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GALLINA DE PIEL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Pelopina y Pedro Sánchez

El entrenador del Barça señaló el camino al presidente del Gobierno, que ha adoptado su legendario método giratorio para sacudirse la presión y seguir conquistando metros en el campo

Xavi, en el entrenamiento de este pasado domingo.
Xavi, en el entrenamiento de este pasado domingo.Alejandro García (EFE)
Daniel Verdú

El mejor movimiento de Xavi, el que nos ponía a todos en pie, fue bautizado como la Pelopina. Se llamaba así porque cuando el centrocampista -apodado en el vestuario como Pelopo- recibía un balón y veía por el retrovisor que se acercaba un tren de mercancías para robárselo, daba una vuelta sobre sí mismo de 360 grados, se sacaba de encima al acosador y luego continuaba en la misma dirección conquistando metros en el terreno de juego. Una cuestión de supervivencia, explicaba él, por la falta de un físico más contundente. Lo interesante es que ahora, como entrenador, desempolvase su Pelopina para volver a rotar descolocando al personal y terminar volviendo al mismo lugar. O sea, al banquillo del Barça después de anunciar que se marchaba. Una jugada clave también para entender la política actual, incluida la que rodea al fútbol.

Xavi puede gustar más o menos, pero ha creado una escuela de hierro forjado que imitan los estrategas más reputados. Su decisión, su marcha atrás, sus fintas y amagos con irse y todo lo que vino después recuerdan inevitablemente al último gran truco del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Lo comprobamos ayer con el corazón en un puño a las once de la mañana: los que querían que se fuera, los que no y los que no tenían una opinión clara al respecto. La Pelopina está de moda. Y su aplicación en el campo parlamentario significa solo que el fútbol, o sus salas de prensa, se han convertido también en una olla a presión en la que sus protagonistas no están dispuestos a vivir. Aunque les vaya en el cargo. Todo está demasiado politizado o, al menos, lo que tiene que ver con determinados equipos.

La Pelopina, traducida a la política, vendría a ser aquello del Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual. Es decir, construir una ilusión de movimiento a través de la rotación de 360 grados sobre un mismo eje (entiéndase ese eje como el interesado y la ilusión como un mensaje a la toxicidad del famoso entorno). Es la obra maestra de la política italiana de las últimas décadas y un instrumento muy útil cuando las cosas no funcionan o cuando alguien que no ha colmado las expectativas generadas quiere conservar su puesto y para ello aparenta estar haciendo un montón de cosas. Porque uno podría pensar que dimitir es algo del momento, el resto sería solo ganar tiempo.

El resumen de todo esto, sin embargo, es un extraño vaso comunicante que ha conducido a la bufandización de la política (los hooligans del Sanchismo en la puerta de Ferraz como si fueran la grada de animación y comparecencias en la Moncloa un lunes por la mañana más emocionantes que una final de Champions) y a una exagerada dramatización del fútbol (judicialización del deporte, machismo, racismo, salud mental, artículos como este mezclando churras con merinas y hasta un VAR convertido en una forma de lawfare). Una buena Pelopina fuera de la cancha -en la política o en los despachos del club- podría parecer estrategia, pero sugiere también una sensible falta de planificación. Y que, con frecuencia, tengamos la sensación de estar en manos de improvisaciones e impulsos personales que ignoran las consecuencias colectivas de esas decisiones. Aunque eso sí, menudo regate.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.
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