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‘Final four’ de balonmano: el imperturbable Raúl González frente al maestro Talant Dujshebaev

El técnico vallisoletano, en su quinto año como entrenador del PSG, se enfrenta en semifinales con el Kielce de su amigo desde sus años en la selección

Carlos Arribas
Raúl González, en el banquillo del PSG,
Raúl González, en el banquillo del PSG, Luka Stanzl (Getty Images)

Juan de Dios Román, el padre del balonmano español, quería mucho a Raúl González y en 1996 emparejó al central del Valladolid con el gran Talant Duishebáiev en la bisagra de la selección española de balonmano, bronce en los Juegos de Atlanta. “Jeje, nos emparejó en el campo para jugar con dos centrales, y en la habitación”, recuerda González, que cita Casablanca y habla del “inicio de una gran amistad” que todavía continúa, 27 años después, cuando ambos son de los mejores entrenadores de Europa y sus equipos, el París Saint Germain y el Kielce polaco, se enfrentan este sábado (18.00) en Colonia en las semifinales de la final four de la Champions una hora después del final de la otra semifinal, Barcelona-Magdeburgo. “Siempre que podemos nos vemos. Suelo pasar días con él en verano, y eso se va a mantener…”

Después de ser jugador de un solo club toda su carrera, durante una década, Raúl fue el segundo de Duishebáiev en el Ciudad Real todopoderoso, ganador de tres Champions entre 2006 y 2009, y el Atlético de Madrid. Cuando la crisis económica forzó a la diáspora a lo mejor del balonmano español, Duishebáiev, con sus dos hijos, Alex y Daniel internacionales con la selección española, se estableció en Polonia entrenando al Kielce, con el que en 2016 ganó ya la Champions. Raúl pasó por Macedonia, aprendió macedonio, conoció mundo y ganó la Champions con el Vardar en 2017 (eliminó al Barça en semifinales, derrotó al PSG en la final...) “Y una vez que has decidido buscar ves que el mercado es más amplio que lo que es España y la gente se encuentra bien en el extranjero y luego volver es complicado”, explica. Su éxito le llevó a París en verano de 2018, donde triunfa con un equipo con el que disputa por tercera vez la final four, y ante su amigo y maestro.

“No va a cambiar nada pase lo que pase, ya nos hemos enfrentado muchas veces…”, asegura el técnico vallisoletano, de 53 años. “Nunca en un partido tan importante, sí, pero lo que pasa es que esto quizá afecte más a la gente de fuera que a los que estamos dentro. En el balonmano, siempre que te enfrentas a un equipo, tienes alguna historia en común con algunos del otro equipo, porque los jugadores van cambiando, y los entrenadores. Lo especial es jugar la semifinal de la Champions, y llegar a la final del domingo”.

Raúl González es un hombre tranquilo que nunca, aunque quisiera, podría dar un ingrediente de morbo, sentimental, simbólico, a un partido de vida o muerte con el equipo que entrena su amigo. No tiene sentido insistir en buscarle las vueltas, en intentar mezclarle en polémicas, como ya han comprendido en París los periodistas franceses, que no han tenido más remedio que aclamar su carácter fuerte, silencioso de castellano viejo, imperturbable gestor de la penuria, y, por su excesivo quizás sentido común, le llaman Raúl, la débrouille, el ingenioso que lo desenreda todo, hace sencillo lo complicado, y de las dificultades sale más fuerte, y su equipo.

Esta temporada la mayoría dudaba de que el PSG ganara siquiera la liga francesa, pues había perdido a sus grandes figuras –Hansen y Remili, traspasados; Nikola Karabatic, lesionado con flebitis—y el juego giraba alrededor de un central holandés de 1,73m, Luc Steins, que hace moverse al equipo a toda velocidad, y el lateral Prandili, que se rompió la mano y es duda para la final four. Y, sin embargo, ganó la Liga y está en la final four. “Ha sido una temporada muy parecida a la anterior, pero justo al revés. El año pasado hicimos una temporada perfecta en la liga. Ganamos los 30 partidos, pero en la Champions nos eliminó el Kiel en cuartos”, dice. “Es cierto que ya no hay esas estrellas, que se han ido muchos desde hace ya años. Pero hemos logrado construir un bloque que ha mantenido el nivel. Mejor, peor, te puede gustar más, te puede gustar menos, pero sí que es cierto que el nivel lo vamos manteniendo”.

Imperturbable y cabezota, Raúl se adapta y adapta al equipo a las circunstancias, a los cambios de reglas, y, y junto a su segundo, su compañero de toda la vida, Jota González, somete a los jugadores a horas y horas de sesiones de vídeo, y a ese método él lo define como “el uso de la cabezonería, de la constancia, del trabajo”. “Se trata de probar cosas hasta que salgan mal y dejarlas”, dice el técnico, magnífico representante de la escuela vallisoletana de balonmano iniciada por Juan Carlos Pastor en el colegio San Viator, de las Delicias, y allí fe alumno Raúl. Es la escuela de llevar la iniciativa en defensa; se trata no de reaccionar, sino de anticiparse. En ataque, hay que aprovechar la situación del pivote como referencia. Y hay que hacerlo todo a toda velocidad, lo que permite aventajar a equipos muy físicos, muy grandes, más torpes. Es un sistema que crece sin parar. “La clave es tener un buen central, que dirija el juego, que comprenda todo. En el Vardar teníamos a Luka Cindrić, que ahora mismo está en Barcelona, aquí ahora mismo está Luc Steins, que no es que juegue bien, es que todo el mundo se siente muy cómodo con él cuando juega. No es un goleador, es un jugador que juega mucho para el equipo, es muy rápido, y hace mejores a los demás. Juega mucho para los laterales, para los pivotes… Nuestro concepto de juego es ese, que el central no es alguien que mete goles, sino que sea alguien que colabora para que los demás lidien”.

Como en los primeros cuatro años, en un recorrido similar al del equipo de fútbol de Mbappé, Neymar y Messi, el PSG de Raúl arrasaba en la Liga francesa y fracasaba en la Champions (dos veces eliminado en cuartos, dos en semifinales), no había quien no pensara que dada la impaciencia proverbial de los dueños cataríes del club su paso por París sería tan breve casi como el de Emery, Tuchel, Pochettino, Galtier… todos los entrenadores del equipo de fútbol condenados al despido por sus fracasos europeos.

En noviembre, la jerarquía del club le informó de que no le renovarían y que el nuevo entrenador a partir del próximo curso sería Xavi Pascual, el ex del Barça. Raúl ni se inmutó, ni se sintió ofendido, ni se mosqueó, ni proclamó desasosiego, ni buscó nuevo equipo. En febrero, se informó de que Xavi Pascual, en Rumania, cansado de que no le confirmaran la oferta, había renovado por el Dinamo de Bucarest, y de que Raúl prolongaba hasta junio de 2025. “Esperé tranquilo porque quería seguir aquí. Hay mucho trabajo por delante y mi familia [mujer y dos hijas] está feliz en París. ¿Por qué cambiar?”, dice Raúl, protagonista de una excepción que solo confirma su valor, y la inteligencia catarí. “El fútbol es otro mundo. Con nosotros son gente muy respetuosa, gente muy amable. Es un club que nos ha tratado muy bien siempre. Yo lo que cojo es la parte de valor humano. Independientemente de los resultados, porque muchas veces haces un trabajo que crees que está bien y por causas que salen así, pierdes, a mí me han respetado en los buenos momentos y en los malos momentos y ellos han apostado por mí. Mi experiencia con ellos es magnífica”, subraya. “De hecho, el presidente Al-Khelaifi estaba encantado el último día que vino aquí a ver un partido de Liga, y siempre baja al vestuario respetuosamente, saluda a todo el mundo. Todo el equipo está encantado”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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