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Gallina de piel
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dembélé y un chupito de absenta

El Girona y el Barça cruzarán esta semana los Pirineos para batirse con dos equipos de una Liga donde triunfa el ex delantero culé y que vive más preocupada de las guerras culturales que del propio espectáculo

Ousmane Dembélé
Dembéle, con el PSG.YOAN VALAT (EFE)
Daniel Verdú

Los vínculos emocionales nacen casi siempre por accidente. La absenta, por ejemplo, la legendaria bebida alcohólica representada en los cuadros de Manet, Degas y hasta en la letra de Nochentera de Vicco, surgió de la mente de Pierre Ordinaire, un médico francés que terminó en Suiza a finales de del siglo XVIII cuando escapaba de la Revolución Francesa. La bebida encandilaba a poetas y artistas de París como Rimbaud o Toulousse-Lautrec, reputado profesional de la juerga. Pero en esa época, el brebaje se producía ya en Marsella, ciudad portuaria, más dada a las experiencias salvajes de la mente y el cuerpo que la capital. La bebida podía alcanzar los 85º y, gracias a la sustancia química que emanaba de uno de los hierbajos que contenía -la Tujona-, transportaba a sus consumidores a fabulosas realidades paralelas. Vistas sus propiedades, Francia decidió prohibirla en 1915 y la misma destilería comenzó a comercializar el Pastis, una versión domesticada de aquel caballo salvaje.

Marsella, desde entonces, está íntimamente ligada a esta suerte de anís y a Ricard, la marca que terminó vendiéndola. El problema es que la ciudad también tiene un vínculo muy fuerte con el Olympique, su equipo de fútbol. Y de ese amor incondicional emana un odio atávico hacia el Paris Sant Germain que alguien, en alguna oficina remota con una hoja de Excel, pasó por alto. Hace dos semanas, el club que entrena Luis Enrique y que recibirá el miércoles al Girona anunció un acuerdo millonario de publicidad con Ricard para promocionar sus marcas en el extranjero y vincularlas al club. Marsella se echó a la calle -o más bien a las redes-, llamaron al boicot y exigieron una rectificación a un grupo propiedad hoy de un fondo estadounidense que no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Incluso el alcalde de la ciudad se quejó a la marca. “Cuando el negocio traiciona sus raíces, daña su historia y pone en riesgo su futuro”, escribía Lorraine Ricard, hija del antiguo propietario, después de haber animado a los seguidores del OM a seguir con su lucha desde las gradas.

El fútbol francés, tras la marcha de Kilian Mbappé al Real Madrid, a la espera de los 50 millones que le debe su exequipo para cerrar esa etapa (y la cartera), sobrevive con otro tipo de pasiones y guerras culturales. Imaginen cómo está la Ligue 1 que L’Équipe señala a Dembélé como sucesor al trono de la nueva estrella del Real Madrid y candidato a mejor jugador de la temporada. Una competición que se ha convertido en algo así como todos contra el PSG, el club más odiado de Francia. Un equipo al que, precisamente, le pisa los talones ya el Olympique que entrena este año el italiano Roberto De Zerbi, a quien dicen que Guardiola había recomendado al Barça para sustituir a Xavi.

Dos clubes catalanes cruzarán la frontera de los Pirineos esta semana para medirse en Champions contra el Mónaco y el PSG. La llegada a París del Girona, sin embargo, es un acontecimiento en todos los sentidos más importante que el paso del Barça por el principado. Pero los mismos periódicos que esta semana se entregaban con furor al doblete de Lamine Yamal -las calles están también inundadas de camisetas con su nombre-, apenas hablan del equipo de Míchel. La conversación general se refería a otra traición entre rivales: el paso de Adrien Rabiot, actualmente en el paro, al Marsella. En su caso no ha habido demasiadas protestas. En el asunto del Pastis, en cambio, los aficionados demostraron que todavía es posible en el fútbol no tragar siempre con todo. Ricard rectificó y terminó empapelando París con una campaña publicitaria donde juraba amor eterno a su ciudad: “Nacido en Marsella”. Algo es algo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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