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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Para qué sirve el fútbol?

Nuestras jugadoras, se han ganado —y con ellas nos han dado— el derecho a la felicidad, a la alegría y a la luz. Todo lo logrado no se puede perder en la oscuridad de lo innoble

Las jugadoras de la selección española levantan el trofeo de campeonas del mundo, el pasado domingo en Sídney (Australia). Foto: HANNAH MCKAY (REUTERS)
Andoni Zubizarreta

Cuando Argentina ganó la final del Mundial jugado en Qatar se me ocurrió enviar un mensaje a mi amigo argentino para felicitarle y desearle que esa inmensa alegría se convirtiera en una energía positiva que pudiera ayudar a su país para encontrar caminos más alegres que en los que andaba transitando. Pensaba yo que además de sacar millones de personas a la calle, el fútbol también ayudaba a vender cientos de miles de camisetas, de generar un pico de gasto que siempre genera el optimismo (ver Navidades de cada año), crear referentes para el presente y para el futuro, construir recuerdos compartidos, abrazos con desconocidos, anécdotas que ya siempre se quedarán con nosotros y pasan de generación en generación, y hasta ayudar a fortalecer la autoestima de un país. Un logro de ese calibre ayuda a que la visión fragmentada de nuestra sociedad se una bajo los colores de una camiseta, bajo la certeza de que aquellos/aquellas que la visten nos representan de forma digna y nos muestran esa vía en la que unidos somos mejores, una vía en la que todos somos necesarios y nadie es contingente.

Hay otras cuestiones relacionadas con el impacto económico en la mejora de la imagen de un país, la conveniencia en la practica deportiva, la demostración física que eso de los valores no es solo una leyenda. En definitiva, se constituyen en una parte sustancial del relato positivo de un país.

En alguna de esas cosas pensaba mientras veía a la selección española femenina proclamarse campeona del Mundo en la magnífica final de Sídney y le sumaba todo el valor simbólico y práctico que tenía esta estrella para hacer visible de forma definitiva que no hay géneros en el fútbol y que de esa manera ese título mundial debería ser una energía que debía impulsar proyectos, sueños y deseos en los que solo la capacidad, el compromiso y el talento fueran lo que determinase su posibilidad de realizarse.

Pensaba en que sería maravilloso que este enorme logro nos pillase con un buen convenio para el fútbol femenino para implantar y disparar el interés de las cadenas de televisión (no olvidemos que la mayoría de esas campeonas juegan en nuestro país, en nuestra Liga F) y ese interés derivase en excelentes audiencias como la de la final y eso produjese mayores recursos para reinvertir en el mismo fútbol. Esperaba yo que alguien se hubiera puesto a reflexionar en que si ese título iba a disparar la demanda en el fútbol femenino habría que pensar en como desarrollar nuevas instalaciones y no olvidar nunca que el fútbol, en cualquiera de sus géneros, tiene todo el derecho a expandirse, pero que hoy mismo atletas españoles luchan por sus medallas en el Mundial de atletismo y que en un año estaremos en los Juegos Olímpicos de París y también querremos que allí se vea y se sienta la capacidad de España para ser competitiva en disciplinas que aprendemos y olvidamos según se desarrollan las jornadas olímpicas. Y a todas ellas y ellos, también les debemos nuestra atención y nuestro interés.

Todo ello podría ser un excelente programa para la Asamblea Extraordinaria de la RFEF de este viernes. Para agradecer el trabajo previo y compartir el éxito logrado con todos y todas: territoriales, clubes, jugadoras y jugadores, entrenadores y entrenadoras, árbitros y arbitras presentes. Y plantear los siguientes pasos para aprovechar este impulso, este viento favorable, este tiempo de esperanza.

Pero me da que el asunto a debatir es triste, sucio, desilusionante y decepcionante. Un asunto que necesita una resolución rápida y firme ya que todo lo logrado no se puede perder en la oscuridad de lo innoble.

¿Por qué, de verdad, somos incapaces de utilizar esta conquista para crecer?

Porque ellas, nuestras jugadoras, se han ganado —y con ellas nos han dado— el derecho a la felicidad, a la alegría y a la luz.

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