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Hugo Houle vence en Foix en la primera etapa del Tour de Francia en los Pirineos

Vingegaard, maillot amarillo, salva el primer envite de la última semana de carrera y entra a meta junto a Pogacar, que lo volverá a intentar en Peyragudes

Tour de Francia
El canadiense Hugo Houle celebra la victoria de etapa en Foix.CHRISTIAN HARTMANN (REUTERS)
Carlos Arribas

Si el asfalto fuera el Ariège tumultuoso que les refresca al llegar a Foix, Hugo Houle se deslizaría sin esfuerzo por sus aguas, como el pato que flota feliz entre las piedras de un salto de agua y se abandona en la corriente que le lleva. Pero Houle no flota, tampoco parece importarle no tener plumas ni alas. Es ciclista.

El Tour es una apisonadora. Los ciclistas son su sombra hundida en el asfalto ardiente, aplastados, aunque se ilusionan pensando que son tan fuertes, que su pedalada es tan dura que hiere el suelo. Es la ilusión que engaña a todos los atletas, la que desprecia Houle, que pedalea laborioso, uno de Québec, de 31 años, que nunca ha seguido la corriente, y se ríe del Muro de Péguère temido, de sus pendientes imposibles a más de 30 grados en los Pirineos. Un canadiense que de niño dedicaba las mañanas de julio a ver el Tour por la tele y a echarle carreras a su hermano no le puede temer a nadie. Ni a las montañas ni a los que le persiguen por las montañas con las que soñaba, a los que persiguen el sueño que le guía desde hace 10 años, desde que a su hermano de juegos, el hermano pequeño, el de más talento, , le atropellara y matara un automovilista cuando hacía footing, y le dejó tirado en la carretera. “Algún día ganaré una etapa del Tour por él, me lo prometí entonces”, dice Houle, y, después de ganar la etapa en Foix, solo, con tiempo para emocionarse del todo, enseña un crucifijo que lleva colgado del cuello. “Era de mi hermano”.

Houle llega solo, lo que intenta y no consigue Tadej Pogacar, el del corazón ligero, que también se ríe del miedo y ataca y ataca, y, de manera preocupante para sus ilusiones, vuelve a mostrar sus límites. No ataca en el muro de Péguère, que iba a ser inaugurado por el Tour en el 73, pero lo impidió Luis Ocaña, el dictador de aquel año, porque, dijo, y todos lo entendieron, su descenso era muy peligroso. Era la etapa que pasaría por los lugares de su tragedia del 71, su memoria, el col de Menté, el Portillon de su padre, Luchon. Sin Péguère, Ocaña gana la etapa y hunde a Fuente, que le desafiaba. En Péguère, donde todos le esperaban, en lo más duro, Pogacar no se mueve. Se conforma con resistir, con aguantar el ritmo de Kuss para su Vingegaard. Solo atacó el esloveno en Lers, un puerto más sencillo. Ataque y freno. Rap light. Y Vingegaard, la sombra amarilla del maillot blanco, tan fácil es todo, y de nuevo parlanchín, se divierte. “Me vienen bien sus ataques. Para mí, cuanto más duro sea todo, mejor”.

Bajo el asfalto de Limoux, donde se forma la fuga de 29, al salir de Carcasona, encuentran enterrados de vez en cuando huesos de dinosaurios de los viñedos de blanquette, su blanco frizzante fresco que les recuerda a los ciclistas que practican un arte primitivo, que quizás ellos mismos puedan ser vistos como dinosaurios, al borde de la extinción. Leen noticias alarmantes. Si sigue el calentamiento de la tierra a este ritmo acelerado, dentro de 20 años hará tanto calor en julio que será imposible correr el Tour. Una glaciación exterminó a los dinosaurios, otra acabará con el ciclismo, pero no parece que tales asuntos le preocupen a Enric Mas y a su Movistar más que la constatación, un día más, de que si algo puede salir mal con toda seguridad nunca va a salir bien. Tiene en la fuga a Jorgenson, otro ciclista del frío, como Houle, de Boise, Idaho, junto a las Rocosas. Puede hasta ganar la etapa en la que Mas ha vuelto a fallar, pero se cae en el último descenso. Vlasov, uno de los del territorio del mallorquín en la general, se mete en la fuga que tiene todo el día al Jumbo entretenido; Mas, no. “Mea culpa”, dice el mallorquín. “Estaba encerrado cuando se formó”. Intenta luego el equipo en pleno el efecto mariposa. Mas se mueve en Lers, anticipando el ataque de los grandes. Cuando atacan los grandes, Mas se queda. La mariposa es un aleteo sin consecuencias. “En Péguère tendría que haber estado más adelante. Las sensaciones hoy han sido más o menos buenas, por lo demás. Vamos a seguir intentándolo. Ojalá tenga fuerzas”.

El Tour es sencillo. Dos pelean por la victoria y 10 intentan aguantar lo más posible. No hay más misterios. Nairo y Thomas, los más sabios, lo saben, tienen fuerzas y lo ejecutan a la perfección. Los demás bailan. Mas se queda.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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