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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El olor de los cromos

Cualquiera puede acceder hoy al detalle más insignificante de sus ídolos. Hoy puedes ver al ídolo comiendo espagueti o veraneando en Ibiza y darle un like

Cromos y chapas
Unos niños intercambian cromos de la temporada 1995/96 en el Rastro de Madrid.Cristóbal Manuel
Paco Cerdà

La caja. Yo no sé a qué olía la magdalena de Proust; la mía huele a paquete de cromos. Olor a papel guillotinado y a pegamento adhesivo. Olor, también, a nueva temporada después de ramonesdecarranza y domingos sin emoción. Es el olor que desprende la pasión inherente al coleccionismo, a la fuerza hipnótica de las reliquias. Vuelvo a ellas. Abro la vieja caja y los saco de su letargo. Sus caras no han envejecido. Tomo algunos al azar: Miguel Porlán, Chendo, nacido en Totana. Juanele, 1,75 de altura. Solozábal, cumple años el 14 de septiembre. Guardiola, nacido en Santpedor, quién sabe dónde está Santpedor. Raúl, de blanco Kelme y morado Teka, cromo de Última Hora: “Hábil, inteligente, rápido y valiente, tiene todas las cualidades para ser una gran figura”, dice el reverso. Cierro la caja.

El misterio. No ensayo aquí nostalgias estériles ni odas patéticas a la infancia de ayer. Tampoco es odio al fútbol moderno. Solo busco explicación a una duda: por qué la fuerza evocadora de los cromos de fútbol es irreproducible, hoy, en una mano infantil. Y lo primero que pienso es en una palabra: misterio. El misterio de las religiones, el aura de lo místico. ¿Qué si no eran las estampitas de santos que coleccionaban nuestras abuelas? Al sociólogo Enrique Carretero, autor de La religión esférica, le leí una interesante reflexión. Un paralelismo entre lo litúrgico de las religiones y el imaginario futbolístico repleto de mitos, héroes y leyendas. “Para las generaciones anteriores –escribe Carretero–, la colección de cromos servía como medio de comunicación fantasiosa con el ídolo durante su niñez, a través de una fotografía estampada sobre una cuartilla de papel. Aunque la comunicación no fuese interactiva, dado el mutismo del ídolo, este método desplegaba la magia de la infancia en la persecución de una comunicación personal”. Quien habla solo espera hablar a Messi un día. Pero esa concepción del cromo ha caducado ante un competidor inalcanzable: las redes sociales. Cualquiera puede acceder hoy al detalle más insignificante de sus ídolos. Ya no es la estampita con un rostro y cuatro datos; todo lo demás quedaba envuelto por el misterio de lo ignoto, la seducción de lo desconocido. Hoy, en cambio, puedes ver al ídolo comiendo espagueti o veraneando en Ibiza. Puedes darle un like, decirle Gavi eres el mejor, creer que te está leyendo, soñar que te responderá. Lo divino y lo mundano en el mismo espacio, sin cancela de separación. Fin de la magia. Fin del misterio. Fin de la imaginación.

La ilusión. El verano pasado me inventé una colección de cromos. Bueno, dos. En el fragor del Mundial, y con la caída de la amada Holanda, pensé en reunir todos los cromos de las selecciones holandesas desde que Panini inició la colección del Mundial (1970). Después ideé otra colección: conseguir los cromos de todas las selecciones vencedoras desde México ‘70 hasta Qatar ‘22. De la serie holandesa me faltan cinco cromos. De las campeonas también: cinco de 250. Ha sido una curiosa experiencia (seamos indulgentes) rastrear uno a uno cada cromo, encontrarlos en sitios recónditos y descubrir a tantos adultos que mantienen viva esa pasión. Cuentan la extraña felicidad de recibir una carta de Francia, de Italia o de la otra punta de España y ver el cromo deseado. Doy fe. Pronto llegará el nuevo álbum, los nuevos cromos, el nuevo-viejo olor. Lo dijo Segismundo: ¿Qué es la Liga? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los cromos, sueños son.

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