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Como Agostinho, Almeida se dobla pero no se rompe

El portugués resiste la ofensiva del Sunweb de Kelderman y mantiene la ‘maglia’ rosa del Giro por 15s en Piancavallo, donde se impone Tao Geoghegan

Tao celebra su victoria en Piancavallo.
Tao celebra su victoria en Piancavallo.LUCA BETTINI (AFP)
Carlos Arribas

El ciclismo es pugilato, pelea y sufrimiento, le dijo el noble Jean de Gribaldy, su maestro, a Joaquim Agostinho, y Joao Almeida es su heredero y es también Agostinho, que se doblaba pero nunca se rompía y era el mejor amigo de Ocaña, un luchador indomable, un resistente habituado a correr siempre al límite sin pasarse, en la ascensión fría a Piancavallo, nieve vieja en las cunetas.

Pelea contra sí mismo y contra todos Almeida, hermoso de rosa y solo, la lengua fuera, contra el dolor de piernas, contra el cansancio, contra el viento de cara, contra Kelderman, que quiere apoderarse de su tesoro y ha usado a todo su equipo, el fortísimo Sunweb, jóvenes sedientos, para reducir el pelotón a migajas, para dejar tirados a Nibali, a Pello Bilbao (que baja hasta el quinto puesto en la general, a 3m 10s de Almeida), a Pozzovivo, a McNulty, y estos intentan reagruparse, unirse en relevos, sobrevivir. Por delante, dos Sunweb, Kelderman, su líder nominal, a rueda, y Hindley, un australiano de 24 años, el joven brillante que llega para quedarse, y asusta su fuerza, su energía, cuando acelera en los últimos nueve kilómetros y el grupo revienta. Y sigue acelerando en cabeza hasta los últimos 100 metros, cuando le toca a Kelderman rematar la etapa con la victoria, con los 10s de bonificación, quizás con la maglia rosa, que a la salida de la base aérea de las Flechas Tricolores, la cuadrilla acrobática del ejército, tenía a 56s. Y Kelderman, a quien todos llaman hormiguita, porque nunca se le ve pero poquito a poquito va llenando su granero ni consigue la victoria ni consigue el rosa. Almeida resiste y llega líder al día de descanso aunque solo sea por 15s. Y, humano, pese a todo, el portugués se derrumba al cruzar la línea de meta, agotado y vacío, y feliz.

En una variante adulta y malvada de la fábula, cuando en invierno la hormiga se zampa su granero tan trabajosamente acumulado en verano y está gordita y jugosa, la cigarra inteligente y perezosa se la come, como Tao Geoghegan Hart, rubio, pálido londinense de 25 años, a rueda todo el día del prepotente Sunweb, devora a Kelderman, holandés de 29 que en el sprint final, tan cansado parece, ni tiene fuerzas para oponerse al inglés del Ineos, que gana la etapa y puede ganar el Giro, tan fresco y brillante se le aprecia al comienzo de una tercera semana que tendrá el miércoles la Madonna di Campiglio en la que murió por primera vez Pantani en 1999, y luego el misterio, pues parece complicado que puedan disputarse como figuran en el libro de ruta las etapas del Stelvio, el viernes, y el Izoard, el sábado, dos gigantes por encima de los 2.500 metros, normalmente impracticables por la nieve desde septiembre. El británico, que ama Colombia, que ama a Egan, que ama las montañas, es cuarto en la general, a 2m 57s de Almeida, a 1s de Hindley, tercero.

Al conseguir para el Ineos una quinta victoria este Giro (tres de Ganna y una de Narváez antes), Geoghegan recordó con pena a Nico Portal, su director muerto, y quizás, con cierta alegría interior, pudo agradecer que Geraint Thomas, el líder del equipo designado, se cayera en la segunda etapa. Sin el galés, los demás siete corredores (Castroviejo, Dennis, Puccio, Swift, Ganna, Narváez y Geoghegan) han tenido libertad para organizar su etapa en provecho propio todos los días, y calidad para exhibir, para envidia de todos, el gran fondo de armario que posee el equipo más rico del mundo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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