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Nadal inclina a Djokovic en una velada emocional

El campeón de 21 grandes noquea al número uno tras 4h 11m (6-2, 4-6, 6-2 y 7-6(4) y se medirá en las semifinales del viernes con el alemán Zverev, verdugo de Alcaraz

Nadal celebra el triunfo contra Djokovic, esta madrugada en la pista Philippe Chatrier de París.Foto: GONZALO FUENTES (REUTERS) | Vídeo: REUTERS
Alejandro Ciriza

“Merci, merci, merci and merci”.

Así se cierra la velada, una noche que difícilmente olvidará Rafael Nadal. Son ya unas cuantas en París, pero esta tiene un significado especial. En la foto final no mordisquea ningún trofeo, pero la Chatrier le ha demostrado un apoyo incondicional. A la hora de elegir, el público lo ha tenido claro: ya sea de día o de noche, a cubierto o al raso, en otoño o primavera o sea cual sea la circunstancia, por más terminal que parezca, Nadal es Nadal. El campeón de 21 grandes ha rendido a Novak Djokovic (6-2, 4-6, 6-2 y 7-6(4), tras 4h 11m), y al deseo de la exjugadora Marion Bartoli, hoy entrevistadora, de que juegue muchas más veces en la central, reacciona con una sonrisa.

“Una noche mágica. Contra Djokovic, uno de los mejores de la historia, siempre es muy difícil y solo puedes jugar a tu máximo nivel. Y solo puedo decir: ‘gracias, gracias, gracias’ a toda la grada. Sabéis lo especial que es para mí este torneo, el más importante de mi carrera y lo que he sentido hoy es increíble”, dice con la voz quebrada, a las 1.25 de la madrugada, habiendo actualizado antes el histórico con el actual número uno (30-29) y certificado la cita en las semifinales del viernes con el alemán Alexander Zverev, verdugo por la tarde del murciano Carlos Alcaraz.

Fieles a la tradición, Nadal y Djokovic ofrecieron otro de sus magnéticos ejercicios de oscilación. No hay rivalidad más encarnizada ni fluctuante que la de ellos, de vaivén en vaivén los partidos, Kárpov contra Kaspárov. Con ambos en la pista, cualquier guion salta por los aires. Todo es un espejismo. La lógica de la ilógica. Se conocen como nadie, pero todavía esconden secretos, ases por doquier en la manga, y lo que parece que va a ir por un lado, termina desembocando por el otro. Ahora tú, ahora yo. Ahora los dos. Dos estrategas de tomo y lomo, o el arte de maquinar. De descifrar jeroglíficos sobre la marcha. Así se las gastan los gigantes. Una delicia.

Rafael Nadal celebra la victoria frente a Djokovic en cuartos de final de Roland GarrosFoto: CHRISTOPHE ENA (AP) | Vídeo: REUTERS

Desde el punto de vista físico, que no psicológico, a Nadal no le interesaba una noche de larga distancia, así que embistió con todo y buscó el mentón del serbio rápido. En estampida, el español se adjudicó el primer set y abrió brecha en el segundo con una ofensiva exuberante, de máximo nivel, recordando seguramente el despegue arrollador de la final de 2020. Ese era el camino. El único. Agresividad o agresividad, sin medianías; contra Djokovic, cualquier vacilación o ceder un par de metros de pista es un salto involuntario hacia el vacío. Así que arrancó como un cohete, sumamente afinado, e intentó estrangular al serbio con esa ráfaga. Iba la historia a pedir de boca. O así lo parecía. Pero…

Raquetazo, desafecto y subsistencia

De nuevo, un trampantojo. Nole sacó el librillo de supervivencia y el compás, dictando de un lado a otro. Erosión sofisticada, ese zigzagueo único en la distribución y la central ―a rebosar, 14.800 asistentes en las sillas― calentándose al grito de ”¡Ra-fa, Ra-fa, Ra-fa!”. Ya se sabe: podía ser el último baile del rey en París. El tiempo lo dirá. En cualquier caso, a Djokovic ese tipo de cosas le duelen tanto como le estimulan. No hay mejor gasolina para él que el desafecto y conforme más arrope recibía Nadal, más elevaba el juego. Así que en un visto y no visto, del set en contra y el 3-0 del segundo parcial al equilibrio. Tiene mil vidas el serbio. Las mismas o más el balear.

Entretanto, dos batallas interiores. Nadal apretaba los dientes y afilaba la mirada, instándose otra vez a recuperar el sitio e irse hacia adelante; al otro lado, Djokovic aullaba al tomar asiento, se hacía un nudo en la reanudación y luego patinaba. Cedió el servicio nada más empezar la tercera manga y maldecía, resoplaba y explotaba: raquetazo a la red y un interminable ¡buuuuuuuhhhh! de la grada parisina. Al reproche le acompañó el segundo empentón del mallorquín, y entre el ir y venir y el toma y daca, juegos insultantemente discutidos y largos, de hasta 18 minutos uno de ellos, varios de un cuarto de hora.

Lo dicho: en los Nadal-Djokovic se juegan muchos partidos dentro del mismo partido. Un punto es una vida, un intercambio un mundo. No hay tregua ni respiro, solo dos titanes que friccionan al límite. Dosis y más dosis de adrenalina.

Y en esas, Nole iba perdiendo color mientras Nadal iba ganando más y más luz, decantando poco a poco la balanza con esa capacidad marciana para subsistir y encontrar soluciones. Está hecho de otra pasta. No hay tenista que descerraje con tanta maestría las situaciones de emergencia ni que se sobreponga con tanto aplomo a la adversidad. Palada a palada y bola a bola, se apuntó el cuarto set ―del 2-5 abajo a la rotura y la puntilla en el tie-break y volvió a recuperar la jerarquía en París, su casa, su Edén. Ya sea de noche o de día, Nadal es Nadal. “Os veo en un par de días, por cierto...”, se despidió emocionado mientras la Chatrier le agasajaba. Por muchos bailes más.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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