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Cómo endereza el Jumbo el camino de Roglic hacia el Tour de Francia

El ciclista esloveno ultima su preparación para la ‘grande boucle’ liderando la Dauphiné tras una gran etapa alpina ganada por el madrileño del Movistar Carlos Verona

Carlos Arribas
Tour de Francia
Roglic desciende el Galibier guiando a sus compañeros de equipo Vingegaard y Kruijswijk.MARCO BERTORELLO (AFP)

Nada hay más previsible y tan seguro como Primoz Roglic en la Vuelta a España, control absoluto, ataque justo, devastación a su alrededor... Tres años seguidos. Nada hay más volátil que el mismo Roglic, nieto de mineros, hijo de minero, saltador de esquí antes que ciclista, en el Tour de Francia, su obsesión y su dolor. Un Tour, el de 2020, lo perdió en la última contrarreloj ante el genio emergente de Tadej Pogacar después de 19 etapas de control, bonificaciones y encaje del esfuerzo al milímetro. En el segundo Tour al que llegó pensando en la victoria, el de 2021, se cayó el segundo día, anduvo arrastrándose una semana, y el día del ataque devastador de su compatriota Pogacar de nuevo, frío y lluvia en los Alpes, se vio solo rápidamente, luego rodeado de los sprinters culones, Greipel, Cavendish, y, entre ellos rodó sin atreverse siquiera a pararse a orinar, no fuera a quedarse rezagado.

“Sigo un camino extraño, tortuoso”, decía este invierno en una entrevista en L’Équipe, intentando explicarse su aparente maldición en Francia, la incapacidad para campeón olímpico de contrarreloj de no caerse en las grandes carreras francesas, y solo este año, y gracias a la ayuda de su Wout van Aert, ha sido capaz de ganar una, la París-Niza. “Caigo y me levanto. Pero así es la vida de todo el mundo”.

En el Jumbo, su equipo, lo entienden y aceptan, y quieren limitar al mínimo el peso de las caídas y los desvíos y bifurcaciones. Aplican técnicas sociales y científicas, cursos de desarrollo personal incluidos en las largas concentraciones, de tres semanas cada una, en altura, en Sierra Nevada o en otras montañas. Sesiones en las que machacan que más importante que la victoria es el camino que lleva a ella, y esas cosas, para que la vía francesa del brillante ciclista esloveno, de 32 años, sea lo más recta posible, paralela hasta el infinito, como la del tren, en el Tour que tan cerca está (comienza el 1 de julio, viernes, en Copenhague). Y así evoluciona la cabeza del esloveno, uno que siempre decía que su mentalidad natural ha sido siempre “la de estar solo, la de no depender nunca de nadie”.

Dos meses después de terminar la Itzulia malamente, con un fuerte dolor en el músculo poplíteo, en la parte posterior de la rodilla, Roglic se ha levantado y, a falta de una etapa para su final, lidera el Critérium del Dauphiné, la última carrera antes del Tour, después de la etapa de los colosos Galibier y Croix de Fer que vivió la victoria del español del Movistar Carlos Verona, magnífico en la fuga, al mismo tiempo que el martirio de su líder, Enric Mas, quien muy dolorido tras la caída que sufrió el jueves, no pudo aguantar el ritmo de los mejores. El mallorquín, la gran esperanza española para el Tour, seguramente no tome la salida de la última etapa, un nuevo festival alpino y vuele a Andorra, donde se concentrará con todo el Movistar del Tour.

El laboratorio social son las carreras, el acople entre los tres mejores corredores del equipo, con Roglic, el danés Jonas Vingegaard, segundo en el Tour del abandono de Roglic, y el fenómeno belga Wout van Aert, el dios del nuevo ciclismo, el mismo que practica Mathieu van der Poel, claro. “La construcción de un equipo es una tarea muy delicada y hay que mirar siempre más allá de los resultados individuales”, es el lema que proclama Merijn Zeeman, el mánager neerlandés del Jumbo, maestro de la dosificación, cocinero del equilibrio. La Dauphiné es la tercera carrera por etapas de Roglic en 2022. Tan solo 26 días de competición. En la París-Niza que ganó tuvo a Van Aert a su lado; en el País Vasco, a Vingegaard; en la Dauphiné, a los dos. A Van Aert, bueno para todo, le trabajan el esloveno y el danés los primeros días: dos etapas y el maillot amarillo; a Roglic, le trabajan el belga y el danés en los Alpes, y ya está de amarillo, y le gusta. Y en la ascensión a Vaujany, cuando ya Verona es inalcanzable pero Caruso, Gaudu, O’Connor, Haig o Tao siguen pegaditos, acelera Vingegaard a tres kilómetros, y remata Roglic a uno.

Todo medido, calculado. Todo perfecto. Todo fruto de la planificación, la cabeza y la tecnología. La tendencia es competir menos y entrenar más. Los entrenadores hablan de entrenar en altura, de organizar diversos bloques específicos durante la temporada para estimular distintas adaptaciones metabólicas complicadas de activar y controlar durante la competición.

El Jumbo, y todos los equipos, utilizan distintas plataformas electrónicas para monitorizar hasta los pensamientos más íntimos de los ciclistas. La TrainingPeaks ha revolucionado el ciclismo. En el momento en el que el ciclista cruza la línea de meta, toda la información del miniordenador que lleva en la bici se sube a la nube y, en pocos minutos, el responsable de rendimiento está analizando todos los datos: todos los tipos de vatios, frecuencia cardíaca, porcentaje de trabajo en cada etapa realizado al umbral, gasto de carbohidratos y de grasas, y calorías... Sabiéndolo, se individualiza la dieta de cada uno. Y se deduce cuánto estrés fisiológico y metabólico ha sufrido el corredor y cómo ha respondido. Y con ello, se hace la táctica de carrera del día siguiente.Y el camino extraño y tortuoso se endereza, se ilumina, y Roglic vuela.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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