Cómo firmar la paz en el golf: un circuito mundial y una cabeza cortada
La idea de una competición única que integre al circuito americano y a la liga saudí puede cobrarse el puesto del comisionado estadounidense
La guerra en el golf arde en los despachos. Mientras los mejores jugadores del mundo se baten en el US Open, el circuito estadounidense, el circuito europeo y la liga saudí estudian sus movimientos en el tablero. Las posiciones de partida están definidas: LIV Golf ha arrancado una serie de ocho torneos que repartirá 255 millones de dólares, una montaña de oro; el PGA Tour ha expulsado de sus competiciones a los rebeldes que han cambiado de bando; y el circuito europeo, aliado del americano, no ha abierto la boca. Tampoco los cuatro grandes, organizados por cuatro organismos diferentes y que por ahora no prohíben la participación a los disidentes.
La escisión es total. La liga saudí ha atraído a unas cuantas estrellas (Dustin Johnson, Bryson DeChambeau, Patrick Reed, Sergio García, Phil Mickelson…) y los tambores anuncian nuevos fichajes, alguno de la nobleza, para la próxima semana. Era un nacimiento anunciado, pero desde el otro lado de las trincheras no se esperaban que la criatura llegara al mundo haciendo tanto ruido. LIV Golf ha sorprendido por el gran músculo económico que ha mostrado: cuatro millones por torneo para el ganador cuando el grande más jugoso es precisamente este US Open, con 3,15 (ha aumentado la bolsa respecto a los 2,2 millones que ingresó Rahm el curso anterior).
Entre los golfistas reina la confusión sobre el presente y el futuro. La mayoría rechaza posicionarse: pertenecen a un circuito americano que les ha hecho millonarios pero no quieren cerrarse las puertas a una liga saudí que jubilaría a sus nietos. Solo Jon Rahm, Rory McIlroy y Justin Thomas se han expresado con rotundidad a favor del PGA Tour. Mientras, la Ryder es ahora fruta prohibida para los estadounidenses insurrectos, y peligra para los europeos.
En este escenario, una rendija puede abrirse: la creación de un gran circuito mundial que use la estructura y la experiencia de los dos mayores estamentos e incorpore el chorro de dinero saudí. La idea está sobre la mesa, pero acabar con la guerra tendría sus víctimas. La mayor sería Jay Monahan, el comisionado del PGA Tour desde 2017, el hombre que ha firmado la expulsión de los fugados a la Superliga y pugna cara a cara con Greg Norman, consejero delegado de LIV Golf. Con Monahan al mando, un acuerdo entre las dos partes parece muy lejano. Un nuevo interlocutor permitiría empezar las negociaciones desde cero. Para eso debería rodar su cabeza, por un lado, y que el circuito mirara para otro lado ante las acusaciones de violaciones de los derechos humanos que laten en el fondo de esta historia. Un movimiento complejo.
“Hay jugadores que eligieron violar las reglas de nuestro circuito y firmaron contratos lucrativos de varios años. Mi trabajo es proteger y defender a nuestros leales miembros del PGA Tour, nuestros socios y nuestros aficionados. Y eso es exactamente lo que hice. ¿Por qué este grupo está gastando tanto dinero, miles de millones de dólares, reclutando jugadores en un concepto sin posibilidad de retorno?”, comentó recientemente Monahan.
La tercera pata es el circuito europeo, el hermano más débil. Entre los jugadores también está en juicio la figura del presidente, Keith Pelley, sobre quien pesa la decisión de haber rechazado la oferta de LIV Golf para integrarse en su estructura (en lugar de encontrar cobijo en el circuito asiático) y la duda de si dio voz a la plantilla para que los golfistas tuvieran eco en este embrollo. Es otro de los jefes que puede caer.
La siguiente cita de la liga saudí es en Portland del 30 de junio al 2 de julio, coincidiendo con un torneo del tour americano, el John Deere Classic. Para entonces puede que ya haya bajado alguna guillotina.
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