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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Carlos Soria, 86 años, se cuela en la cima del Manaslu después de intentarlo por vez primera hace 52 años

Dos días antes, el esquiador polaco Andrzej Bargiel firmó el primer descenso íntegro con esquís del Everest sin ayuda de oxígeno artificial

Carlos Soria, cuando subió el Aconcagua.
Óscar Gogorza

Para esquiar el Everest desde la cima hasta el campo base, el polaco Andrzej Bargiel necesitaba pista libre, es decir, nada de atascos, ni escenas ridículas en el techo del mundo. El resto lo pondría él con la ayuda del otoño. Para alcanzar la cima del Manaslu (Nepal) 52 años después de su primer intento, el abulense Carlos Soria precisaba tod la fortuna que nunca tuvo en el Dhaulagiri, cima que ha intentado 14 veces sin éxito. Y mucho más. Para completar el primer ascenso y descenso del Everest sin ayuda de oxígeno artificial, Bargiel tuvo que tirar de su pasado de atleta de élite como esquiador de montaña y de su enorme experiencia en descensos extremos firmados en todo el planeta, entre ellos siete montañas de más de 8.000 metros con el K 2 al frente. El resultado regala una semana para el recuerdo en las altas cimas del Himalaya, dos gestas bien diferentes que extraen de la rutina el trasiego comercial de las rutas normales en los ochomiles. Carlos Soria, 86 años, prótesis en una rodilla, y todos los achaques lógicos de su edad, firmó ayer una ascensión en la que nunca habría creído en 1973, cuando regresó a casa tan emocionado como frustrado por su experiencia en el Manaslu (8.163 m). En aquel viaje, Soria se enganchó a las sensaciones de la hipoxia, regresó dos años más tarde para ser testigo del primer ascenso español a una de las 14 cimas más elevadas del globo. Indispuesto tras poner su motor al límite, Soria solo pudo ser testigo lejano de la proeza firmada por Jerónimo López y Gerardo Blázquez el 25 de abril de 1975. Seguramente, nunca pensó que celebraría la efeméride medio siglo después, ni siquiera cuando en 2010 logró alcanzar dicha cima a una edad en la que lo habitual es perder cualquier capacidad de soñar.

El alpinismo, a veces, solo funciona desde la obsesión, aunque hoy en día se suavice el término aludiendo a la motivacion. La fortaleza de Soria no reside en su capacidad para entrenarse y mantenerse en forma, sino que su motor tiene que ver con la ilusión casi irracional por escalar montañas que jamás le ha abandonado pese a las distracciones propias de la vida común: su trabajo como tapicero, su matrimonio, sus hijas, sus nietos… nada le ha apartado de su deseo de vivir las emociones de una expedición, de pelear, caer, levantarse y volver a empezar. De vivir una vida alternativa dentro de su vida. A su edad, solo el tedio de las colas en los aeropuertos debería agotarle… pero no. Ahora, se presenta a sí mismo como un ejemplo para la tercera edad, un modelo a seguir para aquellos que no renuncian a ser protagonistas de sus existencias.

Todo esquiador extremo entiende que para serlo hay que ser, primero, un alpinista sólido. Bargiel lo es y nada parece apartarlo de su sueño de esquiar los 14 ochomiles. “Si alguien piensa que esquiar en la montaña, y especialmente en la más elevada del planeta, es fácil, un mero deslizar, está muy equivocado. Cuando escalé el Nanga Parbat hace unas semanas por la vertiente Rupal a través de la ruta Schell, volé desde la cota de los 7.700 metros. Llegué al campo base en media hora, mientras que mis compañeros Tiphaine Duperier y Boris Langenstein, que decidieron descender con esquís, tardaron tres días más. Les seguía con aprensión desde la base con los prismáticos, les veía dibujar un giro en la nieve y descansar 10 minutos antes de hacer otro giro. La suya fue una pelea épica”, explica el atleta de The North Face David Goettler, uno que sabe del sufrimiento que supone alcanzar el techo del planeta sin la ayuda de oxígeno artificial. Si el otoño vacía el Everest, lo desnuda de los turistas que acuden en masa en primavera, la nieve copiosa puede ser un problema: en su ataque a cima, Bargiel tuvo que abrir huella y tardó una barbaridad en alcanzar la cima desde el campo 4 (7.900 m): 16 horas. Apenas 20 minutos después, se calzó los esquís e inició un muy delicado descenso, guiado por su hermano gracias al vuelo de un dron y atento a ejecutar cada giro con precisión pese al agotamiento, los reflejos mermados, los músculos agarrotados por la falta de oxígeno y la deshidratación. Cinco horas después ya de noche, alcanzó el campo 2 (6.900 m), descansó y reemprendió la bajada con las primeras luces: faltaba por resolver el tramo infernal de la cascada del Khumbu, la clave de la ruta, que cruzó sin ayuda de cuerdas fijas para ganar la ladera del Nuptse y se quitó las tablas en el campo base. Nadie lo había logrado hasta la fecha. En 1996, Hans Kammerlander también alcanzó la cima sin ayuda de oxígeno embotellado, pero no logró esquiar hasta el base. Stefan Gratt hizo lo propio en 2001, mientras que un año antes Davo Karnicar esquío de arriba abajo pero empleando oxígeno artificial.

La cima de Soria es un asunto de equipo y de amistad de muy largo recorrido, como la que le une a Luis Miguel López Soriano, con quien ha compartido gran parte de sus últimas expediciones y responsable de aportar la documentación gráfica. Faltaba un habitual, como Sito Carcavilla, pero a cambio los dos viajaban con la compañía de tres trabajadores de la etnia sherpa (Mikel, Nima y Phurba). Ocho de los 12 ochomiles que acredita Soria llegaron después de que cumpliese los 60 años. Mientras completa la fase final del descenso, casi todos dan por seguro que este no habrá sido su capítulo definitivo en el Himalaya.

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Sobre la firma

Óscar Gogorza
Periodista especializado en actividades de montaña y escalada, escribe para EL PAÍS desde 1998. Coordina el blog 'El Montañista'. Dirigió la revista' CampoBase' durante una década y es guía de alta montaña UIAGM.

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