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El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Alpinismo del siglo que viene: cómo escalar el McKinley tres veces más rápido que en el año 2000

Tres norteamericanos vuelan en una de las rutas icónicas de la montaña de Alaska, rebautizada como Denali en 2015, al invertir poco más de 21 horas, cuando el récord anterior era de 60

Alpinismo
En las rampas finales de acceso a la cima del Denali.

El alpinismo siempre ha avanzado por comparación; las nuevas generaciones experimentan la necesidad de medirse a los que les inspiraron y a las montañas que les hicieron grandes. Solo para conocer su sitio. Los mejores siempre se acercan con una mirada distinta, con hambre de dejar su huella y mejorar lo establecido. Pero lo que acaban de firmar, el pasado 20 de mayo, los alpinistas norteamericanos Jackson Marvell, Alan Rousseau y Matt Cornell en la ruta conocida como la Slovak Direct al Denali -Mc Kinley hasta 2015, cuando fue rebautizada por el presidente de EEUU, Barack Obama-, la montaña icónica de Alaska, va mucho más allá. Es una revolución que obligará al resto a asumir cambios radicales en su forma de entender cómo hay que progresar por una montaña severa.

En 1984, los alpinistas eslovacos Blazej Adam, Tono Krizo y Frantisek Korl emplearon 11 días en escalar la cara sur del Denali (6.190 metros), firmando una ruta técnicamente difícil con severos tramos de hielo y mixto, y un compromiso enorme en sus 2.700 metros de desnivel. Aquí, el mal tiempo reinante suele torcer cualquier intento de rescate, y un simple esguince de tobillo puede matarte. En el año 2000, los incomparables alpinistas norteamericanos Mark Twight y Steve House, junto a Scott Backes, perpetraron un verdadero golpe de estado y se apuntaron la Slovak Direct en un ataque de apenas 60 horas. Twight y House habían decidido que el alpinismo no era cosa de iluminados, hippies e inadaptados, sino un deporte como cualquier otro en el que el entrenamiento, la planificación y la logística bien aplicada debían ser obligatorios. Sus ascensiones siguen siendo impresionantes, aunque ahora palidezcan bajo los focos de lo logrado por sus tres compatriotas: han repetido la ruta en 21 horas y 35 minutos. El futuro se ha adelantado sobremanera.

Foto de cima: de izda a dcha, Cornell, Marwell y Rousseau.
Foto de cima: de izda a dcha, Cornell, Marwell y Rousseau.

En 2019, los alpinistas catalanes Marc Toralles y Bru Busom escalaron la Slovak Direct en cuatro jornadas de pelea. Encontraron la montaña en unas condiciones pésimas y, pese a esto, siguieron escalando, en parte porque ya habían pasado un punto de no retorno. Marc Toralles llegó entonces a una conclusión: para el alpinismo de compromiso que persigue, debía entrenarse mucho más.

Bien entrenados y con las ideas claras llegaron a Alaska Jackson Marvell, Alan Rousseau, dos que suelen escalar juntos y que llevaban tres años persiguiendo la ruta. Sin embargo, se habían prometido que solo la intentarían bajo una ventana larga de tiempo inmaculado. Cuando esta llegó, Matt Cornell se les unió. El trío llevaba tres años escalando juntos en Yosemite, y había abierto varias nuevas vías en Alaska y creía posible bajar de las 60 horas. Tampoco les obsesionaba la idea, pero era una fuente de inspiración. “Queríamos ver dónde nos encontramos frente al registro de House, Twight y Backes, pero no para vencerles sino porque la vía es preciosa”, explica Jackson Marvell en sus redes sociales.

El trío dividió los 2.700 metros de la ruta en tres secciones: Rousseau escaló en cabeza el primero, fue relevado por Marwell y Cornell remató la faena. Minimalistas, llevaron apenas 10 tornillos de hielo, dos juegos de empotradores y solo una cuerda además de una carga de gas y un hornillo para hidratarse. Escalaron asegurados únicamente los tres largos más complicados, y avanzaron en simultáneo el resto de la ruta, lo que les permitió sobrevolar el recorrido… Contando, eso sí, con una solvencia técnica, física y psicológica deslumbrante. Cerca de la cima, el cansancio les obligó a aminorar la marcha, pero el trabajo estaba hecho. “Estábamos muy motivados, todos teníamos una enorme curiosidad por saber lo rápidos que podríamos ser y pasamos muchas horas hablando de estrategias y definiendo nuestros roles”, confía Marwell. Ahora, aseguran, tres es el número perfecto para enfrentarse a su próximo reto: la cara norte del Jannu (7.710 m, Nepal), el próximo mes de septiembre.

Rousseau, en el tercio de la ruta que le tocó escalar en cabeza.
Rousseau, en el tercio de la ruta que le tocó escalar en cabeza.

Si Rousseau y Marwell son dos alpinistas especiales, su socio Matt Cornell es un eslabón más de la inagotable cantera de superdotados del alpinismo en Norte América, en la línea de Alex Honnold o del canadiense Marc André Leclerc. En 2020, una pequeña nota breve en una revista online estadounidense presentó en sociedad a Cornell: acababa de escalar una vía de roca y hielo en solo integral. No se trataba de una vía menor, sino de una joya de la dificultad ubicada en Montana (EEUU) con tres largos de roca para enlazar con dos de hielo. La roca, tan podrida y de pésima calidad, estaba aseguraba con seguros de expansión. Cornell pasó por ahí sin cuerda en uno de los ejercicios solitarios más espeluznantes que se conocen.

Justo cuando debía decidir si empezar o no sus estudios universitarios, Matt Cornell pidió un tiempo muerto en su vida y se echó a la carretera. No se veía trabajando ocho horas en una oficina, ni atado a “lo que la sociedad considera normal”, pero tampoco sabía qué quería exactamente, salvo encontrarse a sí mismo en algún lugar de su viaje interior. Necesitaba perspectiva. Así llego a Montana, donde conoció a Conrad Anker, uno de los más prestigiosos alpinistas norteamericanos, quien le ofreció un turno de trabajo en el restaurante de su madre. Dormía en una hamaca en el bosque, con una parrilla y una cafetera como único mobiliario. “Si prescindes de las cosas materiales, nada te ata y eres libre para hacer lo que quieras con tu vida: escalar en mi caso”, suele explicar Cornell.

Así pasaron seis años. En esas noches de hamaca, la soledad aullaba. Pero para escalar hace falta dinero, y el sueldo del restaurante apenas le permitía viajar de expedición, así que vendió su furgoneta y se compró una bicicleta… Se puede decir que abrazó el entrenamiento más severo por accidente, como cuando lo atropelló un camión y se fracturó el sacro. Recuperado, en 2019 escaló en Alaska, Patagonia, y Pakistán. Sigue sin tener casa, aunque ahora vive con otros cuatro compañeros en el piso alquilado más barato que ha encontrado. Sigue desplazándose en una bicicleta con alforjas y hace dedo cuando le toca. Y sigue escalando sin cuerda, aunque cuando se ata a una la historia del alpinismo sufre una alucinante sacudida eléctrica.

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