El cumpleaños feliz de LeBron James, entre lo divino y lo humano
Mientras el nivel y longevidad del jugador desafían a la lógica, su entorno colectivo, los Lakers, permanecen atrapados en la mediocridad
Con 38 años recién cumplidos, nadie ha llevado hasta tal límite el cóctel que asocia longevidad con excelencia. LeBron James, el segundo jugador que más minutos en cancha acumula en la historia de la NBA (ya por encima de los 64.000), parece ajeno al paso del tiempo y sostiene un pico de rendimiento por completo extraordinario considerando que compite en su vigésima campaña como profesional.
De hecho, para celebrar su último aniversario de nacimiento y en presencia de su esposa (Savannah) y de su madre (Gloria) —ambas en la grada—, James alcanzó los 47 puntos en Atlanta, donde los Lakers remontaron para llevarse el triunfo (121-130). Entre la primera vez que James alcanzó los 40 puntos en la NBA y esta última han transcurrido 18 años y 278 días, el tramo más largo jamás registrado en la competición estadounidense para dos actuaciones de esa naturaleza.
James rebasa los 28 puntos de promedio este curso, una anomalía considerando cualquier antecedente en ese punto de carrera. Por contextualizar, la siguiente mayor media anotadora durante una vigésima temporada pertenece a Kobe Bryant (2016), por debajo de los 18 puntos. Los siguientes ejemplos, en poder de otras leyendas como Dirk Nowitzki (2018) o Kareem Abdul-Jabbar (1989), ni siquiera alcanzaron los 13.
En el fondo el tiempo, exhibido en forma de desgaste físico y mental, ha solido a lo largo de la historia mermar de forma implacable al deportista, hasta hacer parecer terrenales incluso a hombres que arrastraban aura de divinidad. James, por su parte, sigue escapando a su efecto. Como desafío incluso a lo inevitable.
LeBron, que ya rebasó a Earvin Magic Johnson en la lista histórica de asistentes —seguramente acabe el curso en el Top 4— y está a unas semanas de superar la marca de Kareem Abdul-Jabbar y situarse líder de siempre en la de anotadores, mantiene un pulso consigo mismo en un permanente galope hacia la inmortalidad del deporte.
Dentro de una carrera fascinante, con infinidad de logros e hitos, a cada cual más abrumador, James puede presumir de ser el único jugador en la historia que ha ganado el campeonato siendo elegido mejor jugador de la serie por el título con tres franquicias diferentes (Miami Heat, Cleveland Cavaliers y Los Angeles Lakers). Sin embargo, al mismo tiempo en su eterna persecución tras la imponente e infinita sombra de Michael Jordan, nada parece suficiente.
A estas alturas, James se mantiene en activo bajo el embrujo de dos sueños. Uno, a nivel emocional, se edifica bajo la opción de coincidir con su hijo Bronny en la NBA, hecho sin precedentes en la historia de la liga. Su hijo mayor, nacido en octubre de 2004, podría ser elegido en el Draft de 2024 y LeBron ha estudiado perfectamente ese escenario, incluyendo en su último contrato firmado con los Lakers una cláusula por la cual podría ser agente libre ese mismo verano, el de 2024. El motivo sería ligar su futuro al de su primogénito y, en ese contexto idílico, compartir equipo.
El otro sueño, más centrado en la ambición profesional, sigue siendo igualar los seis anillos de Jordan. Sin embargo, con cuatro en su poder el escenario parece complejo. Y dada la situación actual de los Lakers, una franquicia en una encrucijada competitiva, hasta improbable.
Los angelinos se proclamaron campeones por última vez hace poco más de dos años, en octubre de 2020, pero demasiadas cosas han cambiado desde entonces. El elenco que rodeaba a James desapareció por completo, a excepción de su principal socio en pista, Anthony Davis, un gigante con pies de barro. Y es que Davis, el referente interior ideal para complementar al portento de Akron, se ha perdido la mitad de los partidos de los Lakers desde entonces.
La Gerencia, con Rob Pelinka al frente, ha ido haciendo y deshaciendo bloques, prescindiendo también de Frank Vogel, el técnico que llevó a los angelinos al título en aquel 2020. Y James, con su cuota de responsabilidad, tampoco supo gestionar el poder de decisión que desde los despachos se le otorgó. Un poder que, siendo común entre jugadores de su dimensión, acabó metiendo al proyecto en un punto de difícil retorno.
Su convencimiento por apostar por la figura de Russell Westbrook, priorizando su llegada en el verano de 2021, dejó a la franquicia sin margen alguno de maniobra para reformular el proyecto. James entendió, con beneplácito de Pelinka, que un purasangre como Westbrook podía liberarle de carga de balón y ejercer como tercer vértice del triángulo que formaban Davis y él mismo. La realidad, sin embargo, acudió puntual a desmontar cualquier esperanza. Su encaje deportivo ha sido un rompecabezas y su elevadísimo contrato ha hecho utópico cualquier traspaso en torno a su figura.
Por ello James, que a menudo durante su carrera solo ha necesitado de dos ingredientes para optar al campeonato, un buen entorno colectivo en lo defensivo y apoyos al triple para castigar las dobles marcas rivales que siempre ha recibido, se encuentra con que los actuales Lakers carecen de ambos. Convirtiendo, de ese modo, en un desafío gigantesco traducir en hechos sus palabras de hace unos días, en las que insistía en que quiere “competir” y no emplear sus últimos esfuerzos de carrera en un proyecto sin aspiraciones de título.
Así su camino a la leyenda —a la que por méritos propios accede— contrasta, estos días, con el desnortado proyecto que él mismo encabeza. Prueba, a la vez, de su lado divino y su cara humana.
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