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PISTA LIBRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hay racismo cuando existe una víctima

Alrededor del último caso de la saga de afrentas soportadas por Vinicius se ha abierto una sucesión de debates que afectan directamente al fútbol y las respuestas que se articulan para un problema que viene de lejos

Vinicius
Vinicius Junior es retenido por Rüdiger y Courtois tras ser expulsado en el Valencia-Real Madrid del pasado domingo.PABLO MORANO (REUTERS)
Santiago Segurola

La ofensa racista que Vinicius sufrió en Mestalla y la justificada respuesta del jugador, que identificó y señaló a los agresores en medio de un episodio que obligó a detener el partido durante varios minutos, ha adquirido una magnitud que se corresponde con la relevante posición del delantero brasileño en la escala del fútbol, una estrella en toda regla. Alrededor del caso, el último de la saga de afrentas que Vinicius ha soportado esta temporada, se ha abierto una sucesión de debates que afectan directamente al fútbol y las respuestas que se articulan, inodoras e insípidas en España, para un problema que viene de lejos y devuelve a la memoria los nombres de Wilfred, Kameni, Eto’o, Roberto Carlos o Iñaki Williams, mortificados en los campos por la pigmentación de su piel.

A Vinicius le distingue el coraje para denunciar y, si es necesario, enfrentarse a sus agresores, como sucedió en el derbi del Metropolitano o en el campo del Mallorca. Fuera de los estadios, también lo sufre. Un día antes del derbi en el Bernabéu, la efigie de Vinicius apareció colgada en el puente de una autopista, evocando imágenes terribles de violencia racial en otros lugares del planeta.

La profusión de denuncias no ha detenido las actuaciones racistas contra el jugador brasileño, sostenidas por una injustificable premisa: el comportamiento de Vinicius en el campo permite y merece vejaciones de todo tipo. Hace pocas semanas, la Fiscalía de Madrid archivó la denuncia por la fricción en el Metropolitano con estos significativos argumentos: los insultos habían durado unos segundos y se habían producido en el contexto de la fuerte rivalidad de los dos equipos.

No hay duda del exagerado comportamiento de Vinicius en el campo, donde es el jugador de la Liga que más faltas recibe y quizá el que peor las digiere. Se siente desprotegido y reclama el amparo que, en su opinión, no encuentra. Es un asunto estrictamente profesional que dispone de los cauces reglamentarios para solucionarlo. A los árbitros les corresponde ese trabajo. Se trata de un problema de su estricta competencia, tanto para verificar las acusaciones de Vinicius como para sancionar la expresividad desbordada. Esta temporada no lo han conseguido, fracaso evidente que ha incrementado la frustración del jugador y sus protestas.

Algo de lo que ocurre con Vinicius indica que el problema se relaciona fundamentalmente con el fútbol español. En los dos recientes partidos con el Manchester City, su actitud con los árbitros y los rivales ha sido ejemplar. Por fuerte que suene, Vinicius ha encontrado una respuesta sencilla a lo que sucede: España es racista. Tiene buenos motivos para creerlo. Habla como víctima de unas conductas despreciables que no encuentran las respuestas adecuadas, como manifestó Ancelotti después del partido de Mestalla.

El técnico italiano declaró que en España nunca pasa nada después de esta clase de episodios. Ancelotti está convencido de que esta vez tampoco cambiará nada. Tiene razón. El fútbol español, que durante décadas se distinguió por una posición paternalista cuando no feudal con los jugadores —aquel viejo y flagrante derecho de retención—, no puede escudarse más en protocolos inservibles y en trámites que pasan al olvido, sin drásticas consecuencias, ni una visibilidad ejemplarizante.

En las dos últimas semanas, hemos visto a unos salvajes impedir que un equipo celebrase con toda normalidad el título de Liga y detenerse un partido por los improperios racistas a Vinicius, que no aguanta más. No es casualidad que esta espiral vuelva a escenificarse principalmente en los crecientes sectores ultras, camuflados en los privilegios de esa ridiculez conocida como gradas de animación, donde sus desvaríos aumentan y comprometen la salud del fútbol, sin que nada ocurra.

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