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En el monte Bondone, el Giro revive y Geraint Thomas recupera la ‘maglia’ rosa

Primoz Roglic cede medio minuto ante ataques sucesivos del galés y del portugués Almeida, que gana la etapa

Carlos Arribas
Giro de Italia
Almeida cruza la meta del monte Bondone por delante de Thomas.LUCA ZENNARO (EFE)

¡Viva el Bondone!, grita el Giro, que en los 20 kilómetros de la montaña de Trento, teatro hermoso e inmenso, piedras rosáceas en la cima, representa su primera obra de acción y vida. Hay acción colectiva, juego de equipos, ataques inesperados, desfallecimientos sorpresa, y tres nombres. El joven portugués Joao Almeida, 24 años, maglia blanca, limpia, que ataca, forcado y bailarín, y gana la etapa, y emite un grito liberador; el viejo león galés Geraint Thomas, que ataca también, y recupera la maglia rosa; el duro Primoz Roglic, que sufre, y su rodilla cruje, y cede medio minuto.

Como una admonición, una foto gris de Charly Gaul, un pajarito medio muerto en brazos de dos carabinieri que lo llevan en volandas, recibe a los ciclistas en la cima del monte Bondone sobre Trento. Esto es el ciclismo, desmesura, un viaje a las puertas de la muerte, parece decirles el escalador luxemburgués desfallecido que hace casi 70 años, en manga corta, empapado maillot de merino Faema, bajo una nevada que congeló a medio pelotón, en una etapa de nueve horas, 242 kilómetros, alcanza una maglia rosa del que estaba a 17 minutos en la salida de la etapa. Incapaces de liberarse del peso del pasado, que le da legitimidad a su oficio, y valor, en los años que corren, aires de cálculo y conocimiento, y los puertos se miden en minutos y vatios, carbohidratos ingeridos, calorías gastadas, los corredores le honran como los tiempos obligan, con ciencia y decisión.

Como en la tragedia clásica, del error nace el misterio del Bondone en el 106º Giro también, la peripecia, la redención. En 188 de los 203 kilómetros de la etapa, a orillas del Garda, hacia el norte, las montañas que amenazan, arriba y abajo el Santa Bárbara y su amonito rojo, la piedra en la que pisaban los nobles en sus palacios renacentistas, en 4.000 de los 5.000 metros de desnivel total del día, el Jumbo de Roglic lleva sin aliento al pelotón, que poco a poco se desgrana y devora a la fuga. Terminada su tarea devastadora sus compañeros, a 15 kilómetros de la meta, donde el Bondone es un bosque se aplana un tiempo, y Rohan Dennis, el más destructor, dice, hasta aquí he llegado, Roglic se encuentra mal colocado, con escasos amigos –solo resiste Kuss a su lado—y rodeado de malas voluntades. Su propio equipo ha sacado a la luz su debilidad. El UAE y el Ineos se percatan. El equipo de Almeida acelera –Formolo, Vine, Ulissi--, y a ocho kilómetros, primera aceleración del portugués. Solo los mejores del Giro, media docena, resisten. También acelera lo hace el Jayco de Dunbar. A seis kilómetros, solo quedan lo mejores. Su acabó el baile de equipos. Comienza el cuerpo a cuerpo. A seis kilómetros ataca duro Almeida, que se siente campeón entre sus ídolos de juvenil, junto al Thomas al que miraba boquiabierto por la tele hace cinco años cuando el galés ganaba el Tour. Por delante de Roglic que se queda, que pide a Kuss, fiel, que le marque el ritmo, que no puede más. Thomas, a su rueda, lo estudia, lo mide, y cuando lo sabe acabado, ataca y se va a por Almeida. A 25 por hora en la montaña. Velocísimo. Siempre sentado. Acelerando. Roglic mira para otro lado. Culminado el suicidio colectivo, o el juego de las falsas apariencias, el esloveno se apoya en su querido Kuss para limitar la pérdida. El viejo león está herido, se oyen voces en la meta, bajo una lluvia fina, primavera en la montaña. Ay, la caída junto a Tao, el miércoles pasado camino de Tortona.

Galés y portugúes (de Caldas da Rainha, donde amaneció el 25 de abril) miran atrás y colaboran. No guardan fuerzas para el sprint final, que se lleva Almeida, y la lluvia suave le llena la cara de barro, y sin gafas, mirada miope, desnuda, Thomas, parece más antiguo, más Gaul, y dice que no sabe cuántos vatios ha generado, que nunca lo mira, que ya se lo dirán, de natural el más rápido de los dos. “Thomas me llegó como un rayo, y temblé”, dice Almeida, que se reveló, un niño, en el Giro del 20, y sucumbió en el Stelvio al ritmo de Dennis; que el pasado Giro debió abandonar por la Covid, cuando era cuarto; que nunca había ganado una etapa en la corsa rosa; que este año había quedado siempre detrás de Roglic en la Tirreno, segundo, y en la Volta, tercero. Que cree en él. “Me hace sentir viejo oír a Almeida decir eso, le saco 13 años. Pero aunque parezca viejo, me siento joven de verdad”, dice Thomas, maglia rosa again, con 18s sobre el portugués, magnífico contrarrelojista, y 29 sobre el esloveno, y el cuarto, Caruso resistente, a 2m 50s. “Esas ventajas no significan nada en el Giro, con las montañas que quedan y la cronoescalada, y si vuelve el mal tiempo en los Dolomitas, que parece que sí. Froomey [Chris Froome, su amigo] estaba a más de tres minutos cuando ganó el Giro de 2018…”

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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