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EUROLIGA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ganar perdiendo

El Real Madrid no ha ganado la final de la Euroliga, pero basta solo con recordar como estaba ese grupo hace unas cuantas semanas para entender el desafío al que se enfrentó

Final Four Euroliga
Sergio Llull (I) y Elijah Bryant durante el partido de la final de la Euroliga.ANDREJ CUKIC (EFE)

Los mandamientos de la iglesia católica son diez, si es que no los han cambiado desde que salí del colegio de los Jesuitas de Bilbao hace ya unos años. No me los sé todos, pero recuerdo perfectamente que se podían resumir en dos. Amarás a dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Los de la iglesia madridista son también variados, como fui aprendiendo desde aquella tarde del verano de 1976 cuando me presenté en el pabellón de la Ciudad Deportiva con pantalón corto y la maleta llena de sueños y también de bollos de mantequilla, que me habían advertido que en Madrid no había.

Y todo ese ideario se resumía ya entonces en una sola palabra: ganar. Ganar jugando bien, haciéndolo regular e incluso en los días malos. Ganar siendo superior al rival o puede que no. Ganar con estilo o sin él, que eso son chácharas de periodistas y aficionados porque puertas adentro solo existe una verdad absoluta. El Madrid vive para ganar y solo en el ganar encuentra alborozo, reconocimiento o consuelo.

Tirando de historial, no hay duda que la estrategia funciona. La sala de trofeos del Bernabéu resulta abrumadora e intimidante para los adversarios. En blanco y negro y en color, el Madrid ganaba y gana más que nadie. Y unos cuantos de esos trofeos han sido contracorriente, contra pronóstico, contra el reloj, tirando de épica y contra la lógica que dice que el que haga mejor las cosas va a terminar ganando. Eso se puede aplicar a todos menos al Real Madrid, que puede presumir de saber ganar mejor que nadie.

Ahora bien, este brutal enganche con el triunfo tiene una consecuencia. Deja sin coartada cualquier tipo de derrota, pues solo existen dos únicas asociaciones. Si ganas es un éxito. Si pierdes es un fracaso, pues los segundos puestos ni se reconocen ni mucho menos se celebran. Arrastrados por este mantra, se corre el peligro de no valorar en su justa medida lo hecho por el Real Madrid de baloncesto en los últimos dos meses. No ha ganado la final, pero basta sólo con recordar como estaba ese grupo hace unas cuantas semanas para entender el desafío al que se enfrentó y el resultado que ha obtenido. Las derrotas se sucedían, no había ni juego ni ánimo, se apartaron del equipo a dos jugadores de renombre y Laso, única voz en aquellos días, terminó algo enredado con la semántica de lo ocurrido. Y todo esto mientras en la acera de enfrente, el Barcelona volaba con su lujosa plantilla hacia la conquista de la Euroliga.

Poco a poco, Laso y sus jugadores fueron arreglando los problemas que podían tener solución. Recuperaron el espíritu competitivo, recobraron la inercia ganadora incluso en partidos donde no les iba nada, apretaron los dientes para dotar a su juego defensivo de una enorme fortaleza y el asunto de Heurtel y Thompkins dejó de incomodar cuando quedó claro la intención de Pablo Laso de no darles ni bola. Y así se presentaron en la F4, dejando un run run de somos el Madrid y ya sabeis como nos las gastamos en estas ocasiones. El Barcelona lo confirmó en las semifinales, donde no triunfó el mayor talento azulgrana sino la competitividad y dureza mental madridista.

Finalmente el Madrid no ganó, probablemente porque tiene alguna falla estructural en su plantilla. La suma de talento ofensivo y liderazgo ha ido menguando poco a poco como consecuencia de retiradas, marchas a la NBA y el lógico paso del tiempo en algunos jugadores bandera. Como consecuencia de todo ello, ya no cuenta con un jugador decisivo, de esos a los que llegados el momento de la definición, les das el balón y les dices: Hala, gana el partido. El Efes tiene dos, Micic y Larkin, y por ahí, con la ayuda de Pleiss, se escapó la final.

Total, que a riesgo de contradecir la filosofía blanca, me resisto a no reconocer al grupo liderado por Laso y dejar constancia de que lo logrado tiene un enorme mérito que el marcador final no debería arrastrar como si fuese una riada. Sin que suene a herejía, a veces se puede ganar un poco perdiendo mucho.

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