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David Popovici bate el récord de 100 libre de natación y destroza el estigma de los bañadores prohibidos

El rumano de 17 años establece una marca de 46,86 segundos, cinco centésimas más rápido que el tiempo logrado por César Cielo en 2009 con el bañador enterizo impermeable

David Popovici
David Popovici saluda al público de Roma tras batir el récord mundial de 100 libre.ALBERTO PIZZOLI (AFP)

Caeleb Dressel era el nadador más rápido del mundo en bañador textil. Era el campeón mundial. Era el campeón olímpico. Era, naturalmente, tratándose de un gran velocista, de Estados Unidos. Con 25 años, estaba en su apogeo cuando el pasado 21 de junio en los Mundiales de Budapest decidió retirarse de la competición alegando “razones médicas” nunca especificadas, justo después de constatar que disputaría la final de 100 metros libre con un flaco de pómulos salientes y mirada brillante que con solo 17 años había hecho los dos largos de su semifinal en 47,60 segundos. Se llamaba David Popovici.

Si Dressel no huyó ante la visión de un futuro inhóspito, lo pareció mucho. Razones no le faltaron. El futuro del nado libre pertenecía a ese tallo de 1,90 de estatura, tan inesperado por su extraño origen rumano como previsible en su progresión. Este sábado en la piscina del Foro Itálico, sede los campeonatos de Europa de Natación, Popovici confirmó la trayectoria devastadora que anuncian sus marcas desde que tenía 13 años. Desde que Ian Thorpe se convirtió en el campeón mundial más prematuro de todos los tiempos en 1998, con 15 años, no surgía un nadador de libre más autoritario. El muchacho, que lleva toda la vida entrenándose en un club de Bucarest, lejos de las principales corrientes de la natación de élite, destrozó en 46,86 segundos el récord mundial de César Cielo, el más enquistado en la memoria infausta de la era de los bañadores flotantes de poliuretano.

Exactamente un siglo después de que Johnny Weissmüller batiera su primer plusmarca de 100, el destino reservó un círculo perfectamente irónico a Popovici, que se convirtió en el hombre más joven en batir un récord en la prueba más legendaria de la natación. La localización no pudo tener mayor carga simbólica. Fue la piscina del Foro Itálico, bajo los viejos pinos, el mismo escenario en que se estableció el récord precedente, 13 años atrás. Fue en la final de los Mundiales de Roma, el 30 de julio de 2009, cuando embutido en un mono de goma que le ayudaba a deslizarse por la superficie empleando toda su fuerza en ir hacia adelante, porque ya de sostenerle arriba se ocupaba la tecnología, cuando César Cielo tocó la última pared y gritó victorioso, para gloria de Brasil y de Arena, el fabricante de bañadores. Su marca, 46,91 segundos, acababa de nacer y ya parecía grabada en piedra. El hombre que la rompiera debería nadar como si llevara incorporado un artefacto flotador de última gama.

Prohibidos los bañadores impermeables en 2010, la natación alumbró una nueva era, más sobria, menos espectacular. Armados de una bermuda de tela por donde el agua fluía sin freno, Caeleb Dressel y los australianos Kyle Chalmers y Cameron McEvoy intentaron sin éxito aproximarse al territorio inhumano de Cielo. Solo Dressel bajó de 47 segundos, en los Mundiales de 2019. Sus 46,96 se convirtieron en un hito y un rayo de esperanza para los peregrinos que avanzaban hacia la cumbre helada que habitó Cielo.

El lado salvaje

Popovici tenía cuatro años en los Mundiales de 2009. Carecía de memoria y de complejos. No se sintió inferior por ir con el pecho desnudo, apenas cubierta la entrepierna por una bermuda de tela, luciendo ante la multitud su pecho de insinuante esternón. Desafiado por el húngaro Kristof Milak, el mejor mariposista que existe transformado ahora en librista, debió encontrar un aliciente. “Los 100 sacan tu lado salvaje”, dijo, tras ganar el oro en Budapest, hace un mes. Milak, que nadaba a su izquierda, le empujó al terreno de la adrenalina.

Milak salió el primero. El francés Maxime Grousset mandó en la prueba durante el viraje, en 22,72 segundos. Popovici tocó la primera pared en segunda posición, a sesenta centésimas por encima del tiempo parcial de Cielo en 2009. Su regreso sería inaudito. Popovici avanzó como un cuchillo en el agua. Sin ofrecer resistencia. Sin ofrecer superficie de rozamiento, rotando el tronco y clavando las manos en equilibrio perfecto. A falta de 40 metros ya traspasaba el umbral del ritmo de récord del mundo. Sus 46,86 constituyen una de las mayores hazañas de la historia del deporte. Una señal ominosa para Estados Unidos y Australia, grandes potencias del nado libre, camino de los Juegos de París de 2024.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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