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Vingegaard tumba a Pogacar y certifica su primer Tour de Francia

El líder de la carrera, apoyado por un Wout Van Aert descomunal, se impone en Hautacam y descuelga al esloveno, sin fuerzas tras una caída y un sinfín de ataques

Jonas Vingegaard celebra la victoria de etapa en Hautacam.
Jonas Vingegaard celebra la victoria de etapa en Hautacam.Thibault Camus (AP)
Carlos Arribas

Hautacam es una rareza, una falla en un puding geológico que se desinfla, y se mueve y provoca terremotos que en Lourdes y sus Palacio de los Rosarios, y su basílica de las apariciones ante la que parte la etapa, toman por milagros, que las gentes del ciclismo, que saben mucho, llaman épica, el valor que da sentido a su deporte, a unas vidas, las de los pobres ciclistas, que se transcienden, y llegan uno a uno a su cima, castigados por los Pirineos, por las cuestas y el calor, por su voluntad de llegar más allá, y todos detrás de Jonas Vingegaard, que gana y solo levanta un puño bajo la pancarta, su fuerza, la desesperación de Tadej Pogacar, caído, herido, púgil hasta los últimos metros, el muslo descarnado y la pierna izquierda llena de sangre.

El combatiente derrotado y hermoso en la batalla de Spandelles, un puerto nuevo que entra ya en la memoria de los siglos, tantos golpes vivió, caídas, ataques, y aquellos que pasados días, años, siglos, vuelva a ver todo lo que allí pasó en media hora de subida, 10 minutos de descenso, volverá a estremecerse. Extenuado en Hautacam, la subida de los daneses. Noqueado en una pelea educada, como dicen que es el boxeo, con reglas impuestas por los caballeros para diferenciarse de los pillos, y librada sin piedad.

Ciclismo.

Así sentenció el Tour un danés de 25 años; así peleó, hasta quedarse en los huesos, negándose a no dejar de sufrir, un esloveno de 23 que lo había ganado los dos años anteriores. Así un belga estupefaciente de verde, Wout van Aert, rey de los adoquines, de los repechos, de las contrarrelojes y del Mont Ventoux, dominó la gran etapa pirenaica, y llegó tercero. Los tres mejores corredores del Tour, el verde, el blanco, el amarillo –y el de lunares, la montaña, también se lo lleva Vingegaard--, los tres primeros en la mejor etapa que se recuerda. Los tres dioses del Tour del 22.

“Pero no diré que he ganado el Tour aún”, dice Vingegaard, más pálido que nunca, chaleco helado sobre su piel blanquísima, teléfono en conversación permanente con Trine, su chica, y sin dejar de hablar devuelve el abrazo de Pogacar, que reconoce su victoria. El danés cuenta en la general con 3m26s de ventaja sobre el esloveno; ocho minutos sobre el tercero, el galés Geraint Thomas “Queda la contrarreloj, quedan dos etapas más. Hasta que no acabe esto en París, el domingo, no diré que he ganado”. No es necesaria su declaración. Ya lo declara el mundo, y lo proclama.

Si en los Alpes de Italia molan las dolomitas, las rocas pálidas de sus montañas, en los Pirineos de estos días, dicen los geólogos, brillan las magmatitas, las piedras veteadas que bien pulidas dan para magníficas encimeras de cocina, y en las que, si se observa bien, subiendo el Aubisque, el más primitivo aún de los grandes puertos, sus piedras, sus vacas pastando en los prados, ha quedado grabada la huella de los campeones ciclistas que, entre sus plantas de aubisco y sus nieblas que parecen imposibles estos días de calor extremo, asaltan sus curvas como gatos flacos y hambrientos, como Bernard Labourdette, el compañero de Luis Ocaña en el Bic que el 14 de julio de 1971 gana bajo el diluvio en Gourette, el último pueblo en sus laderas, dos días después de que su líder, el español de Mont de Marsan, se destrozara el maillot amarillo y el alma, y el alma de todos, con su caída en el col de Menté tras Merckx.

Labourdette murió el miércoles, a los 75 años, la víspera del regreso del Tour a su col, donde le espera Michael Rasmussen, el danés que hace 15 años, pocas horas de ganar en su cima y descorazonar un día más a Alberto Contador, abandona el Tour de amarillo, a la fuerza, obligado por su equipo, el Rabobank, por aquel de que dicen que se dopa. Pasados los años, Rasmussen lo admite, lo supera y tuitea que así ha sido, pero que Contador, ganador del Tour tras su retirada, tampoco puede sacar mucho pecho, todos sabemos lo que había y más vale asumirlo, y que el español dio positivo tres años después y perdió un Tour. “Nunca he hablado en profundidad con Alberto de aquel Tour”, dice en Argelès-Gazost Rasmussen, comentarista desde hace años para un medio danés. “De vez en cuando me hace llegar mensajes. En el último me decía que no le había gustado mi tuit… Y yo le digo que uno puede blanquear su memoria, pero no engañarse a sí mismo”.

En el centro de la sala de prensa Rasmussen da un giro de 360 grados y comprueba que la mayoría de los periodistas no tiene ni 40 años, memoria joven, acumulación de lecturas del pasado, la memoria selectiva, también, de Jonas Vingegaard, su compatriota de amarillo, que, cuando le preguntan si sentirá algo especial al pasar por el Aubisque, gloria y condena de Rasmussen, responde que la etapa pasa por el Aubisque, pero termina en Hautacam, donde Bjarne Riis otro danés, recuerda Vingegaard, gato en los huesos, felino, acabó con la moral de Miguel Indurain subiendo con plato grande, y ganó su Tour del 96, y años después confesó, sí me dopé, les dijo a los del Tour, el maillot está una caja de cartón, si lo queréis es vuestro.

Vingegaard quiere ganar para borrar la memoria de sus dos mal amados antecesores. Contra Pogacar, el único que lo quiere evitar, cuenta con todos sus jumbos. Cuenta con Van Aert, que vale más todavía. Van Aert no es un gato famélico, es un potro bien alimentado, o un toro fuerte, glúteos de granito, y un carácter, que acelera en el Aubisque, toma la cabeza de la etapa y la mantiene subiendo y bajando Spandelles, y solo la cede, con un sprint final que acaba demoliendo la resistencia de Pogacar herido a 4,5 kilómetros del fin de Hautacam, 100 kilómetros, y a su rueda no resisten ni los mejores escaladores del mundo. Tampoco Pogacar. Lanza a Vingegaard, y se repliega. Pogacar cede. “Podía haber atacado en Hautacam, pero no era necesario. Íbamos muy bien con el ritmo que marcaba Kuss”, explica Vingegaard. “Y por la radio me decían que Pogacar ya estaba muerto, que iba a ceder de un momento a otro”.

Pogacar se estrella en el descenso del paso Col de Spandelles, este jueves.
Pogacar se estrella en el descenso del paso Col de Spandelles, este jueves.Daniel Cole (AP)

Hautacam fue la coronación; la batalla real fue la de Spandelles, un puerto debutante en el Tour, descubierto en la Ruta del Sur hace 10 años para revelar a un Nairo casi niño, de 22 años, 10 kilómetros al 8,3% y un calor de horno que despierta la solidaridad de todos los ciclistas, y se riegan unos a otros, y por Radio Tour se oye moto fraîcheur, al pelotón, qué frescura, que ganas de recordarles que están sedientos pero peleones, que todos agotarán todas sus fuerzas, pero seguirán. Cuatro veces ataca Pogacar subiendo, aislado, solo, sin más equipo que su corazón y su deseo; cuatro veces responde sereno Vingegaard, que tiene équipiers por todos los lados, y a Van Aert, como dios, omnipresente. En el descenso, peligroso, atención, gritan en Radio Tour, gravilla en las curvas, prudencia, Pogacar acelera. En una curva a izquierdas, pedalea en vacío, la bici le hace un extraño, una cabriola de potrillo mal domado a Vingegaard, que mantiene el equilibrio milagrosamente; Pogacar acelera y patina dos curvas más adelante. Cae en la cuneta. Medio cuerpo en la hierba, media pierna, la izquierda, se arrastra por el asfalto, se descorteza la piel, se machaca el muslo. Vingegaard le espera. Pogacar se monta rápido y le alcanza. Le da la mano agradeciéndole que no le deje solo. Es el fin de la batalla. El Tour ha terminado. El ciclismo sonríe.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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