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McNulty vence en Bérgamo en un Giro de Italia en el que los favoritos siguen paralizados por el miedo

Solo los ataques del inconformista Ben Healy, derrotado en la meta, salvan un nuevo día de desidia de Thomas, Roglic y compañia, que desprecian un trazado ideal para la acción

Carlos Arribas

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El grupo de los favoritos, con cinco de los seis primeros de la general, llega tranquilo y frenando a la meta de Bérgamo.
El grupo de los favoritos, con cinco de los seis primeros de la general, llega tranquilo y frenando a la meta de Bérgamo.LUCA BETTINI (AFP)

El anticiclón ha llegado al Giro y atravesando Sedrina, el pueblo en el que Felice Gimondi, gran campeón en los tiempos de Merckx, le quitaba la bici a la cartera, su madre, y aceleraba libre bajo el mismo sol cálido que inspira a Ben Healy, el inconformista, melena y casco, que tiemblen todos, a atacar al grupo de evadidos –17 en la escapada—cuando quedan aún 70 kilómetros y un puertarraco, el Roncola Alta, para llegar a la meta de Bérgamo. ¿Dónde vas, loco? Espera a la Roncola, le grita su director por el pinganillo al irlandés de Birmingham, alérgico al miedo que paraliza al Giro, que secuestra la voluntad de todos. Healy, clasicómano en el alma, hombre de acción y movimiento, y tanta clase, se frena. Ataca, claro, en la Roncola. Tanto desperdicia en tantas aceleraciones sin sentido, que no logra irse solo. Con él llegan a la ciudad lombarda, sus murallas, la llanura padana a sus pies, el italiano Marco Frigo y el norteamericano Brandon McNulty, la inteligencia, que gana.

La audacia es locura. El miedo es sabiduría. La razón del Giro.

Si los campeones tienen miedo no son campeones, concluyen los aficionados, cuyo corazón sufre cuando ve pasar por las carreteras que llevan a Bérgamo al pelotón de los mejores y contempla su ritmo, a 35 por hora, ocupan todo el ancho de la carretera y frenan los que van detrás para no comerse a los de delante, tan lentos, a casi 10 minutos de Healy, MacNulty, Frigo, que ya han tenido tiempo de limpiarse el sudor en la calurosa tarde, y no tiene más remedio que dudar, ¿son estos los Thomas, Roglic, Almeida, tantos nombres, tantos ciclistas invisibles, o se trata de la grupeta de los sprinters, los culones, que solo piensan llegar dentro del control? Porque ni las caras ni el ánimo de los ciclistas al pedalear permitían distinguirlos.

Solo una aceleración defensiva de Joao Almeida llegando a Bérgamo Viejo, vía calle de La Boccola y la Puerta Garibaldi, la dura cuesta empedrada, la memoria de batallas del Giro de Lombardía, obliga a todos, a, por orden en la general, Geraint Thomas, Primoz Roglic, Andreas Leknessund, Damiano Caruso..., levantar el culo del sillín y a acercar a su corazón a las 200 pulsaciones por minuto por primera vez en el día. Nada más. “No fue un ataque, sino una toma de posiciones”, explica su director, Fabio Baldato, quizás temiendo que dada la carestía de ataques que sufre el 106º Giro de la historia –en 15 etapas, más de 60 horas de carrera, casi 2.500 kilómetros recorridos desde los Abruzos, que parecen tan lejanos, el único ataque, el de Roglic, Thomas y Tao que desnuda a Evenepoel en la cuesta de los Capuchinos el día que, significativamente, ganó la etapa Healy, son tres kilómetros, cinco minutos de acción, 15 segundos de ventaja–, alguno confundiera el momento con un ataque verdadero. “Se trataba de no entrar mal colocado al descenso final”.

“Los tres primeros se vigilan y yo estoy ahí, en emboscada, con las piernas preparadas para cuando llegue el momento”, dice Damiano Caruso, segundo en el Giro de 2021 y quinto en la general, a 3m 9s del líder de prestado, Bruno Armirail (beneficiario de la alergia al rosa de Thomas y Roglic, que lo repelen), y a 2m 28s de Thomas. Otro que tampoco se mueve. Espera, como todos, con aprensión, la última semana, la del Bondone, las Tres Cimas de Lavaredo y la cronoescalada del Monte Lussari. No tiene sentido dar una pedalada de más, escuchar el grito desesperado de muchos que piden acción, engrandecer el ciclismo herido. Caruso justifica su inacción con los mismos argumentos que Healy usaría para explicar su acción, salvo los años, en una especie de elogio de la vida burguesa: “Llegado a mi edad [35 años], cuando ya no tengo nada que perder, me divierto corriendo despreocupado. Nadie me pide resultados. Tengo la mente serena. Cuando llamo por la mañana a casa, toda la familia está bien. No tengo motivos para no seguir haciendo esto. Estoy donde esperaba estar llegado el segundo día de reposo”.

El martes, el Giro de los miedosos parte de nuevo. Hacia Trento. Buen tiempo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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