Gündogan mete los goles que falla Haaland
El alemán dirige al City hacia la victoria frente al Leeds (2-1) y afianza el liderato de la Premier antes de medirse el martes al Madrid en Champions
Bajo el reinado de Carlos III como bajo el cetro de Isabel II, Inglaterra sigue siendo Inglaterra, tierra de majestad, pequeño mundo, asiento de Marte, sede del Manchester City, que sigue siendo el Manchester City, banquillo de Guardiola, el Guardiola de toda la vida. El mismo entrenador de siempre, obsesionado con dominar a sus rivales mediante la posesión del balón lo más cerca posible de la portería contraria. No puede ser de otra manera cuando la inmensa mayoría de los equipos no hacen otra cosa que replegarse sin vergüenza cuando pisan la misma cancha que el City.
Por más que en España proliferen los visionarios que aferrados al big data ahora señalan una involución conservadora en el City, una suerte de estrategia tenebrosa para dejarse dominar, aprovechando que Haaland es un tanque, resuelta que ni Haaland es un tanque, ni su arte consiste en correr los 100 metros sino en moverse como el rayo en una caja de zapatos. La clave de la evolución del City es el desmarque en espacios reducidos, las permutas, la noria de movimientos interminables que desquician a las defensas más herméticas. Zagas como la del Leeds United, que acudió al Etihad este sábado a estacionar un autobús de doble planta en su área chica, y antes de la media hora sufría un 2-0 y una lluvia de ocasiones clarísimas. Malas noticias para el Madrid, que espera al City en el Bernabéu el próximo martes para comenzar la semifinal de la Champions.
Sam Allardyce tampoco ha cambiado de naturaleza con el nuevo régimen. Sigue siendo el mismo entrenador de pura cepa inglesa, bonachón, paternalista, y fosilizado en un pasado remoto. El técnico del Leeds dirigió a su equipo según parámetros obsoletos desde que Guardiola revolucionó este juego hace más de una década. Sus futbolistas, embolsados alrededor del portero, Joel Robles, comenzaron por perder las marcas en el torbellino de movimientos y acabaron por replegarse hasta los palos porque no encontraban mejores referencias espaciales. Cedieron tanto terreno que liberaron los extremos y el mediocampo del City, gobernado por el sutil Gündogan. Sobre el minuto 24 el City sumaba dos goles idénticos: aperturas de De Bruyne y Haaland, pases de Mahrez y remates de Gundogan desde el balcón del área.
“¡Hoy no nos podemos permitir cometer errores!”, gritó Gündogan, con toda la fuerza que le permitió su voz de gorrión. El capitán dirigió la arenga en la ronda que formó con sus colegas antes del partido. Lo que siguió fue una clase magistral de precisión y gestión. Mandó y pasó la pelota al mismo tiempo y a su alrededor, y con la colaboración de McKennie y Allardyce, se ordenaron hasta los desordenados. El distraído Akanji pareció aplicado, el pesado De Bruyne pareció dinámico, y el novato Lewis reclamó la pelota como un experto.
Regresó De Bruyne de su misteriosa baja de una semana como si jamás hubiera estado lesionado. Igual de sofocado que siempre, tan concluyente como de costumbre, despierto y rápido para dar los pases más dañinos a toda velocidad, el belga se situó en la segunda punta que le ha diseñado Guardiola como si fuera el asiento del piloto en un aeroplano. Desde allí tomó los mandos del ataque. Le ayudó Julián Álvarez, al que Guardiola ha transformado en falso volante. Solo Haaland y los centrales ocuparon posiciones más o menos definidas. Los demás pueden identificarse como falsos, engañosos a tiempo continuo o a tiempo parcial, siempre intercambiando posiciones.
El City manipuló el partido a su antojo hasta los minutos finales. Incluso con las rotaciones de Bernardo Silva, Rodri y Días, tres jugadores fundamentales en el funcionamiento del equipo. Las ocasiones de Haaland se multiplicaron con falta de acierto. Un par de palos, un par de tropiezos, una buena parada de Robles, dejaron al noruego en blanco después de sumar 35 goles en la Premier, en la pasada jornada. La colección de desmarques en profundidad sin espacios fue una antología. Transcurrido el minuto 80, Foden provocó un penalti. La noticia fue que Haaland no se afanó en seguir batiendo récords: le cedió la pelota a Gündogan. A ver si convertía un hat-trick.
Guardiola: “Erling tiene que tirar el penalti, pero...”
“¡Erling tienes que tirar tú!”, le gritaba Guardiola desde la banda, más preocupado por cerrar el partido que por cuestiones sentimentales. No advirtió Guardiola que la mejor noticia del día fue descubrir que un egomaníaco como Haaland se reprime para hacer piña con sus compañeros. Los grandes equipos se construyen con gestos como el de Haaland. “Erling”, explicó el técnico, tras la velada, “es el mejor lanzador de la plantilla y es él quien debe tirar los penaltis, sobre todo si vamos 2-0 [y el partido está vivo]; pero su gesto demuestra la clase de persona que es. No solo piensa en récords. Para él es tan importante marcar goles como ayudar a sus compañeros. Piensa en el equipo”.
Gündogan se topó con el guante de Robles, que desvió la pelota al palo. En la siguiente jugada, después de un saque de portería y un par de rechaces, Akanji se dejó burlar por Rodrigo y el español metió el 2-1. Guardiola se agarró la cabeza. Cundió la inquietud en el Etihad: un empate podía devolver al Arsenal al liderato si le gana este domingo al Newcastle. No sucederá así. La victoria consolida la crecida del City justo a tiempo, cuando mayo comienza a calentar la Isla y en Chamartín florece el jazmín, casi una señal inexorable de semifinales de Champions.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.