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Francia, Italia, España: la amenaza de un cero histórico en el Tour de Francia

El Tour de 2022 puede ser el primero de la historia en el que ningún ciclista francés, italiano o español gane una etapa

Carlos Arribas
Tour de Francia
El canadiense Houle, ganando la etapa 16ª del Tour.YOAN VALAT (EFE)

Del Tour del 22 se han disputado ya 17 etapas. Las han ganado: Lampaert, Jakobsen, Groenewegen, Van Aert (dos), Clarke, Pogacar (3), Jungels, Cort, Vingegaard, Pidcock, Pedersen, Mathews, Philipsen y Houle. Por países: Bélgica (5), Eslovenia (3), Dinamarca (3), Países Bajos (1), Australia (2), Luxemburgo (1), Reino Unido (1) y hasta Canadá (1).

Ni una para España, Francia e Italia. Un danés, Jonas Vingegaard, es el maillot amarillo; un esloveno, Tadej Pogacar, el mejor joven; el maillot verde es el belga Wout van Aert, y un alemán, Simon Geschke, el rey de la montaña. El primer francés en la general es David Gaudu, quinto, a casi ocho minutos de Vingegaard, Enric Mas, décimo, está a más de 16 minutos, y el siciliano Damiano Caruso, 22º, se encuentra a más de una hora.

El Tour de 2022, que lleva camino de ser el más rápido de la historia (42,059 kilómetros por hora de media hasta ahora, 405 metros por hora más rápido que el de 2005 de Lance Armstrong, en aquellos tiempos, 41,654) también puede suponer el de un récord negativo. Si terminara así, por primera vez desde su nacimiento, hace 119 años, el Tour acabaría sin ninguna victoria de los tres grandes países mediterráneos. En 1926 y 1999, no hubo victorias francesas, pero, en el 26, hubo una etapa para un italiano, y en 1999, siete etapas fueron para el país del otro lado de los Alpes y tres para España. Si Filippo Ganna no lo evita en la contrarreloj del sábado, o la fuga del viernes premia a los esforzados españoles o franceses, 2022 será la cosecha de la nada.

Entonces empezó a cambiar el ciclismo. En 1998, el Tour del Festina generó lo que los franceses llamaron el ciclismo de dos velocidades. Mientras en su país, explicaban, se había tomado muy en serio el problema de la EPO y el dopaje, y habían cambiado, se habían lavado, en los demás países, sobre todo en España e Italia, donde los médicos magos seguían haciendo milagros, pasado el chaparrón, habían cerrado el paraguas y continuado como si no hubiera pasado nada. En España y en Italia, donde se remarca que para que un francés tenga recuerdos de uno compatriota suyo ganando el Tour (Bernard Hinault, en 1985) deberá haber cumplido casi los 50 años, la explicación que se ofrece a la sequía, sobre todo a partir de 2006, cuando la Operación Puerto tuvo los mismos efectos limpiadores que la Operación Festina, es la llamada globalización.

En todos los países hay ciclistas. Ya no son hijos del hambre, de la necesidad, sino que ahora las figuras suelen ser jóvenes de familias acomodadas que buscan en el ciclismo la fascinación de la aventura, del esfuerzo agónico, del placer de su tecnología. Y en países antes ajenos al Tour, como el Reino Unido, cuya única contribución a su historia era la muerte de Tom Simpson en el Ventoux en 1967, había crecido tanto la afición de sus clases medias que hasta habían formado el equipo más rico, el más potente, el Sky que transformó la ciencia del ciclismo y empezó a encadenar victorias con Wiggins, Froome y Thomas. Y como una mancha de aceite, el modelo se extendió por todos los países de escasa historia ciclista. La globalización y la modernización dejaron en fuera de juego el ciclismo antiguado del Mediterráneo. Y los países creadores del ciclismo antiguo, Bélgica, sobre todo, sobre todo, siguen en punta porque allí el ciclismo es el deporte más importante, sus clásicas, sus monumentos, más aún que el fútbol. Y sus campeones, el Van Aert de ahora, los más admirados.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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