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INVASIÓN DE CAMPO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Allez, allez!

El verano se da por inaugurado cuando arranca el Tour de Francia, ese evento que nos acompaña año tras año durante 21 días, intrínseco a las vacaciones

Tadej Pogacar, por delante de Jonas Vingegaard, durante la undécima etapa del Tour de Francia de 2022.
Tadej Pogacar, por delante de Jonas Vingegaard, durante la undécima etapa del Tour de Francia de 2022.Associated Press/LaPresse (Associated Press/LaPresse)

Independientemente del lugar de España en el que te encuentres, seguramente a 28 de junio estés leyendo esta columna a 35 grados, como mínimo. A estas alturas de mes, es posible que ya hayas hecho el cambio de armario, sacado las chanclas, las bermudas, los vestidos, el gazpacho ya esté enfriando en la nevera o que ya te hayan cobrado la renta. No hace falta un comunicado de prensa ni un tweet ni siquiera que Fabrizio Romano, periodista especializado en mercado de fichajes, nos lo adelante. Es oficial, el calor ha llegado y las vacaciones están a la vuelta de la esquina.

Para muchos el verano empieza el 21 de junio, cuando cambia la hora, en ese momento en el que a tus hijos les dan las notas o cuando abren las piscinas. Hay quien tiene la firme creencia de que ese es el baremo, pero no.

La realidad es, y todo el mundo lo sabe, que el periodo estival se da por inaugurado cuando arranca el Tour de Francia. Le Grande Boucle es ese evento que nos acompaña año tras año durante 21 días, intrínseco a las vacaciones.

El Tour de Francia 2023 echa a rodar el sábado en Bilbao, por lo tanto, en tres días empieza el udara (verano). Euskadi ya se prepara para convertirse en el epicentro mundial del ciclismo durante tres jornadas. Aprovechando que en las próximas semanas también se inaugura la temporada de fotos de postureo, no hay nada más postureo que un viaje a Ibiza y su “no hay verano sin beso”. En mi caso, “no hay verano sin el Tour”. Más que verano azul, el verano es amarillo.

A mi amigo Sergi, a quien no le gusta el ciclismo ni el deporte en general, no le interesa tampoco saber quién es Pogacar ni sabe siquiera si sigue corriendo Indurain o que a Armstrong le han quitado siete Tours. Para él, la ronda francesa es la excusa perfecta para visitar el país vecino sin moverse del sofá de casa, ansioso por esperar los apuntes arquitectónicos de Carlos de Andrés o los chistes de Perico Delgado. Es su rutina veraniega.

El Tour es como el helado después de comer, una religión. Es la siesta de tu padre en plena etapa, el mismo que se despierta si le cambias el canal con su habitual “¡si lo estaba viendo!”. Tour y siesta, un clásico. Hablando de siestas, mi admiración para toda esa gente, con mucha calle a su espalda, que controla el timing a la perfección y se despierta cuando están en plena volata. Lo tienen estudiado.

El Tour es esperar cinco horas al borde de la carretera para que pasen cientos de ciclistas durante 10 segundos a toda velocidad, que no reconozcas a ninguno, y aun así quieras volver el año que viene.

El verano y, por ende, el Tour, también significan dar clases de francés y aprender palabras o expresiones que sólo utilizas durante tres semanas al año. Expresiones como ¡allez, allez!, tête de la course, maillot jaune o arrière du peloton. Curso intensivo de francés en 21 días.

La gran prueba ciclista del año marca el inicio de las vacaciones y es la excusa perfecta para acabar el verano comprándote una bicicleta y sentirte como Alejandro Valverde. Las ventas se disparan a finales de julio, al igual que las inscripciones en los gimnasios el 7 de enero.

El próximo sábado empieza, por fin, el Tour de Francia y empieza mi verano. Nos vemos a la vuelta, cuando el maillot amarillo se pasee por los Campos Elíseos y empecemos a descontar los días para el próximo verano.

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