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Zana le niega a Pinot su último deseo, ganar una etapa del Giro de Italia

Victoria del joven italiano ante el francés en la primera etapa dolomítica, en la que Almeida cede 20s tras un ataque combinado de Roglic y Thomas, siempre de rosa

Carlos Arribas
Giro de Italia
Roglic y Thomas, en la subida final, perseguidos por aficionados portugueses que preceden a Almeida.Fabio Ferrari/LaPresse (AP)

Lanza el sprint Pinot, acelerado, ansioso, equivocado, y le remonta Zana, maglia tricolor de campeón nacional. Los periodistas italianos rompen en estrepitoso aplauso mientras el comentarista de la RAI, sin voz ya casi, remacha, “un triunfo estrepitoso”, grita en agudo. A poco menos de dos minutos llegan Roglic y Thomas, de rosa, que se han puesto de acuerdo y se han librado unos kilómetros del peligroso Almeida, que llega a 20s. Ninguna ofensiva de ningún favorito ha conseguido en las 18 primeras etapas una ventaja mayor de 25s, y en ninguna ha llegado ninguno solo. Tres parejas y en las tres, como en un juego de combinaciones incompleto, Thomas con todos. Thomas llegó con Roglic en Fossombrone, donde cedieron Almeida y Evenepoel. Almeida con Thomas en el Bondone, y el esloveno más tarde; y Roglic con Thomas en Palafavera, en Val di Zoldo, Dolomitas bajos, 1.518 metros. Tras esta suerte de variaciones musicales, y fugas, Thomas, el único que no ha tomado la iniciativa en ningún momento, lidera con 29s sobre el esloveno y 39s sobre el portugués. Al Giro le quedan dos días duros. La igualdad es estrepitosa.

Ni triste ni épico ni legendario ni bello, estrepitoso es el adjetivo del Giro, de este y de todos, como es Italia. Cualquier ruido es un terremoto, cualquier acontecimiento -una caída, una covid, un desfallecimiento, una etapa recortada, una nevada, una etapa fumada, regalos de maglias rosas, apocalípticos encadenamientos de montañas los últimos días, abandonos clamorosos-, son durante 24 horas anuncios del fin del mundo, y al día siguiente pasado tan remoto como el recuerdo de Eddy Merckx en las Tres Cimas de Lavaredo, 55 años hace, y tan atronador su ruido como atronador es el silencio con el que Geraint Thomas responde a la pregunta con que el animoso periodista de la Gazzetta dello Sport examina al maglia rosa. “¿Conoces la historia ciclista de las Tres Cimas de Lavaredo, la nieve, Merckx, Nibali?”, inquiere el periodista pronunciando los nombres propios como quien pronuncia el nombre de Dios, con tanta veneración, por lo menos, dando por sentado que el galés, un viejo (este jueves 25 cumple 37 años y le regalan una tarta rosa) ganador de Tour se pondría inmediatamente de rodillas en adoración. “¿Cómo? ¿De qué me hablas? Tre Cime… ¿qué es?”, responde, sin embargo, Thomas. “Ah, de la etapa del viernes… No tengo ni idea. Tendré que buscarlo en YouTube”.

La conversación, descorazonadora, para la gente del ciclismo que cree que en sus héroes palpita el mismo sentimiento mitificador ocurre la víspera de la entrada del Giro en los salvajes Dolomitas de Belluno, la ciudad de Buzzati en la que no pasa nada, solo el río Piave sobre un ancho lecho de piedras. En Val di Zoldo se habla el ladino que llevaron los conquistadores soldados latinos y hay pueblos que se llaman Dont, donde nació el evangelio del helado y sus heladeros los expandieron por el mundo, o Coi, y este es un puerto de montaña cortito y vertical, carretera estrecha, asfalto viejo, cuarteado, en el que, a 1.500m de su cima, ataca Roglic después de que su querido Kuss haya mantenido varios kilómetros un ritmo duro. Thomas se va fácil con el esloveno; Almeida se queda y persigue, ayudado por su compañero Vine. Pasa a 10s de la gran pareja, feliz de colaborar, dejando su mano a mano para los Dolomitas altos, las Tres Cimas (2.304 metros, casi tres kilómetros de subida al 13% por encima de los 2.000 metros de altitud, donde el oxígeno vuela, tan ligero), tras el durísimo Giau, y la lluvia anunciada, o, chi sa, para la cronoescalada final, donde cada uno subirá mirando en su interior y no a los ojos (las gafas oscuras) del rival. Tras un pequeño descenso, en el que su Vine se sale en una curva y le perturba, Almeida inicia solo la cortita subida final, encontrando fuerza en una gran curva en el apoyo estrepitoso de portugueses con banderas que le ensordecen con sus gritos.

Brilla el sol. Día espléndido. Ciclismo festivo. Tres amigos. Después de chocar la mano con Almeida, maglia blanca de mejor joven, Roglic, que no tiene que pasar por el podio, da media vuelta y desciende al autobús, aparcado al pie de la subida. Thomas y Almeida, en la meta, hacen rodillo defatigante, 10 minutos, y hablan. Almeida le felicita al galés por su cumpleaños y Thomas le dice, con esta edad tendría que estar ahora en la playa, como un buen jubilado, pero me divierto corriendo. “Estoy muy bien de piernas, más o menos como cuando gané el Tour”, dice luego, más serio, en la conferencia de prensa, mientras mastica con apetito una galletas galesas, mantequilla y pasas y tanta harina, que le han regalado unos aficionados de las tierras del dragón. “Pero debo seguir haciendo lo que hago [corriendo al milímetro]. Ya ha llegado el día más terrible de mi carrera”.

Delante de los tres que pueden ganar el Giro, tras 150 kilómetros en fuga, Zana –espigado, 1,85m, solo 24 años y ya corriendo su cuarto Giro, todos acabados, y fue tercero en el Tour del Porvenir de 2021, detrás de Carlos Rodríguez, y amante de los caballos– es el mensajero que envía el destino para negarle su último deseo a Pinot, de 32, maglia azul de mejor escalador, quien, hace unos meses, al anunciar su retirada del ciclismo, declaró que solo le faltaba para ser feliz ganar una etapa en el Giro. “Hay que coger la oportunidad cuando llega, porque nunca sabes si la volverás a tener”, dice el joven Zana, como si tristemente Pinot, ya derrotado por Einer Rubio otro día de fuga, no lo supiera. “Una cosa así pasa pocas cosas en la vida”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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