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El Tour de Francia arderá en los Pirineos el fin de semana

Victoria al sprint de Philipsen en Pau la víspera de dos días de alta montaña en los que proseguirán su duelo interminable Vingegaard y Pogacar, que pierde a Ayuso

Jonas Vingegaard (izquierda) y Tadej Pogacar durante el Tour de Francia.
Jonas Vingegaard (izquierda) y Tadej Pogacar durante el Tour de Francia.GUILLAUME HORCAJUELO (EFE)
Carlos Arribas

Viento de costado en los toboganes, chaparrones insidiosos, intentos de emboscada, incomodidad y batalla, el pelotón desciende al sur hacia los Pirineos como una flecha recorriendo las tierras del armañac y D’Artagnan, Nogaro, territorio Luis Ocaña. Tierra hermosa de luz y frutales templados para el exiliado que llegaba de la oscuridad de los valles de Arán, tierra de escaramuzas y ataques homéricos para el UAE desarmante, que infiltra a Adam Yates en un grupo de 21 fugados de alto calibre —Mathieu van der Poel, Oier Lazkano, Arnaud de Lie, Jonas Abrahamsen de lunares, Rui Cosa, entre ellos—, tras los que vuelan alarmados los Vismas, los Soudal, los Ineos. Todos temen que Yates, lugarteniente de Pogacar, ya tercero el último Tour, y 6m 59s en la general, vuelva a meterse arriba. Tardan 96 kilómetros a 50 por hora en apagar el incendio, y no contentos, cinco kilómetros después se alían con el viento y organizan abanicos. El día es un no parar hasta el sprint de Pau, en el que Jasper Philipsen consigue su segunda victoria.

Detrás se arrastra Juan Ayuso, con covid, que se retira en el kilómetro 30 de la etapa 13ª del Tour de su debut, tanta preparación, tantas ambiciones, tanta nada. No vuela tampoco Primoz Roglic, condenado a cubrir él solo todos los años la casilla estadística de favoritos caídos, heridos y retirados, quien para encontrar esperanza en su complicada relación con el Tour podría mirarse en el espejo del conquense de Mont de Marsan, quien en su primer Tour, el del 69, se cayó el día que Eddy Merckx se vistió de amarillo por primera vez en su vida y se rompió la boca. Dos años después se cayó cuando había derrotado a Merckx, y se quedó sin el Tour del 71. También abandonó el del 72 por caída. Finalmente, al destino, que parecía negro e imbatible, le derrotó la cabezonería del ciclista de Priego en el 73.

Donde crece el armañac crece el foie, que hay que comer, como el que sale de los hígados de oca que engorda por esas tierras el hijo del campeón Jean Louis Ocaña, el hijo del campeón, condensado de grasa que quizás, nada está escrito, acabe formando parte del menú cotidiano de los ciclistas, tantas calorías necesitan, tanta energía, para que sus motores fenomenales produzcan los vatios que derriten el asfalto a su paso.

El ciclismo de la vieja escuela, escaladores de motores diésel, resistentes a todo, sin cambio de ritmo, está muerto. Bienvenidos al nuevo ciclismo. Escaladores explosivos con potencia de sprinters. Contrarrelojistas que aceleran en cada curva. Ya no se habla solo de vatios, también de calorías, la nueva cara inhumana del ciclismo. Corredores atiborrados de carbohidratos para que sus músculos funcionen a pleno régimen.

En la Agen-Pau de este viernes, que no es la que menos letras precisa para expresarse en la historia del Tour (hay una Nay-Pau, una contrarreloj en el 81 ganada por Hinault) los ciclistas necesitaron, más o menos, producir moviendo las piernas 4,7 vatios por kilo durante casi cuatro horas. Eso significa una necesidad de energía, según los cálculos publicados en X por Aitor Viribay, fisiólogo del Ineos, de más o menos 20 calorías por minuto, 1.200 a la hora. El 60% proviene de los carbohidratos que ingieren. Necesitan procesar casi tres gramos al minuto. “Para generar 300 o 400 vatios para mover los pedales, el cuerpo tiene que producir 2.000″, dice Viribay. “1.600 se dispersan en calor. Producir un vatio es carísimo a nivel energético. Y en las cunetas, auxiliares que deben ajustar su logística para estar en varios puntos durante la etapa, les alimentan con hasta 150 de gramos de alimento por hora. “La energía se está convirtiendo en un problema. Ya no se trata de cómo gestionarla sino de que va a faltar. Hay que enfocar las estrategias hacia eso. Antes se podía gestionar de otra forma. Antes era más el hecho de la eficiencia, de intensidades submáximas, de cómo puedo ser más eficiente. Hoy en día eso no es suficiente, porque hay dispendios energéticos diariamente”, explica Viribay. “Cambia el término de la ecuación de alguna forma: para aumentar vatios relativos aumenta absolutos, no bajes peso. Todo cogido con pinzas, evidentemente. En el Galibier miramos el vatio relativo, pero lo que sufre el escalador ligero tantos días de llano o viento, el gasto que supone el estrés, hasta llegar a la montaña, es mucho más”.

Si la fuga exagerada con Adam Yates —96 kilómetros a 50 por hora— no fue quizás el mejor entrenamiento para los dos días del fin de semana —Tourmalet y Pla d’Adet, sábado; Peyresourde, Menté, Portet d’Aspet, Agnes y Plateau de Beille demoniaco, el domingo: 350 kilómetros y 8.800 metros de desnivel positivo acumulado entre los dos— en que arderán los Pirineos, sí que supusieron un buen entrenamiento para su sistema digestivo. Aunque Pogacar mantiene que está más fuerte que nunca y que si no pudo con Vingegaard el miércoles en el Lioran fue porque el danés, extraña y sorprendentemente, está en la mejor forma de su vida, la explicación que ofrecen de los hechos los sabios de la fisiología es la de que el esloveno no se alimentó lo suficiente y se quedó sin energía en el final. Y Pogacar, con sus 67 kilos, y la velocidad con la que asciende y su insuperable cambio de ritmo en pendiente, es el modelo de ciclista moderno. Hay ciclistas como Evenepoel que apenas comen, y ha perdido tres kilos buscando más eficiencia escaladora). Son la vieja escuela, a la que le costará adaptarse a los nuevos hábitos. “El sistema digestivo es algo muy plástico. Si tú no estás dándole la necesidad de que trabaje y de que absorba, se comprime. Cuando se hacen ayunos intermitentes, por ejemplo, el estómago se comprime y la capacidad alimentaria, el límite alimentario, baja”, explica Viribay. “Cuando un ciclista está expuesto constantemente a restricción energética, no solo le afecta a nivel periférico, muscular, sino que no estará preparado para absorber las calorías que se necesitan en el Tour”.

Con los lunares rojos de rey de la montaña, empatado a puntos con Tadej Pogacar, viaja, más veces en fuga que en el pelotón, un noruego llamado Jonas Abrahamsen, un ciclista grandote que pesa casi 80 kilos y hace fruncir el ceño a los puristas. ¿Un gordo escalador? ¿Eso que es? No es un espejismo, una rareza, como muchos denuncian, sino un anuncio del futuro que ya está aquí. En el fondo, Abrahamsen, que hace un par de años, obsesionado con la báscula, como todo ciclista que se precie, pesaba 20 kilos menos, no es sino un heraldo de lo que llega, un adelantado. “Cuando pesaba 60 kilos no tenía energía”, confesaba el noruego, de 28 años, en L’Équipe. “Comía tan poco que mi cuerpo se fue apagando poco a poco”.

“Eso es, eso es”, asiente vigorosamente Viribay, pues el colosal noruego es en cierta forma la encarnación de sus ideas, que suponen en cierta forma el fin del mito de que para escalar mejor hay que pesar menos. “A partir de un 7% de pendiente, siempre el peso va a jugar un papel importante. Lo que pasa es que están subiendo tanto los vatios de los ciclistas que el peso no está tan penado. Que una persona como Tadej, que pese 67, puede llegar en una ascensión de 20 minutos a siete vatios por kilo, igual que un Nairo de 54. Y en muchas de las etapas, como ayer, de tanta explosividad, el vatio absoluto manda, pues es que hoy en día está cerrándose el hueco entre el vatio kilo y el vatio absoluto”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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