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DE ÁREA A ÁREA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nuevos zigzagueos del reglamento

Tantas precisiones detallistas en que se mete el Reglamento en estos tiempos, tejiendo y destejiendo tablas de casos posibles, han ido destinadas a privar al árbitro de su albedrío

Álvaro Morata, capitán de la selección española, interpela al colegiado Francois Letexier durante la Eurocopa 2024.
Álvaro Morata, capitán de la selección española, interpela al colegiado Francois Letexier durante la Eurocopa 2024.ANP (ANP via Getty Images)

Nueva temporada, nuevos usos arbitrales. Nos vamos resignando, a estas novedades y reinterpretaciones del Reglamento, muchas de quita y pon, que crean desconcierto.

Me parece positiva una, que no es sino el regreso a las cosas como eran y como nunca tuvieron que dejar de ser: que sólo el capitán pueda interpelar al árbitro. Así estaba especificado en aquellos viejos libros de Reglamento de Pedro Escartín, un superventas reeditado cada dos o tres años con algunas novedades. Cosas muy menores, que respondían a casos prácticamente imposibles, elevados a la International Board como consulta. Preguntas casi teológicas: “Si en un saque de portería, una vez que el balón ha salido del área regresa a ella por efecto del viento, ¿está en juego o no?” Cosas que nunca pasaban y que provocaban discusiones entre los amantes del Reglamento, que éramos casi todos los aficionados.

Pero en lo esencial había unanimidad. Elaborado durante muchos años a partir de la primera redacción, en 1863, y corregida a base de prueba y error, hasta 1938, cuando Stanley Rous le dio una redacción clara, de entendimiento universal. En el parque todos sabíamos lo que era mano, lo que era agarrón, lo que valía y lo que no.

Ahora se toquetea todo cada poco y cuando es para bien es porque se regresa a lo que era y nunca debió dejar de ser. Por ejemplo, a que sólo el capitán esté facultado para dirigirse al árbitro. Fuera esos corros de la patata que en tan mal lugar dejan al fútbol. A esto se ha llegado porque se ha ido abriendo la mano hasta llegar al desmán. En la Eurocopa funcionó, veremos si también en los campeonatos nacionales. Una Eurocopa, como un Mundial, se juega con la prudencia de lo excepcional. Imponer el mismo respeto en lo cotidiano quizá no sea tan fácil.

Otra novedad antigua: no se puede agarrar en las áreas. Pues qué bien. Pero eso ya será más difícil, porque hace mucho que los árbitros cayeron en “le agarra, pero no con la bastante fuerza…” y existe un miedo paralizante al penalti, no vaya a ser que Medina Cantalejo te lance anatema de ‘pitapenaltitos’.

Y otra novedad que será liosa: en 1990 se decidió expulsar al que cortara con la mano un balón dirigido a portería. Fue un enredo surgido, cómo se lían las cosas, a raíz de la defensa adelantada del Milán. Se extendió el modelo y cuando se iba a puerta y era derribado fuera del área, lo que empezó a pasar con más frecuencia, un simple golpe franco pareció poco castigo, y vino aquello de expulsión si la oportunidad era “clara y manifiesta”, lo que ha dado lugar a tantas discusiones. A algún lumbrera se le ocurrió entonces que un tiro a puerta potente y bien dirigido era ocasión manifiesta de gol, así que cualquier mano que lo cortara debería ser sancionada con expulsión. Penalti y expulsión si sucedía en el área, golpe franco y expulsión si sucedía fuera del área. Ahora, a la vista de que penalti más expulsión juntos es mucho, se amortigua y las manos en el área a balón que va a portería acarrearán expulsión sólo si son voluntarias. Si son involuntarias, no. Penalti sí, pero sin expulsión.

Tantas precisiones detallistas en que se mete el Reglamento en estos tiempos, tejiendo y destejiendo tablas de casos posibles, han ido destinadas a privar al árbitro de su albedrío. Se arrinconó la voluntariedad en la idea de que el árbitro no puede leer el alma de los jugadores. El Reglamento de 1925 dejaba largo margen a la interpretación del juez, fiel al estilo de jurisprudencia sajón. Eso se ha ido eliminando con una montaña de instrucciones que pretenden abarcar las variables infinitas de cada jugada. Algo imposible. Ahora, de golpe, se resucita la discrecionalidad del árbitro para este caso.

Líos que confunden al aficionado, perdido en este bosque de cambios que acumula ilógica sobre ilógica.

Eso sí: llega el fuera de juego semiautomático. Pronto sabremos en una millonésima de segundo su hay o no fuera de juego por una micra de uña, flequillo o punta de la bota.

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