“Pues claro que existe la escuela vallisoletana de balonmano”
Los técnicos Juan Carlos Pastor y Raúl González reivindican la revolución del balonmano nacida en un barrio de Pucela capital
El azar marcó el destino, y guio la voluntad fuerte, decidida, de Juan Carlos Pastor, quien a los seis años, cuando el Mundial de fútbol de Alemania se hizo de Holanda porque su hermano mayor se había cogido a Alemania. Hacerse de la Holanda que perdió con Alemania la final del Mundial del 74 significaba, impepinablemente, hacerse de Cruyff, del fútbol total y de sus postulados casi revolucionarios tanto tácticos como casi filosóficos. Estaba obligado a ver la vida diferente.
Más de 40 años después, recuerda todo aquello y recita una frase del profeta Cruyff que le guía en la revolución permanente del balonmano, que es su vida. “Me tocó Cruyff y soy cruyffista. Hay que ser fiel siempre a una idea, y seguir el mandamiento del holandés: ‘Jugar bien y no ganar no tiene sentido; ganar sin filosofía de juego tampoco lo tiene’”, dice Pastor, nacido en mayo del 68 y padre de la escuela vallisoletana de balonmano, el balonmano que domina el mundo. Y, por teléfono, desde Szeged (Hungría), la ciudad en la que entrena desde hace años, apostilla: “Pues claro que existe la escuela vallisoletana”.
“Claro que existe”, repiten como un eco otros grandes técnicos. “Es el ejemplo que queremos imitar. Todos somos alumnos de esa escuela”, dice Imanol Álvarez Arruti, técnico del Bera Bera femenino y de la selección española júnior. “Esta escuela manda llevar la iniciativa en defensa; se trata no de reaccionar, sino de anticiparse. En ataque, hay que aprovechar la situación del pivote como referencia. Y hay que hacerlo todo a toda velocidad, lo que permite aventajar a equipos muy físicos, muy grandes, más torpes. Es un sistema que crece sin parar”.
Juan de Dios Román, a quien se puede considerar el padre de la escuela española, tantas veces puesta en práctica por su Atlético y por la selección, también acepta encantado el valor de revolución pucelana. “Lo más significativo es su concepción defensiva. La clave es la disuasión, no el choque, las fintas defensivas, los amagues, las emboscadas, la capacidad para interpretar el espacio...”, explica Juan de Dios. “En ataque, el pivote en situación fija y no dinámica y el uso de dos centrales y la renuncia a un lateral lanzador, que es secundario. Es un juego más continuado”.
Y hay más innovaciones que se han extendido y que han forzado, incluso, a modificar el reglamento para adaptarse a sus nuevos tiempos, como la renuncia al portero en inferioridad o la velocidad de locura, pero controlada. O el recurso exhaustivo al vídeo para preparar todos los partidos, lo que Raúl González, uno de sus buenos alumnos, llama “uso de la cabezonería, de la constancia, del trabajo”. “Se trata de probar cosas hasta que salgan mal y dejarlas”.
Para verlo en acción basta con asomarse semanalmente a la Liga de Campeones, donde triunfan el Szeged de Pastor y los equipos de sus seguidores, ahora rivales, el París Saint Germain de Raúl González, el Vezprem húngaro de David Davis o el Vardar de Skopje (Macedonia) al que Raúl hizo campeón de Europa y que ha heredado Roberto García Parrondo. Todos ellos jugaron en el Valladolid que entrenaba Pastor. Todos ellos emigraron en 2008, cuando la gran crisis de la Liga Asobal. Se hicieron más fuertes y, a la vez, esparcieron la semilla. Raúl González, que nunca dejó de jugar en el Valladolid, el central histórico, desde que tenía 16 años hasta los 35, porque pensaba que en otro tipo de juego no sería tan bueno, lideró la expansión de la escuela. “Estuve 20 años con Juan Carlos, el que implantó esto”, dice un entrenador al que Juan de Dios alaba como a nadie. “Fíjate si será listo que hasta aprendió macedonio para hablar con sus jugadores”, dice Juan de Dios. “No soy bueno”, responde Raúl, que dirigirá la selección de Macedonia en el Mundial. “Me esfuerzo y soy constante. Intento siempre adaptarme a los jugadores, y no agobiarme”.
Nada más firmar como entrenador del París Sant Germain, el club que solo piensa en ganar de una vez la Liga de Campeones tanto en fútbol como en balonmano, Raúl González llevó a los periodistas de L'Équipe al patio de su colegio en Valladolid, el San Viator, una cancha de cemento cuarteado en el barrio de las Delicias, entre las casas de los obreros de la FASA, la fábrica Renault vecina. “Aquí comenzó todo”, les dijo.
Ahí, en los años 80, en un equipo que llegó a ganar el campeonato de España cadete, coincidieron Pastor y Raúl González. Pastor, dos años mayor, jugaba de portero; Raúl, de central. Pastor, ya infectado por el virus de que no había existencia posible si no se marchaba fuera de los caminos trillados, comenzó ya a entrenar a sus compañeros cuando tenía 14 años. Y ya empezó llevando la contraria a lo que hacían todos, ya estaba dominado por una voluntad de estilo insaciable. “Me formé como entrenador con Alberto Muñiz”, recuerda Pastor. “Gastamos mucho tiempo en trabajo técnico, de técnica individual, con los jugadores. Mientras todos entonces hacían el 6-0, porque pensaban solo en ganar, nosotros hacíamos a los más pequeños defender en medio campo, muy abiertos, para formar jugadores. Y estudiábamos la escuela francesa de Costantini, el más grande, y la escuela rusa, la sueca la yugoslava. Ya entonces nos llamaban locos”.
La voluntad de locura creció cuando Pastor llegó al banquillo del Valladolid. Tenía 27 años. Heredaba el puesto de Manolo Cadenas. “Nos especializamos en ganar a los grandes, al Barça y eso, en quitar Ligas”, dice Pastor, que convirtió el pabellón de Huerta del rey en un símbolo de fortaleza, solidaridad y compromiso, que alcanzaron un carácter casi sagrado con el encierro que llevaron a cabo, jugadores, técnicos y auxiliares en 1995 reclamando ayudas económicas de la ciudad. “Los rivales nos buscaban las vueltas y teníamos que evolucionar. No nos conformábamos con estar, queríamos ganar, pese a tener menos medios que los demás”. Y en la época de los gigantes Barcelona, Bidasoa, Ademar o Ciudad Real, el Valladolid ganó dos Copas del Rey, una Copa Asobal y una Recopa europea.
Valladolid fue el primer paso. El siguiente, el mundo. Dirigida por Pastor, España ganó su primer Mundial en 2005, y el bronce en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. “La gente decía que mi sistema solo valía para Valladolid, para un equipo pequeño”, dice. La gente, claro, se equivocaba.
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