Otro gol normal de Lord Bellingham
No es que el inglés sea Messi, ni lo pretenda. Y parece obvio que no lo necesite: en el fútbol, incluso en la vida, se pueden ser tantas cosas sin necesidad de ser Maradona
Dice mi padre que el gol de Bellingham en el Diego Armando Maradona le pareció normal y corriente. Lo es, al menos para un talento superlativo y avanzado a su tiempo como el inglés. Él mismo lo explicaba al final del partido. “Me llegó la pelota y me fui hacia al área. Intentaba buscar a Vini y Rodri… Y cuando vi que se me abría hueco, seguí corriendo”, dijo. No se intuye la épica maradoniana del Estadio Azteca en su relato, ni mucho menos. Si acaso nos resulta paradójico que sea un inglés el que no se quede por el camino y atraviese la pechera del equipo rival hasta inyectarle veneno en el corazón. Es un gran gol, qué duda cabe. Pero estamos hablando de Bellingham. Y por eso se le debe consentir a mi padre esa falta de asombro autoimpuesta que parece haber adoptado como coraza contra lo que todavía está por venir.
En cada acción del cinco se repetía un soniquete que le hace más justicia de la que parece. “El antiguo San Paolo”, decía alguien, no recuerdo si uno de los comentaristas o cualquier vecino de parroquia. Y entonces pensaba yo que todo parece antiguo al paso de Bellingham, cómo no va a parecerlo un mamut de acero y cemento que parece sostenerse con hilos invisibles y alfileres. El martes soportó un terremoto. O el estallido de un volcán ajeno, también con nombre de canción, pero de los que invitan a estremecerse no más de un segundo, que es el tiempo que va desde un gol tremebundo a la rendición. “Y cuando estoy uno contra uno en el área tengo mucha confianza”, prosigue su autobiografía del momento. Llegará un día en que nos parecerá absurda tanta confianza y tanta normalidad.
Tampoco es que Bellingham sea Messi, ni lo pretenda. Y parece obvio que no lo necesite: en el fútbol, incluso en la vida, se pueden ser tantas cosas sin necesidad de ser Messi o Maradona… Si hubiera que compararlo con alguien, que es una tarea mucho más golosa y menos precisa que definirlo, se podría pensar en una aleación de Pete Sampras y Lebron James, ninguno de los cuales pasa por ser futbolista. Está por ver que Lord Bellingham lo sea. De momento solo lo parece (todavía habrá que esperar a que le practiquen las pruebas pertinentes en algún laboratorio), aunque también pueda parecer mil cosas más: un astronauta, un androide, un pirata, un comisario político, un guitarrista, un efecto meteorológico, el bosón de Higgs… También un individuo que me obliga a utilizar demasiado puntos suspensivos en un mismo párrafo, que es una manera como otra cualquiera de transformar el vicio en virtud.
“Estuvo bien”, remachaba el goleador improvisado de este Madrid post Benzema su relato de ese gol generacional en el antiguo estadio San Paolo, ahora un poco más antiguo tras haberle pasado el futuro por encima. La sencillez y la normalidad son hijos de un mismo padre. El de Jude Bellingham se llama Mark y es un sargento de policía que ha marcado la friolera de 700 goles en 900 partidos con el West Midlands Police FC, un club amateur formado por policías de la ciudad de Birmingham. Se llevaría bien con el mío. Mark Bellingham tiene un hijo que convierte en normal lo excepcional, mientras mi viejo aprovecha cualquier atisbo de confusión para renegar de mí y afirmar, con total normalidad, que soy hijo de soltera.
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