rara que nos concilia. Antes de que la política se apoderara de la palabra “grieta”, menottismo y bilardismo fueron nuestra grieta futbolística, un abismo entre opuestos. Menotti y Bilardo fueron los generales de esos dos ejércitos con seguidores incondicionales y enemigos implacables. Historias de éxito dignas de estudio.
Cuando Menotti se hizo cargo de la selección argentina, aquel era un territorio caótico. Se venía de frustraciones históricas y de un fracaso reciente: octavo de 16 selecciones participantes en Alemania 74. Para colmo el Mundial 78 se realizaría en Argentina, con el correspondiente estallido identitario.
Creó un ámbito muy profesional, exigió condiciones a los clubes y empezó a convocar a jugadores talentosos de todo el país a través de una selección juvenil, otra del interior del país, otra de la provincia de Santa Fe y, una cuarta de Buenos Aires. De todas sacó elementos para la selección mayor.
Su mundo futbolístico se remitía a “la Nuestra”, un conjunto de ideas que habían acriollado el fútbol para alejarse de la influencia inglesa. Se le rendía culto a la habilidad, a la picardía, a la valentía para pedir la pelota y para meter la pierna.
El equipo del 78 le sumó a ese estilo una dinámica viva. Defensa adelantada, presión organizada, buen trato de pelota y ambición goleadora. Menotti, de palabra y obra, le aportaba grandeza al fútbol y los jugadores se sentían protagonistas dentro y fuera de la cancha. El 78 se ganó y, desde ese momento, jugar en la selección pasó a ser un honor y una gran responsabilidad.
Cuatro años después, España 82 terminó en fracaso y en un juego de contrastes difícil de entender: Menotti fue reemplazado por Bilardo, un estilo opuesto de vida y de fútbol, pero también creíble porque todo lo que se hacía era coherente con la personalidad del nuevo conductor.
Con Bilardo lo normal era entrenar con ropa ajada y las concentraciones se hacían en sitios modestos. Creía en la humildad, en la exigencia y en la táctica férrea… Un nuevo ámbito que fue convirtiendo en leales al núcleo duro de los jugadores, que tuvieron que pasar una especie de servicio militar. Auténticos soldados que jugaban en Argentina y sufrieron lo indecible para aprender el régimen bilardista y para contagiárselo a unos pocos que nos incorporamos desde clubes europeos.
Bilardo estudiaba a fondo a los rivales y exigía un nivel de concentración y entrega a la altura de su obsesión. Capaz de meter una bronca bíblica por una distracción, pero también de hacerse querible con excentricidades y demostraciones afectivas que lograban la adhesión de la tropa. Su enfermedad se llamaba ganar y para lograrlo disparaba la adrenalina y no distinguía el bien del mal. Durante años la opinión pública lo demonizó, pero el triunfo en México 86 obró de revancha, perdón y premio.
Un componente común explica el éxito de los dos antagonistas. Los grandes entrenadores ganan gracias a personalidades auténticas, cuyas fuertes convicciones crean ámbitos de trabajo en los que solo se admiten a los que están dispuestos a hacer un esfuerzo de adaptación sin fisuras.
Menotti y Bilardo supieron crear universos a la medida de sus obsesiones. Una manera de vivir, una manera de jugar y, finalmente, una manera de ganar. Aquella guerra y también esta paz lograda por Scaloni solo habla bien del jugador argentino, capaz de adaptarse a todos los retos y a todos los estilos.
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