Contra Remco Evenepoel y Lieja, la última pelea de Tadej Pogacar antes del Tour
El fantástico esloveno y el prodigio belga que quieren seguir los pasos de Eddy Merckx cruzan por primera vez sus caminos en la Decana de las clásicas
Muhammad Alí flotaba como una mariposa y soltaba puñetazos como coces de mula, y los poetas fascinados describen a Jon Rahm como los puños de Paulino Uzcudun con una batuta de director de orquesta, sensible y rítmica, toque, y, añaden, ya puestos, que la misma batuta delicada vuela armónica en las manos de Carlos Alcaraz que hacen correr la bola a la velocidad de la luz casi, y tan precisa. Fuerza y sensibilidad, demolición y belleza, en la piernas duras y ligeras, ágiles, sincrónicas como si no bailaran sobre los pedales de un órgano, de Tadej Pogacar destroyer, que levanta mínimamente el culo del sillín, casi como un entusiasmado en una sesión de spinning en el gimnasio, casi como Fabian Cancellara en sus días bestias, y en un tramo de 100 metros en la cuesta del Keutenberg saca 30 metros al pegajoso y potente Tom Pidcock, imbatible hace nada en las Strade Bianche, y sonríe, la sonrisa del killer, y gana la Amstel. Un ataque masivo, parangones infinitos, tan atómico como con el que en el tablero de ajedrez Ding sometía a Nepo a la misma hora y a miles de kilómetros, en Astaná.
Y tres días después, el pelotón a su espalda todo el día, no vigilando sus movimientos, sino esperando el momento en que atacara para poder luchar libres por la segunda plaza más de 20 corredores, y él, sádico, les hace creer primero que les dejaría pasar, y les hace esperar y suspirar, y a 180 metros de la cima del Mur de Huy repite la aceleración, el mechón rebelde asomando en el casco y marcando el camino de la victoria en la Flecha Valona, y esta vez coincide con Nepo machacando a Ding.
En la edad de oro, el ciclismo es así. Cinco magníficos que pelean entre sí, cada uno en su terreno, y Tadej Pogacar, que pelea contra todos, en todos los terrenos. Al duelo sin fin Van Aert-Van der Poel en las carreras de un día, se suma Pogacar, que les hace sudar en San Remo y derrota en Flandes. Contra Vingegaard, un rival en las pruebas por etapas, el esloveno, de 24 años, ya se pegó, y ganó, en la París-Niza. Con su compatriota viejo Primoz Roglic, Pogacar ya se las tuvo desde su primer año con los grandes, en 2019. Le hizo sudar en la Vuelta de aquel año y le ganó en el Tour del 20.
Este año, Roglic no se ha cruzado ni un día en su camino, ni tampoco el sexto fenómeno, Remco Evenepoel, un perfil tan parecido al suyo, y la misma ambición suprema, magnífico en pruebas por etapas (ha ganado una Vuelta) y también en pruebas de un día duras y quebradas, Mundial, San Sebastián, Lieja, las propias de los llamados hombres Tour.
Es el duelo que faltaba, la última pelea. Este domingo (Eurosport y Tdp, 13.00-17.30) se celebrará. En las Ardenas belgas. La Decana. Lieja-Bastoña-Lieja. El monumento nacido en 1892, más vivo que nunca. Pogacar lo ganó en 2021, Evenepoel el año siguiente. Nunca se han visto por allí. Un domingo más, un choque de fenómenos nuevo. Derrotados Vingegaard, Van Aert, Van der Poel, le llegó el turno a Evenepoel, siempre siguiendo, seguro, la senda de Eddy Merckx, caníbal de monumentos en abril y todo el año.
Aunque subieron al gran escenario del ciclismo al mismo tiempo, en la primavera de 2019, y aunque solo les separen 16 meses de edad, más joven el belga, los caminos de Pogacar y Evenepoel apenas se han cruzado. En casi cinco años en el pelotón, solo 16 días han tomado la salida en la misma carrera, y la mitad, ocho, en una misma prueba, La Tirreno-Adriático de 2022. En aquella prueba apabulló el esloveno, que ganó la general y se impuso en dos etapas, de la misma manera que había ganado la Lombardía de 2021 en la que el belga que vive en Calpe fue 19º. A dos de los triunfos de Evenepoel, la Klasikoa de San Sebastián y el Mundial del 22, Pogacar asistió, y los contempló de lejos.
Evenepoel prepara el Giro, que empieza en dos semanas, y se ha estado entrenando en el Teide. Llega con la fuerza de la altura, 21 días de competición –tres vueltas de una semana, una en enero, en Argentina; una en febrero, en Dubái, y una en marzo, en Cataluña—, tres victorias y una derrota ante Roglic en la Volta. De Pogacar sus números se repiten después de cada victoria, 12 en 18 días de competición. Después de la Lieja descansará hasta junio. Una carrera de preparación, su Tour de Eslovenia, y al Tour de Francia, donde le espera Vingegaard, que le derrotó el año pasado.
Como todos se rendían ante Merckx hace 50 años, Luis Ocaña se desesperaba y lloraba. Qué miseria de pelotón, que cobardía, acusaba, al rey hay que intentar siempre destronarlo, nunca hay que doblar la espalda. El conquense llamó a su perro Eddy y a Merckx le acosaba y le hacía sangrar. La mayoría de las veces caía derrotado Ocaña, pero cuando le derrotó en Orcières Merlette en el Tour del 71 —”me ha matado como los toreros matan al toro en la arena”, se rindió el caníbal— sintió que toda su rebeldía y su carácter tenían sentido. Del temple de Ocaña es Evenepoel, orgulloso, soberbio. No dirá al terminar, si no gana, estoy feliz, ser segundo detrás de Pogacar es lo mejor que se puede ser, como dicen todos, sino que llorará y se rebelará. Y antes peleará. Y llorará si gana, como lloró el año pasado al entrar solo en la última recta. Había atacado, a su puro estilo y al puro estilo Pogacar también, a 30 kilómetros, en el falso llano que seguía a la penúltima cuesta, La Redoute, los dos kilómetros más duros de los 260 kilómetros que recorren arriba y abajo, abajo y arriba, las Ardenas belgas.
Pogacar ganó su Lieja batiendo a un pequeño grupo, Alaphilippe, Gaudu, Valverde, Woods, en la recta del muelle de las Ardenas, junto al Ourthe apacible. Los más alucinados avisan de que siendo como son los dos, impacientes y audaces, lo más seguro es que se ataquen en Stockeu, la cuesta perfecta —1.000 metros al 12%, y una estela recordando a Merckx, el caníbal al que ambos imitan—, a más de 70 kilómetros de Lieja. Los más sabios predicen un pulso en La Redoute, y los más minuciosos recuerdan que este año se ha acortado 400 metros La Redoute, eliminando el falso llano que ama Evenepoel, sustituido por un abrupto descenso por una estrecha carretera y un ascenso a la capilla de Cornemont. Además, para complicar la estrategia se ha reintroducido antes de la Roche aux Faucons, el último obstáculo, a 13 de la meta, la cuesta de las Forjas, ausente en 2022 en la cabalgada solitaria hacia la grandeza de Evenepoel. Por La Redoute, saliendo de Remoulins, el pueblo de Philippe Gilbert, pasaron los dos entrenándose el viernes. Pogacar, de paseo, y en la mano un móvil con el que grababa su nombre pintado en el asfalto con grandes letras; Evenepoel, arcoíris en el pecho, acelerado, la mirada fija en el potenciómetro admirando cómo ascendía la escala de los vatios, a tope, a tope, hasta batir, según Strava, el récord de la subida.
Ellos dos y el viento en La Redoute, en las Forjas, en Stockeu, la lluvia que se anuncia después de comer y el pelotón detrás. La lucha de Lieja cobrará valor casi metafísico, una visión de futuro, una reflexión sobre lo que se acerca, el vértigo.
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