España cierra el Europeo de atletismo en pista cubierta de Estambul con dos medallas
Adrián Ben, campeón de Europa de 800m, y Adel Mechaal, plata en 3.000m, en una jornada en la que Llopis sufrió un trauma craneal y torácico al caerse en la última prueba, la final de 60m vallas y quedar inconsciente en el suelo
Quique Llopis sale mal. Va retrasado. Acelera entre las vallas. Descoordinado. Se le escapa el título que debería esperarle al final de la recta, 60 metros solo, y cinco vallas. Ante el quinto obstáculo, 1,07 metros, y la meta ya allí, ya trastabilla, ajusta tanto que tropieza y cae como un peso muerto, todo lo largo que es, 1,91 metros, sobre el gris oscuro de la calle seis. Se golpea en el hombro y la cabeza rebota contra el tartán. Cae y no se levanta. Queda tendido en la calle. Inmóvil. La carrera termina en un suspiro. Gana el suizo Jason Joseph (7,41s). Nadie celebra. Nadie aclama. Las caras de alarma de las asistencias imponen silencio y temor. La inmovilidad del atleta de Gandía, 23 años. Tanta energía contenida en sus músculos, congelada. Inconsciente. Inerte. Los gestos de apremio al médico y a los enfermeros que están en la banda. Sus caras desencajadas. Rápidamente llegan a su lado, le dan tortazos en la cara, le introducen los dedos en la boca y le sacan la medalla con la que siempre corre entre los dientes, le colocan de medio lado. Otras personas extienden una pantalla de sábanas alrededor. Son cuatro minutos de angustia que solo se alivian cuando se retira la pantalla. Llopis, un portento, está en una camilla, un collarín en el cuello. Ha vuelto en sí aunque no mueva aún ni un músculo. El fisio de la selección española, Miguel Ángel Cos, que está allí, se vuelve a las gradas y hace un gesto, solo un gesto, el pulgar hacia arriba, que devuelve la respiración y la calma.
Llopis es trasladado a un hospital. Sufre un trauma craneal y torácico y una conmoción cerebral, informan los médicos, y un golpe en el codo Recuperó rápido la consciencia. Habló con compañeros antes de subir a la ambulancia. Dijo que le dolía todo. En el hospital le hacen pruebas para comprobar si hay alguna fisura y un TAC para ver si hay algún daño en el cerebro. No observan nada. Está orientado. Consciente.
La congoja y la preocupación, la visión, tan cercana, de lo inevitable, hacen que, de repente, la alegría loca, tan gallegamente sentimental, de Adrián Ben, campeón de Europa de 800m desde hacía solamente 20 minutos, y el discurso largo y encadenado de Adel Mechaal 15 minutos antes, con una medalla de plata al cuello, la tercera de su carrera en 3.000m, y Jakob Ingebrigtsen de oro por undécima vez, queden como recuerdos de un pasado lejano, despreocupado.
El mensaje que estábamos deseando escuchar:@llopis110 está bien y quiere agradeceros todo el apoyo que le habéis mostrado en estas últimas horas. 💪🏼 pic.twitter.com/tDMHxOlqrR
— atletismoRFEA (@atletismoRFEA) March 5, 2023
Y fueron momentos hermosos. Terriblemente peleada la victoria de Ben, una metralleta de pensamientos e impulsos que pelean para salir de su boca minutos después, una carrera de golpes, empujones y ciencia, la suya, su conocimiento su habilidad, la sabiduría y la fuerza que le permiten estar en el lugar en el que hay que estar cuando hay que estar, y el corazón aún acelerado por 50 metros de sprint tras el francés Benjamin Robert, que se agota, se agota, y no llega a la línea, y cuando llega lo hace detrás, solo tres milésimas detrás, de Ben (1m 47,335s), de 24 años, gallego de Viveiro, donde solo hay lluvia, dice, ni pista de atletismo ni nada, y 100 kilómetros de coche, ida más vuelta, a Lugo para entrenar cuando era un juvenil emocionado, siempre emocionado. Termina la carrera y cuando se resuelve la duda, quién ha ganado, ha sido Ben, se arrodilla sobre el suelo e intenta llorar. “Pero las lágrimas no me salían”, dice. “¿No habéis visto ese episodio de los Simpsons en el que mister Burns…?” Y todos alrededor se parten, y se parte él, su torrente de palabras, el de un atleta que ha sido el primer español que alcanzó una final de un Mundial al aire libre, en Doha, y también el primero en una final olímpica, en Tokio, y prefiere recordar los momentos duros del atletismo, el año 2022, en el que no logró clasificarse ni para las semifinales del Mundial de Eugene ni para la final del Europeo de Múnich donde triunfó Mariano García, y veía a los compañeros avanzar y él se quedaba. “Y yo antes de pasarme al 800m vi una vez a Mariano García y vi cómo aceleraba la moto, y dije, quiero ser como él, quiero hacer lo que él”, dice el atleta que habla de su carrera como hablaría su entrenador querido, Arturo Martín, o el otro Arturo, Casado, el extatleta de Santa Eugenia que le hace pruebas de esfuerzos y le da consejos. “Y ya soy campeón de Europa”.
El medio fondo, del 800m al 3.000m, es el vivero de medallas de la pista cubierta española que se va de Estambul con solo dos. La victoria de Ben, el séptimo oro de la historia en 800m, la 24ª en total en la distancia de las cuatro vueltas; en 1.500m, las medallas son también 24 (ocho de oro, 11 de plata y cinco de bronce), y a 24 (6-7-11) llega el 3.000m, para no ser menos, con la plata de Adel Mechaal (7m 41,75s), de 33 años, que se enganchó, hipnotizado y analista, a la espalda de Jakob Ingebrigtsen, vuelta tras vuelta, y son 15, intentando comprender, explica, los misterios de la física casi cuántica, tal como lo cuenta. Explica Mechaal, al que le encanta la ciencia del atletismo, que es muy fácil correr detrás de Ingebrigtsen, el fenómeno que ganó 48 horas antes los 1.500m corriendo igual, aunque un poco más rápido, a 23 segundos la vuelta, y no a 33-32-31-30-29-28, la panoplia del 3.000m. Gana con 7m 40,32s, a dos segundos del récord de los campeonatos. Es un metrónomo, siempre la misma frecuencia de zancada aparentemente, pero así, sigue Mechaal, es capaz de acelerar imperceptiblemente porque seguramente imprime más fuerza a la pisada y gana velocidad. “Porque cambiar, cambiar, solo ha cambiado en los últimos 100m. Solo entonces aumenta la frecuencia”, dice Mechaal, que para entonces ya miraba hacia atrás para asegurarse de que nadie venía cerca, asegurarse su tercera medalla europea en pista cubierta tras el oro de Belgrado, hace seis años, y el bronce de Torun 2021, su primer encontronazo con Ingebrigtsen. Y solo le perseguía la nada. Como él, como si al alejarse de Ingebrigtsen perdieran la potencia de un motor que les arrastraba, todos eran vagones que lentamente se paran. Y todos quieren ser cómo Ingebrigtsen, a quien Mechaal llama el mejor atleta de la historia en Europa y pronto en el mundo. “Vamos a cambiar de método de entrenamiento, vamos a entrenarnos como los Ingebrigtsen, con el método noruego”, anuncia Mechaal. “Antonio Serrano, mi entrenador, y yo estamos investigando para saber todo lo que hacen”.
Dos medallas es el balance más bajo de unos Europeos en pista cubierta de los últimos desde una solitaria plata en París 1994. “No estamos satisfechos con los resultados”, dice José Peiró, seleccionador nacional. “El atletismo español está para más. Pero tengo que destacar la gran actitud competitiva de todos los atletas”.
En la hora final de los cuatro días de Estambul, el atletismo español vivió todas las emociones posibles, también la del lamento de Lorea Irarzabal, que logrando su mejor marca personal (2m 0,87s) se quedó a tres centésimas de una medalla en los 800m de Keely Hodgkinson (1m 58,66s). O la desesperación de David García Zurita, de 17 años, el cuarto relevista (tras Husillos, Markel y Búa), que cogió el primero el testigo y terminó cuarto (3m 6,87s), adelantado en los últimos 100 metros por belgas (campeones de nuevo, 3m 5,83s), franceses y neerlandeses. Atletas más veteranos no se habrían atrevido a hacer lo que hizo Zurita, el gran talento extremeño, que corre con el atrevimiento de la inconsciencia, que corre los primeros 200m como si fueran los únicos. “Yo soy así”, dice Markel Fernández, de Sopela (Bizkaia), el segundo en el orden establecido para lograr que siempre los cambios se hicieran limpios, sin barullos, aprovechando la salida atómica Husillos. Markel, de 20 años, fue ciclista de carreras en el circuito del pueblo y por eso tiene que dar siempre una vuelta a la pista antes de ponerse en tacos, porque es lo que hacía con la bici. “Salgo siempre a tope. Hay que arriesgarse y llegar hasta donde se llegue”.
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