Los ochomil blancos
Pocas cosas más merengues en el Bernabéu que tomar por asalto los cielos y fracturarte las dos piernas al caer con el paracaídas

Se da cuenta en las tertulias del pobre Manchester City que se presentó en el Bernabéu: equipo desvirtuado con una terrible mala racha a cuestas, mérito justo de la victoria del Madrid, pero sin euforias: ese City parecía el Arenteiro, equipo gallego en racha pero en divisiones inferiores. Es un análisis legítimo que, por las razones que sean, no se dio cuando el City le metió cuatro al Madrid: allí simplemente el City arrolló. Hay quien arrolla y quien se deja arrollar: casi siempre es un equipo de Guardiola. Ser español consiste esencialmente en tener a alguien en tu vida cuya labor consista en avisarte de que los gigantes son molinos, incluso aunque todo sean molinos: dependiendo siempre del Quijote que te toque ser.
Y en la acera de enfrente del prestigioso victimismo que tan raro viste en el Real aparece la ronda del Atlético en Champions: un cuadro precioso, sin queja de equipo pequeño, las eliminatorias con los que se gana la Champions si tiene que ganarse, que hay años en los que no, aunque el mundo se acabe igual. Atraviesa el Madrid el pico correcto de la historia, el momento en el que el mejor rendimiento físico coincide con el moral, y en medio se producen partidos como contra el Girona de la misma manera que en un día normal en el que tenemos que ir a hacer una gestión a Correos acabamos, con la mejor voluntad, salvando el mundo. Ganar al Girona después de ganar al City es, ni más ni menos, que salvar el mundo (madridista). Pocas cosas más merengues en el Bernabéu que tomar por asalto los cielos y fracturarte las dos piernas al caer con el paracaídas.
No ocurrió. Se encargaron de que no pasase Modric y Vinicius, los dos en combustión: lo que no acaba de morir y lo que ha nacido a lo grande. Todo en un estadio expectante, nervioso según pasaban los minutos, agitado cuando el Madrid puso rumbo en el marcador a tres puntos urgentes después de las victorias de Barcelona y Atlético. Es el Madrid y el calendario, la relación inevitable cuando empieza marzo. Contra el Girona se activó el centro del campo, pero sobre todo se consolidó el vuelo físico del equipo en el tramo caliente de la temporada. Hay un plan y el plan depende, en la élite, de la punta de forma en el tiempo correcto. Se ha alistado Rodrygo, se ha alistado Alaba, se ha alistado Mbappé, que va por el campo zancada arriba y abajo como un animal en busca de presas. Es un buen espectáculo verlo moverse por el Bernabéu adivinando presas.
Todo lo que viene ahora es todo lo que está bien en una temporada: exigencia absoluta y presión, errores que cuestan meses de trabajo, penaltis y disparos que dependen de milímetros para saber de su fortuna. Este domingo el Bernabéu recibió al equipo con la resaca sentimental de la Champions, y conjugó el ambiente con la radiación del equipo y su famoso piloto automático. Siempre hay un plan hasta que llega la primera hostia, dice Tyson. A veces esa hostia no llega y otras veces llega y uno consigue levantarse, no siempre bien. Otras veces todo funciona del tal forma que esa hostia no importa. Pero nadie sabe nada hasta que la recibe. La ventaja del Madrid es que este año ha recibido tantas que igual está ya ensayada la reacción, que es la táctica favorita del Madrid: reaccionar.
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