La Copa de la discordia
Brasil, ganador de cinco de las últimas 10 ediciones, ejerce de anfitrión en medio de la pandemia y la crisis social que acechan al continente sudamericano
Messi quería jugar; Neymar, no. La Copa América que se debía disputar en Argentina y Colombia se trasladó de urgencia a Brasil y a los muchachos de la Canarinha les cayó como una bomba. Por la pandemia, sí. Por la crisis social, sí. Pero también porque Brasil se quedó con cinco de las últimas 10 ediciones del torneo continental más longevo (se inauguró en 1916) y jugar en casa, después del ajetreado calendario en Europa, era una presión extra que Neymar y compañía buscaban regatear. A Messi le pasaba todo lo contrario. Argentina no conquista América desde 1993. La Copa, sin embargo, no pone una venda en los ojos de la pandemia. Venezuela, justo antes del estreno ante Brasil (este domingo, 23.00), sufrió un brote de coronavirus: 12 miembros, incluidos cinco futbolistas, dieron positivo. La Conmebol ya tenía la solución. Cambió el reglamento para que cualquier jugador pueda ser sustituido en el caso de contagiarse. Todo vale.
La idea de la organización era igualar el calendario con Europa. Argumentaban que si la Copa América se jugaba al año siguiente de los Mundiales, las selecciones sudamericanas estaban en desventaja respecto de las europeas. La diferencia es que mientras que los estadios en la Eurocopa abrieron las puertas a sus aficionados, en Sudamérica escuece tanto la crisis social como la pandemia.
Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, tendió la mano tras caerse Colombia (por las revueltas) y Argentina (pandemia) como sedes, aunque el asunto ha pasado incluso por los tribunales y los futbolistas se mostraron reacios a jugar. Sobre el césped, Brasil ejerce de anfitriona y favorita mientras que a Messi, que el 24 de junio cumple 34 años, se le agota el tiempo de ganar un título con Argentina.
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