Nada como la exigencia de un Grand Slam para descubrir quién hay detrás de un tenista
El deporte es precisamente eso: encontrar la manera de resistir con lo que uno tiene hasta agotar la última esperanza

La arcilla de Roland Garros invade desde hace días la ilusión de todos. El segundo Grand Slam de la temporada siempre es una cita especial, donde el esfuerzo, la táctica y el talento brillan como en pocos torneos a lo largo del año.
Es un evento donde el tenis español ha cosechado infinidad de alegrías. Por encima de todos, brilla la figura de un jugador que se ha elevado a la categoría de leyenda. Una de las grandes gestas del deporte moderno en forma de 13 títulos individuales. No es otro que Rafael Nadal, que un año más acude con la ilusión de extender su gesta.
Como sabrán, hombres y mujeres compiten bajo un formato diferente en los torneos del Grand Slam. La competición masculina transcurre al mejor de cinco sets, mientras que las mujeres adoptan el mismo reglamento de tres mangas de todos los torneos.
Ese formato, ese duelo de fondo que dibujan las cinco mangas tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Requiere una exigencia física muy alta y no es extraño ver partidos que se extienden más allá de las cuatro horas. En otras ocasiones, los encuentros deben ser disputados a lo largo de varios días. Y todo ese peaje debe ser arrastrado a lo largo de siete encuentros para llegar a tocar la copa.
Afrontar un reto de estas dimensiones te sitúa ante un esfuerzo mental inmenso. Cualquier despiste puede alargar el partido en un torneo donde las energías no sobran. Todo esfuerzo extra puede condenar una preparación de meses y las ilusiones de toda una vida. Competir en estos torneos exige al jugador estar pendiente de cualquier detalle, por pequeño que pueda parecer.
Los Grand Slam dan a los jugadores la posibilidad de descansar entre los partidos. Si no hay imprevistos en el calendario, a menudo afectado por lluvias, solamente se compite en jornadas alternas. Esto ayuda a la recuperación del jugador, aunque en ocasiones sea insuficiente para llegar plenamente preparado al siguiente partido.
Tener ese horizonte a cinco mangas tiene algún beneficio. El hecho de ir perdiendo dos sets a cero y mantener vivas tus opciones de victoria es la lectura más positiva para los chicos. En cualquier otro torneo del año, verse con esa desventaja significa la eliminación. Aquí, sin embargo, queda abierta la puerta a la reacción, una remontada que quede en la historia de tu carrera.
Quizá ustedes piensen que levantar un partido en esa situación es muy complicado. Evidentemente que lo es, pero no resulta imposible. Para un jugador acostumbrado a competir y dar el máximo, muchas veces es un estímulo para probarse a sí mismo. En todas las ediciones vemos remontadas que parecen increíbles en cierto momento del encuentro.
Esos partidos crean afición, elevan las audiencias y disparan las sensaciones de los deportistas, con los niveles de adrenalina a flor de piel. Quizá para el aficionado sea emocionante, incluso para mí en muchos momentos lo fue. Aunque somos conscientes de que esa exigencia física a la que se expone el jugador, en muchas ocasiones, no es sana para su cuerpo.
Al mismo tiempo, los mejores partidos de la historia se recuerdan por el drama que conllevan. Batallas a cinco mangas que llevan al límite las fuerzas y la voluntad de los mejores atletas del mundo. Eso hace que los Grand Slam tengan algo especial respecto al resto de los torneos. El debate sobre el formato siempre ha estado ahí.
Por mi experiencia personal, un gran jugador se encontrará cómodo en un partido de este tipo. Mantener el nivel de juego y el autocontrol emocional durante un período amplio de tiempo diferencia a los buenos de los grandes jugadores. Nunca pude competir a cinco mangas, nunca estuve expuesta a ese formato. Aunque estoy segura de que hubiera sufrido, tampoco me cabe duda de que hubiera tenido más oportunidades de mantener viva la esperanza de victoria.
Al final, el deporte es simplemente eso. Encontrar la manera de resistir con lo que uno tiene hasta agotar la última esperanza. Ningún torneo como los Grand Slam para revelar el verdadero espíritu de un tenista.
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