Pepe Domingo exprimió la vida hasta el final
Se ha marchado en activo. Le patinaba algo ya la voz, pero no le faltaban las palabras y mucho menos el deseo de participar, de estar, de trabajar, de vivir
El día amaneció lluvioso y con una mala noticia: había fallecido el amigo de todos. Me enteré, desperezándome, por la radio, donde hablaba Manolo Lama. En principio, su adiós me hizo pensar que se retiraba, idea que manejó durante los últimos años. De repente me golpeó la dura realidad: había fallecido.
Como somos vecinos (pared con pared) y nuestras esposas muy amigas, hace tres días supe que estaba enfermo, pero sonaba a poca cosa: una infección de garganta. Anoche mi mujer, tan observadora de todo, me dijo que Pepe debía de estar ya bien, porque vio que en la casa no había luz, de lo que dedujo que habían salido. Salían con mucha frecuencia, siempre con amigos. Vivían con el ánimo feliz de un matrimonio joven y reciente.
Pero no, esta vez la luz apagada significaba que estaban en el hospital, en el último trance, que pasó rodeado de su mujer, Tere, y sus hijos. Se fue imprevistamente, pero se fue bien.
Estrujó la vida, gracias al amor con que abrazó todas las cosas: la radio, la música, los amigos, el deporte, los viajes, la familia a partir de que la formó (una familia ideal) el sol, que tomaba con avaricia, las lecturas. Hizo bien lo suyo y esparció el bien a su alrededor, siempre liderando, él y su media naranja, Tere, grupos de amigos a los que a la vez hacían amigos entre sí con facilidad, porque todos ellos eran buena gente.
“Hasta que se me acaben las palabras. Mis recuerdos de radio y vida”, es el título de su autobiografía, que calculo que no tendrá ni dos años, y cuya compra y lectura recomiendo para quien quiera conocer más de cerca a este amigo de todos que se fue. Y también los que quieran conocer mejor el discurrir de este país en los últimos ochenta años, su sociedad, su radio, su música, su política. Los beneficios, por cierto, los destinó a la caridad, después de resistirse mucho a poner en tinta su vida, hasta acceder por la insistencia de un editor tenaz. Y en buena hora cedió. Su lectura me hizo llorar en algún pasaje (cuando supe que murió la hermana que le ayudó a descolgarse de la ventana para escaparse a Santiago a probar en la radio) y reír en algún episodio jocoso.
Nació en Iria Flavia, junto a Padrón, en una familia numerosísima. Nunca se explicó cómo sus padres tenían tantos hijos si no los podían mantener. De hecho, a él le mandaron al seminario para que pudiera comer y adquirir una formación; cuando a la primera rebelión de la carne vio que aquello no era lo suyo regresó intempestivamente y topó con el desagrado de su padre: “¿Y ahora qué hago yo contigo? ¿De qué vas a comer?”. El padre pasaba las de Caín para alimentar a la prole y recurría a trapicheos de contrabando que él mismo descubrió en paseos por la buhardilla, pero nunca se hizo el enterado.
Empezó a trabajar en una oficina, pero su sueño estaba en la radio. Y un buen día se escapó sin decir nada a presentarse a una prueba junto a veinte aspirantes. Llegó el último y le cogieron. La hermana complotada avisó a la madre: “Mamá, pon la radio a las cinco esta tarde”. Y ahí se enteró de que su hijo había dejado la oficina para embarcarse en la insegura profesión de ‘speaker’, como se decía entonces.
Luego vino el salto a Madrid, en un primer intento fallido que encolerizó a su director de Santiago, más un segundo que le costó hambre y penurias hasta que llegó el triunfo que su talento, entusiasmo y bonhomía merecían. Un triunfo largo, primero en la radio musical, con apariciones en la tele y notables éxitos como cantante (con ‘Motivos’ fue número uno en México), luego en el deporte. Primero en la Cadena SER, donde se inició ese trío legendario en Carrusel Deportivo con él, Paco González, entonces su hijo adoptivo (ahora su hermano adoptivo) y Manolo Lama. Aquel triunfo les abrió un panorama de ofertas que les llevó a la COPE, donde el trío mantuvo su férrea cohesión y su éxito.
Se ha marchado en activo. Hace algún tiempo coqueteaba con la idea de retirarse y descansar, lo decía mucho, pero con la boca pequeña. Le patinaba algo ya la voz, pero no le faltaban las palabras, y mucho menos el deseo de participar, de estar, de trabajar, de vivir. De repente se ha ido, y se ha ido rápido.
Duele la ausencia, claro. No va a ser fácil para tantos amigos perder su palabra y su mirada, y no digo ya para su entrañable Tere, la compañera de siempre, sus hijos y sus nietos. No sé si puede servir de algún consuelo, pero yo me agarro a que se ha ido en activo, feliz, rodeado del cariño de todos y acompañado de su familia. Ha estrujado la vida durante estos 80 años y no ha conocido el difícil trance de la decrepitud, esa amenaza que todo el mundo siente cuando se acerca el tramo final de la vida y que para él, enérgico, vitalista y, si se me permite, un puntito coqueto, hubiera sido especialmente duro.
Descanse en paz. Se acabaron las palabras, pero quedan el recuerdo y los amigos. Queda el ejemplo, sobre todo el ejemplo. La suya fue una forma ejemplar de vivir.
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