Peter Sagan consigue en la Vuelta a Suiza su primera victoria del año
“Sagan ha vuelto”, grita feliz el pelotón, que recuerda que el tricampeón del mundo, de 32 años, no levantaba los brazos en una carrera internacional desde el Giro de 2021


“Sagan ha vuelto”, grita Bryan Coquard en la meta de Grenchen, y el sprinter francés no puede esconder la alegría que le produce pronunciar esas palabras, aunque el regreso victorioso de Peter Sagan, ganador de la tercera etapa del Tour de Suiza, le suponga a él el segundo puesto, la derrota. Y la alegría de Coquard, y de medio pelotón de la Vuelta a Suiza, que se para y choca los cinco con el eslovaco feliz se extiende por las redes como una ola y desborda, y la afición la goza. Es la 120ª victoria de su carrera, la 18ª en la Vuelta a Suiza, su prueba fetiche, la primera con los colores del equipo francés Total Energies, la primera en 13 meses. Tiene 32 años. Lleva en el WorldTour desde 2010, y cada año ha ganado al menos una carrera.
Y a los que le aclaman con ese grito alegre de “Sagan ha vuelto”, el triple campeón del mundo (2015 a 2017), ganador de Flandes y de Roubaix, y siete veces maillot verde del Tour, más que nadie en la historia, responde con su voz grave y su tono siempre irónico, rozando el sarcasmo. “Es bueno estar de vuelta”, dice antes de regalar otra frase a la enciclopedia del saganismo. “Pero tampoco he sufrido tanto, estoy acostumbrado a perder y estoy acostumbrado a ganar, ¿eh?”
Aunque su regularidad extraordinaria (terminó entre los tres primeros, sin ganar, las cuatro etapas) le dio la victoria de la general de la pasada Vuelta a Eslovaquia, hace nueve meses, y aunque se hubiera impuesto en su campeonato nacional hace un año, Sagan, el ciclista más popular de la década pasada, no ganaba una carrera internacional desde su victoria en la décima etapa del Giro de 2021, hace 13 meses.
El otoño pasado y estos invierno y primavera, en los que cambió del Bora, su equipo de los últimos años, por el Total Energies francés, Sagan entró en un bache de forma que le impedía no solo luchar por la victoria de las carreras sino ni siquiera aguantar el ritmo del pelotón. Convencido de que se trataba de un covid persistente, se sometió a decenas pruebas y tratamientos buscando recuperar su ser. Y mientras él penaba, su hueco en el corazón de la afición lo ocupaban los recién llegados Mathieu van der Poel y Wout van Aert, los sagan de la década. Y solo a ellos, sus peleas sin tregua, se esperaba para convertir en días extraordinarios la serie de etapas ordinarias, las del viento, el pavés, las llanuras sin horizonte ni fin, del próximo Tour. Ahora serán tres.
Que se preparen el belga y el neerlandés, quienes seguramente estén repasando en bucle el último kilómetro del sprint de Grenchen: Sagan, quinto a la rueda de Pidcock; curva a la izquierda, interior de Pasqualon, del Intermarché con su Kristoff a rueda; Sagan, habilísimo, se cuela por un hueco imposible y se pone a rueda del noruego; Pidcock, descolocado, y también Aranburu, el guipuzcoano del Movistar que toma esa curva por fuera, y también la siguiente, y se desgasta para intentar mantenerse en la corriente. Pero la corriente está lejos. La corriente es Sagan, eléctrico, que desborda a Kristoff por la izquierda a 200 metros de la meta, una décima de segundo antes de que el noruego inicie su aceleración. Sagan gana. Coquard, que remonta desde lejos, segundo. Kristoff, tercero. Aranburu, quinto, tras Pidcock.
El regreso del eslovaco, a la competición (no corría desde marzo), a la victoria, a la exhibición de su estilo, anuncia que buscará su octavo maillot verde en el Tour, la prenda por la que también suspiran Van der Poel y Van Aert, y genera una nueva emoción, y una alegría, en la grande boucle, que comienza dentro de 16 días, el 1 de julio, en Copenhague.
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