El consejo de Johan Cruyff
Agradecí la reflexión que me hizo tras un partido entre el Barcelona y el Real Madrid como si se tratara de un generoso acto de amistad entre dos amigos mafiosos
Si hay que evaluar el peso del talento para distinguir la categoría de un jugador, Johan Cruyff estuvo indiscutiblemente entre los mejores. Si a esa consideración hay que agregarle su influencia como entrenador en la evolución del juego, la suma no deja dudas: Johan no tiene rival. Un genio en la práctica y un genio en el saber.
Fue un entrenador muy celoso de su independencia, no quería que nadie se interpusiera entre él y sus jugadores. Le sobraba prestigio e imaginación para blindar su cargo y cuando las cosas se ponían feas era taxativo. A Xavi, cuando era apenas un proyecto de entrenador, le dio este consejo con su castellano aproximado: “La única manera de sobrevivir en ese cargo es mandar al presidente a tomar puñetas, que no se meta y, si no, decir adiós y buenas noches”.
Aunque llegamos a desarrollar la profesión en orillas opuestas, él en el Barça y yo en el Madrid, lo admiré mucho. Como jugador lo enfrenté una vez sin más historia que alguna anécdota menor. Como entrenador alcanzamos otro nivel de complicidad que se fortaleció en los enfrentamientos. Él siempre en el Barça y yo primero en el Tenerife y más adelante en el Real Madrid. En mi primera temporada en el Madrid fuimos campeones. En la siguiente empezamos mal, no encontrábamos la manera de enderezar el rumbo y como el Madrid es uno de los equipos del mundo que peor se relaciona con las derrotas, cuando a mitad de año llegamos al Clásico, mi situación era de debilidad. Si en la temporada anterior habíamos resuelto el duelo en el Bernabéu con un 5 a 0 “inolvidable”. A esas alturas aquella gesta se había olvidado y había que ganar para sobrevivir en el cargo. El partido fue parejo y el resultado también: 1 a 1. Insuficiente.
Cuando, tras el partido, estaba subiendo, como alma en pena, las escaleras del túnel, vi que Johan me estaba esperando en lo alto como si tuviéramos una cita.
Después de saludarme con el afecto de siempre, fue al tema crítico:
—Tenías que ganar y has empatado.
Le contesté que todo nos estaba costando mucho… Pero Johan no estaba ahí para analizar las cosas, sino en condición de amigo y consejero.
—¿Sabes lo que tienes que hacer?
Me costó entender lo que quería decirme porque yo aún estaba metido en un bucle, dándole vueltas al partido. Fue entonces cuando me regaló su medicina infalible, solo que en una dosis más contundente que la que le ofreció a Xavi.
—Vete a la rueda de prensa y mata a tu presidente.
—¿Por qué motivo?
—Cualquiera. Invéntate alguno, pero mátalo.
Johan era un genio superando crisis. En una ocasión, estaban a punto de echarlo y filtró a la prensa las diez condiciones que le ponía a los directivos para salir del caos, y culminaba la nota con una advertencia: “de lo contrario, me voy”. Se apoderaba del centro del escenario y cambiaba como por arte de magia el eje de la polémica.
Ese no era mi perfil. Ni siquiera tenía imaginación para inventarme un asesinato mediático. Pero agradecí aquel consejo como si se tratara de un generoso acto de amistad entre dos amigos mafiosos. Es hasta tierno que te ofrezcan un cuchillo para matar a un presidente que está pensando en cómo matarte a ti. En términos jurídicos tiene justificación, se llama defensa propia. Como no soy muy listo ni era Johan Cruyff, supe apreciar el consejo, pero no lo lleve a cabo. Poco tiempo después me echaron a la calle. Moraleja (para Xavi o para quien esté en un aprieto): a los genios hay que hacerles caso.
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