Europa conquista la Ryder Cup en Nueva York
El conjunto europeo resiste la carga final de los jugadores estadounidenses en una jornada de infarto (13-15) y gana por sexta vez en las ocho últimas ediciones

La Ryder Cup, la gran cita del golf, el tercer acontecimiento deportivo más seguido tras los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol. Nueva York, la capital del planeta. Donald Trump bajando del Air Force One para animar a su ejército. Michael Jordan en primera fila. En los palos, Scottie Scheffler, el número uno del mundo, y Bryson DeChambeau, un golfista disfrazado de estrella de rock. Más de 50.000 espectadores cada día en directo en el majestuoso campo de Bethpage y cientos de millones en televisión. Estados Unidos había diseñado una perfecta obra de teatro de Broadway. Contaba con el presupuesto, el escenario, los actores y la banda sonora, y hasta estuvo a punto de redondear la secuencia con un final de infarto, una remontada nunca vista. Solo le faltó ese último giro de guión. Europa resistió la emocionante y orgullosa carga final de los estadounidenses en los duelos individuales y venció por un ajustado 13 a 15 a para conservar con una exhibición de personalidad y juego en equipo la corona lograda hace dos años en Roma.
Estados Unidos engrandeció el triunfo europeo por su heroica resistencia, 8,5 puntos sumados en el cara a cara final, un récord en una jornada dominical. Los visitantes solo pudieron ganar un partido individual, el de Aberg a Cantlay.
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La Ryder es el patio de juegos de Europa desde que en 1979 los jugadores británicos acogieran a los golfistas continentales en el desafío al imperio americano. Desde aquel parteaguas, los europeos han celebrado 13 victorias por nueve los estadounidenses y un empate. Y la secuencia es demoledora a favor de los hombres que visten de azul frente a los de rojo: 11 de las últimas 15 citas, seis de ocho. Esta de Nueva York con un significado especial por la complejidad que supone vencer fuera de casa y bajo el ambiente tan encendido que se respira en esta competición contra el equipo rival. Es la primera derrota de un conjunto local desde Medinah 2012, cuando la Europa que capitaneaba Olazabal escribió una remontada épica el domingo (cuatro puntos recuperados). Si aquello fue bautizado como un milagro, la quinta victoria europea en suelo americano (antes en 1987, 1995, 2004 y ese 2012) también supo a gloria.
Europa amasó una ventaja de siete puntos (11,5 a 4,5) después de los foursomes y fourballs del viernes y el sábado, la mayor renta jamás lograda por un equipo en la competición a esas alturas. El broche lo cosió en los 11 duelos individuales después de que la lesión del noruego Hovland estableciera un empate en su partido con Harris English sin que ambos jugaran.
El conjunto azul solo necesitaba dos puntos más para retener la copa y lo que podía parecer un paseo se convirtió en un camino lleno de espinas. Young venció a Rose en el último hoyo del primer duelo, misma escena que Thomas y Fleetwood en el segundo, y Rahm caía frente a Schauffele por 4&3 (cuatro hoyos de ventaja con tres por jugarse). Tres puntos de un plumazo para Estados Unidos hasta que Aberg dio un respiro a Europa (2&1 a Cantlay). DeChambeau celebró el empate ante Fitzpatrick como si fuera un grande después de marchar cinco abajo tras el hoyo 7, y Scheffler batió en el gran choque de la jornada a Rory McIlroy por uno arriba.
La Ryder se jugaba como nunca, a cuchillo. Spaun batió a Straka por 2&1 y fue Lowry, un hombre que respira Ryder por cada poro, quien ató contra Henley el medio punto que faltaba para al menos retener el laurel. Griffin venció uno arriba a Hojgaard y Hatton, otro gigante del torneo, arañó ante Morikawa otro medio punto para sellar el triunfo sin medias tintas.
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Qué jornada de golf. En la pelea de gallos Scheffler-McIlroy, número uno frente a número dos del mundo, se condensó toda la energía de la Ryder. El norirlandés fue la principal diana de los insultos de los aficionados norteamericanos el sábado por la tarde, cuando la cerveza que se vende a 15 dólares en Bethpage había convertido el campo de golf en una barra libre donde todo parecía valer. Los límites se sobrepasaron cuando los habituales abucheos se convirtieron en continuos ataques personales al jugador y a su familia, presente a pocos metros siguiendo el partido dentro de las cuerdas. El bochorno fue tan evidente que hasta Justin Thomas tuvo que pedir silencio y respeto cuando su rival se preparaba para golpear y los decibelios no bajaban. Harto después de una jornada en el disparadero, McIlroy acabó por responder a las provocaciones encarándose con la grada y enviando los insultos de vuelta.
Bajo esos antecedentes saltó McIlroy a disputar el cuarto partido del día frente a Scheffler. El estadounidense acabó envuelto en lágrimas en Nueva York un sábado de Ryder igual que hace dos años en Roma. Entonces sufrió la mayor derrota jamás vista por ninguna pareja en un foursomes, un 9&7 con Koepka frente a Aberg y Hovland, y en Nueva York perdió sus cuatro choques del viernes y el sábado antes de despachar en la carga final a McIlroy.
La victoria europea en Nueva York resalta la continuidad de un modelo. El mismo capitán que en Roma, Luke Donald, y 11 de los 12 jugadores que triunfaron entonces, todos menos un gemelo por otro, Rasmus Hojgaard en lugar de Nicolai. Con esos mimbres, el experto estadístico Dodo Molinari y el pasional Olazabal como vicecapitanes, los jugadores continentales han exhibido un alto rendimiento individual y colectivo. Diez de ellos se unen a los 37 golfistas (en ese grupo ya estaban Rose y McIlroy) que habían triunfado antes en campo rival. Estados Unidos se quedó sin respuesta justo cuando más había trabajado ese sentimiento colectivo con el que Europa marcaba la diferencia. El capitán, Keegan Bradley, convocó las semanas previas a la tropa, jugaron juntos un torneo y pasearon por cada esquina la bandera. Nada funcionó. Ni Nueva York, ni Trump, ni Michael Jordan. El golf coronó a Europa.
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