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El juego infinito
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Negreira y las pasiones

Admitir una debilidad de nuestro equipo es como traicionar a la patria. Pero no es la patria, es solo fútbol, un juego, y conviene que nos relajemos

Jorge Valdano
Jorge Valdano

Pruebe usted a decirle a un amigo enamorado que su pareja no es lo que parece. Perderá la amistad. Las pasiones no admiten razones, tampoco en el fútbol, ese juego racional hasta que un equipo lo vuelve sentimental. A partir de ahí, los debates se hacen insoportables porque los llenamos de prejuicios. Y porque en el terreno de las pasiones, admitir una debilidad de nuestro equipo es como traicionar a la patria. Pero no es la patria, es solo fútbol, un juego, y conviene que nos relajemos y hagamos un esfuerzo para no engañar a la verdad.

Empezaré hablando de los míos, para calmar las sospechas. Si yo declaro que tengo serios reparos con la Superliga, no estoy hablando mal de Florentino y mucho menos del Real Madrid. Estoy polemizando sobre la Superliga, un proyecto llamado, a mi criterio, a despopularizar el fútbol debilitando a una clase media futbolística que vertebra deportivamente países y hasta continentes. Como el proyecto de la Superliga lo lidera Florentino, que preside el Real Madrid, los madridistas tenemos que ser acríticos por lealtad patriótica. No señor. Se puede tener una opinión sobre la Superliga, otra opinión sobre Florentino y aún otra más sobre el Real Madrid. No se trata de una unidad sentimental que nos obliga a someter las opiniones por una mal entendida lealtad.

El fútbol es proclive a ese tipo de malentendidos que mezclan cosas de distinta naturaleza. Una que me acompaña desde toda la vida es esa que dice: ¿Usted qué prefiere, jugar bien o ganar? Como si fueran conceptos antagónicos. Yo prefiero jugar bien y ganar. Pues bien, en Argentina hay dos escuelas filosóficas que debaten este punto desde hace 50 años. Aquí, si nos atenemos a los dardos que se tiran Xavi y Simeone, vamos por el mismo camino, aunque de momento, en un tono civilizado.

Todo esto para llegar al tema del año: el caso Negreira. En esencia, 7,3 millones de euros que el Barça pagó durante 17 años al vicepresidente del Comité Nacional de Árbitros. El contrato compromete a cuatro presidentes del Barça, incluido el indignado presidente actual. El escándalo, porque no hay otra palabra para definirlo, lo destapó la Cadena Ser de Barcelona, en un impecable ejercicio periodístico. Un caso que, como era de esperar, desató una agresiva literatura desde trincheras enfrentadas, mientras el Barça sigue postergando las explicaciones al tiempo que deja crecer las sospechas. Como las pasiones no descansan, el barcelonismo se atrinchera en su identidad y se permite cantar “así gana el Madrid” por una falta de Nacho en el último clásico. ¡Por una falta! ¡En este momento!

Los prejuicios no admiten pruebas en contra ni se detienen ante nada. Hay un hermoso vídeo viral del Mundo Deportivo que se recrea en el Barça de los últimos 20 años. Se pregunta si no fue legal la magia de Ronaldinho (claro que sí, incluso lo aplaudió el Bernabéu), o las maravillas de Messi (sin duda el mayor genio que dio este siglo), o el Barça de Guardiola, o el de Luis Enrique (dos ciclos gloriosos, ¿cómo no?). Que nadie se preocupe, los racionales sabemos reconocer la excelencia. Pero no me cambien ustedes de conversación. No estamos hablando de eso. Ni son los que tienen la camiseta de otro color los que estamos debilitando ese periodo del que los barcelonistas se sienten tan orgullosos. Las sospechas las está sembrando el mismo Barça al no lograr explicar unas noticias que, sinceramente, resultan inexplicables. Pero como las pasiones son como son, es más fácil cantar “así gana el Madrid” que admitir que el Barça ha patinado embarrando su propia historia.

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